México dice adiós a uno de sus artistas más internacionales, Vicente Fernández. El ‘charro de Huentitán’, que llevó las rancheras por todo el mundo, falleció ayer a los 81 años de edad tras varios meses hospitalizado.
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La triste noticia se hacía pública este domingo por la noche, apenas unas semanas después de que la familia se reuniese en el bautizo de Cayetana, la hija que su nieta Camila Fernández ha tenido junto a su esposo, Francisco Barba. Don Vicente no había podido acudir a la feliz cita por problemas de salud, pero quien sí estuvo fue su esposa, doña Cuquita, quien posaba feliz para ¡HOLA! con la que se ha convertido en la primera nieta de su hijo Alejandro Fernández en brazos.
Tal y como ha dado a conocer la familia a través de un comunicado, el cantante ha sido velado en la intimidad y en el que se había convertido en su refugio desde que hace cinco años se bajó de los escenarios, su rancho ‘Los Tres Portillos’, en Guadalajara. Un lugar que el ‘Rey’ mostró por primera vez a ¡HOLA!, con motivo de la presentación de sus memorias. Allí nos recibió junto al amor de su vida, su mujer. “Cuca lo es todo en mi vida. Mi ‘ángel de la guarda’. Por ella soy quien soy”, nos confesaba.
Ahora que su voz se ha apagado, recuperamos aquellas memorias de una vida extraordinaria.
Un difícil camino hacia la fama
Hablar de Vicente Fernández es hacerlo de una estrella de la cultura mexicana. Sin embargo, el propio artista siempre reconoció que su popularidad no fue, en absoluto, un camino de rosas. “Me doctoré en quinto de primaria porque nunca me gustó la escuela. Por eso mi padre, que era ganadero, me mandó aprender junto a lor ordeñadores. Recuerdo las épocas de lluvia, yo era muy miedoso...”, nos contaba.
Vicente trabajó de sol a sol, pero eso “nunca le espantó”. “Empecé a trabajar en muchas cosas, de albañil, limpiando botas y zapatos, lavando carros, ordeñando vacas... Tuve muchos oficios y lejos de avergonzarme, me llena de orgullo. Eso es lo que me hace ser como soy con los que me hacen el favor de trabajar conmigo”. Lo que no faltaba en aquellos tiempos era su verdadera pasión, la música.
“Me la pasaba cantando. Todos los oficiales de pintores pedían al jefe: ‘A mí mándeme a ‘el cuñado’ que cante’. ‘Cuñado, échate esta’ o la otra, y así pasaba el tiempo”.
A los veintiún años se enfundó por primera vez un traje de charro y se buscó la vida como todos sus compañeros mariachi, tanto en México como en Guadalajara. Ahí comenzó a forjarse la leyenda del ‘Charro de Huentitán’.
“Ella lo es todo en mi vida. Mi ángel de la guarda”
Y al lado de Vicente estuvo su esposa, doña Cuca, su ángel de la guarda. “Por ella soy quien soy. Ahora, cuando me marcho de viaje, es Cuquita quien se queda pendiente del rancho; ella sola lo lleva todo”. La pareja se casó en 1964.
“Ahora estoy muchísimo más enamorado de mi esposa que cuando nos casamos, hace cuarenta y cinco años”. Doña Cuca fue su gran amor. Sin embargo, el cantante también nos admitía “yo no he sido ningún santo. Yo soy de los que dicen que más vale pedir perdón que permiso”. Y algún perdón, más de uno, más de dos, ha pedido en la vida a su Cuquita, a la que conoció siendo tan sólo un niño. “Su mamé era muy amiga de mi familia, y su hermano siempre fue como mi hermano”. El flechazo se produjo tiempo después, “vi pasar por la calle a una muchacha, no la reconocí, y me dije: ‘Esta ha de ser mía’”.
Pero sus comienzos no fueron sencillos. Cuando Cuca dio a luz a su primer hijo, Vicente Jr., el matrimonio no tenía dinero para que el bebé pudiese estar ni en una incubadora. “Le metí en una caja de zapatos, me lo llevé a casa de mis suegros y ahí, en una recámara, le pusimos un moisés rodeado por botellas de agua caliente alrededor y cubierto por muchas cobijitas”.
“Cuando salgo al escenario, mientras más gente, más me crezco”
El artista contaba a nuestra revista cuál era su ritual antes de cada concierto. “Doy vueltas, como un tigre enjaulado, y me presigno antes de salir”. “Si siento al público entregado, yo no interrumpo el concierto, aunque tengamos el tiempo limitado. Mientras el público quiera oírme cantar, yo canto”. De ahí que en varias ocasiones, tuviese que pagar multas de su bolsillo a empresarios que le alquilaron un espacio por un par de horas.
“Cuando salgo al escenario, mientras más gente, más me crezco. Todo lo que el público ha hecho conmigo paga todas las penas. Por este mundo nada más pasamos, y yo he aprendido a convertir las cosas malas en buenas, y las buenas en mejores”.
Su hijo Alejandro, tras sus pasos
Cuando Alejandro tenía 18 años, se dio cuenta de que “tenía madera de artista. Un día le oí cantar un alto muy difícil y me sorpendió que cantase tan bonito. Ese mismo día pedí que le hicieran un traje de charro igual al mío, y que en todos los carteles de los conciertos pusieran: ‘Vicente y Alejandro Fernández, y debajo quien fuera, pero él a mi lado, conmigo”.
Para su segundo disco, su hijo le pidió grabar un disco de puros éxitos, que, aunque al principio a Vicente no le convencía, finalmente, acabó cediendo. “Hijo, tú y yo somos como una silla de montar, como una espuela, somos de esta tierra, ¿y ahora quieres cambiar a cantar pop? Estuve enojado con él durante seis meses, pero él insistía. Yo le decía que grabase lo que quisiera, pero él me pedía: ‘Necesito que estés de acuerdo’. Finalmente, un día le hablé y le pedí que viniera al rancho. Me acercaron una servilleta y un marcador. Allí le escribí: ‘Vale por mi bendición para que grabes tu disco. Y que Dios te bendiga. Prefiero a mi hijo que a su carrera”.
Hoy, Alejandro es, también, una de las grandes voces de México. ‘El Potrillo’ ha compartido un emotivo mensaje con sus seguidores: “Las luces nunca brillaron más en el cielo. Sin duda alguna, no pude haber pedido un mejor padre, amigo y maestro. Gracias por mostrarme el camino. Y aunque te extrañemos a diario, tu espíritu y voz vivirán por siempre en tu familia, en tu pueblo y en tu gente. Te amo pa”.