El pasado 17 de enero se cumplieron 20 años del fallecimiento de Camilo José Cela. El aclamado escritor, que falleció a los 85 años de edad, dejaba un legado literario para la posteridad, que le valió el Premio Nobel en 1989 y le otorgó el reconocimiento a nivel internacional. Pero, más allá de las letras, el literato gallego tuvo dos grandes amores: Iria Flavia, la pequeña parroquia de A Coruña que lo vio nacer, y su esposa, Marina Castaño.
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La diferencia de edad entre ambos, él tenía 68 años y ella 27, causó un gran revuelo en la sociedad española. Pese a todo, ellos continuaron su historia contra viento y marea. La periodista estuvo a su lado en todo momento, hasta el final. Fue su gran apoyo, y así lo dejó claro el académico antes de irse. La nombró su heredera universal y presidenta de honor de su fundación, situada en el pueblo natal del Nobel.
Sin embargo, tras su muerte, sus últimas voluntades quedaron en papel mojado. Primero, Marina tuvo que ceder al único hijo del escritor, Camilo José Cela Conde, las tres cuartas partes de la herencia, ya que la Justicia estimó que no se respetaba la legítima . Después tuvo que ver cómo era apartada de la gestión de la Fundación Cela, y, por último, se la intentó acusar de malversación de fondos de esa fundación.
Tras siete años de lucha en los tribunales, Marina demostró su inocencia y obutvo la absolución. Una importante victoria legal de la que habló en ¡HOLA!, en una entrevista realizada por Martín Bianchi.
La viuda del escritor recibió a nuestra revista en su casa de Puerta de Hierro, el que fuera el hogar que un día compartió con Cela y donde ahora vive con su tercer marido, el prestigioso cirujano Enrique Puras Mallagray, al que dio el ‘sí, quiero’ en 2013.
‘La voluntad de los muertos no se debe alterar, para eso están los testamentos. Pero, al parecer, son papel mojado’
Tras su victoria en los tribunales, Marina explicaba a ¡HOLA! que estaba “muy tranquila. Han sido siete años de dolorosa travesía en el desierto y de muchos sinsabores, declaraciones, gastos tremendos en viajes, abogados...” Aunque Cela la había nombrado su heredera universal, no se cumplió su voluntad: “La voluntad de los muertos no se debe alterar, para eso están los testamentos. Pero, al parecer, son papel mojado...”
Al mismo tiempo, detallaba cómo se había llegado a esa situación: “Hay gente que gusta de hacer daño al prójimo. Es un sentimiento muy innoble, pero no hay duda de que existen personas que disfrutan con el sufrimiento ajeno”.
Aseguraba que todo se había tratado de una venganza de “una mujer del pueblo, que, en vida de Camilo José, besaba por donde yo pisaba; me hacía colecciones de fotos y me las enviaba a mi casa, encuadernadas en álbumes, con dedicatorias increíbles. Pero, al morir mi marido, me lanzó unas amenazas que, en vida de él, nunca se atrevió, conminándome a que eliminara un capítulo de las Memorias de Camilo José donde se hacía mención al abuelo de ella. Como eso es imposible, porque yo no soy la autora del libro y porque nunca enmendaría la plana a mi marido, ella me dijo que se vengaría de mí. ¡Y vaya si lo hizo!”
A pesar de todo el dolor, Marina reconocía que el momento más duro de esos siete años había sido que el juicio había coincidido con el fallecimiento de su madre: “Ha sido muy duro sentarme delante de tres magistrados por un delito que se me imputaba con el que no tenía nada que ver, con el que no me identificaba y, encima, con la tristeza de la pérdida de mi madre unos días antes”.
‘No tengo nada de qué arrepentirme’
“La sentencia salió el día en que se cumplían treinta y cinco años de la muerte de mi padre. Él me enseñó las bondades de la disciplina y del respeto a los demás, del trabajo, de la honestidad y del esfuerzo. Y bajo esa bandera llevo viviendo desde que tengo uso de razón”, aseveraba.
La periodista tenía claro que no se le perdonaba ser la viuda de Cela, “En ocasiones, me he sentido envidiada. La gente no soporta la felicidad ajena”; y señalaba que había sentido que en determinados medios se había orquestado un juicio paralelo: “Yo soy periodista y odio distorsionar una noticia, sobre todo si es para perjudicar al protagonista de la misma”.
Con respecto a la posibilidad de volver a trabajar en la fundación del que fuera su marido, aclaraba que “Cada cosa tiene su momento. He trabajado duramente en vida de mi marido en ella, mucho más duramente cuando él falleció, hice lo que tenía que hacer mientras fui la presidenta, seguí regalando manuscritos, cuadros y todo tipo de documentos para engrosar, aún más, su legado, y luego la entregué a la Xunta de Galicia para que se hiciera cargo de ella, pues era imposible mantenerla con carácter de fundación privado. Ahora me resulta doloroso verla bastante desbaratada y observando cómo algunos están vendiendo alguna de las casas que la componían, cuadros…”.
Lo que más echaba de menos era a Cela, “su persona en sí, pero la vida es de una determinada manera”. Ahora vive junto a su marido, Enrique Puras, que se ha convertido en su gran apoyo en todo este tiempo: “Él siempre es mi gran respaldo”.