Carolina de Mónaco celebra su 65º cumpleaños siendo la estrella de la familia Grimaldi. Pocas princesas han deslumbrado al mundo como continúa haciéndolo ella. La primogénita de los príncipes Rainiero y Grace se convirtió en leyenda desde el mismo momento de su nacimiento, el 23 de enero de 1957, en la biblioteca de palacio, que fue tapizada con seda verde para arroparla en felicidad (de acuerdo a la tradición irlandesa).
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Si su llegada fue celebrada con champán por los monegascos, su bautizo no fue una ocasión menos señalada para el Principado. Después de su presentación oficial desde la llamada Galería Hércules (engalanada con miles de claveles rojos y blancos, los colores de Mónaco), entre globos amarillos y vítores a la joven princesa, se pusieron en marcha los preparativos de un bautizo que ha quedado para la Historia, y del que ¡HOLA! fue testigo de excepción.
Dos jovencísimos padrinos para la princesa
La pequeña Carolina contó en su bautizo con dos jovencísimos padrinos: Margaret Davis (hija de la hermana de Grace) de diez años; y el príncipe George Festetics, de 17, primo de su padre. Él viajó desde Viena; ella desde el otro lado del charco, Nueva York, junto a su abuelo, Hon B. Kelly, que trajo para su nueva nieta un vestido que guardó en una gran caja blanca. Según cuenta la crónica de ¡HOLA!, Margaret también llevaba consigo un regalo muy especial para su prima: un collar de perlas que había sido confeccionado por su madre.
Para la gran cita, la flamante madrina escogió un traje de faya de seda beige y un bolerito de visón; mientras que el padrino optó por un llamativo uniforme de los Caballeros de la Soberana Orden de Malta, de color rojo, con charreteras de oro y pantalón azul marino.
Dieciocho cañonazos y lilas blancas
“A primeras horas de la mañana fueron echadas las campanas al vuelo, antes de la ceremonia, 18 cañonazos que indicaron que el cortejo salía de Palacio con dirección a la Catedral de Mónaco”. A las 11:02 del 3 de marzo de 1957, sonaron las trompetas del templo religioso: la princesa Carolina llegaba, en brazos de su nurse, acompañada de sus padrinos. Tras ellos, los Príncipes de Mónaco.
Grace, que ya por aquel entonces destacaba por su impecable estilo, eligió para la ocasión por un traje color marrón de muaré, una capita de visón, blancos y canela, y un sombrero de color. Rainiero, por su parte, lució su uniforme de gala como jefe de las fuerzas militares del Principado.
En el pórtico de la Catedral, que fue adornada con lilas blancas por expreso deseo del orgulloso padre, fueron recibidos por el obispo de Mónaco acompañado del canónigo de Saint-Pourçain, cura de la Catedral y del canónigo Andrieux, archicofrade de la Catedral. En total, cuatro obispos asistieron a la ceremonia desde los sitiales del coro.
Agua de la Basílica de San Vicente Ferrer y sábanas de Barcelona
“En la parte derecha del presbiterio, se levantó un pequeño altillo de alfombra roja, y al fondo del mismo, apoyándose en uno de los grupos de columnas que sostienen la entrada al altar mayor, se encontraba la pila bautismal”. ‘Madame Caroline’ fue bautizada en la misma pila de la Catedral de Mónaco que su padre. Pero, en esta ocasión, el agua había sido traída desde nuestro país: de la pila de la Basílica de San Vicente Ferrer, en Valencia, el templo consagrado a este Santo que el pasado año cumplió un siglo de historia.
Aquel no fue, sin embargo, el único detalle con acento español que tuvo la princesa Carolina. El primero fue antes incluso de su mismo nacimiento. En noviembre del año 1956, Rainiero y Grace de Mónaco llegaron, a bordo del ‘Constitution’, al puerto de Barcelona procedentes de Estados Unidos. De su paso por la Ciudad Condal, los príncipes se llevaron, entre otros recuerdos, una sábana confeccionada en una exclusiva tienda de lencería, Casa Sivilla, situada en la calle Gran Vía, en pleno corazón de la ciudad.
Siguiendo la tradición familiar, Madame Caroline llevó el vestido de cristianar que había lucido su padre 33 años antes y, también su tía, la princesa Antoinette. Se trataba de una prenda de organdí marfil, adornada de encaje Valenciennes y de bordados finos, sujeta al talle por un lazo de satén blanco.
La ceremonia contó, además, con la bendición apostólica del Papa Pío XII, quien mandó un telegrama con su mensaje. Al finalizar el acto, la pequeña protagonista se fue, de nuevo, en brazos de su ‘nurse’ por la puerta de San Nicolás.
Begum, la esposa de Aga Khan, la invitada que acaparó todas las miradas
¡HOLA! detallaba en 1957 que, entre los numerosos invitados había diversas personalidades así como representantes del cuerpo diplomático. Pero ninguna brilló tanto como la cuarta (y última) esposa de Aga Khan, “la fastuosa y siempre hermosa Begum”, que se presentó en la Catedral de Mónaco con un abrigo de garras de astracán, con un broche de brillantes en la parte izquierda, y un gorrito de armiño a lo ruso, algo inclinado sobre su lado derecho.
Al bautizo de Carolina de Mónaco le siguió un desfile de la banda militar por la ciudad. “El día era maravilloso y el cortejo ofrecía un bello espectáculo. Toda la población de Mónaco, más numerosísimos turistas, se hallaba en las calles para contemplar el espléndido desfile”.
Como detalle, el único preso que se encontraba en la prisión de Mónaco, con vistas al mar, recibió aquel día una comida extraordinaria “con abundantes postres, frutas variadas y ‘marrón glasé’”.
“El Principado de Mónaco ha tenido ocasión de brindar una vez más al mundo la confortadora imagen de su ejemplar bienestar y felicidad con motivo del bautizo de su linda Princesita” que, hasta la llegada de su hermano Alberto, catorce meses después, ocupó el puesto de princesa heredera.