Concha Márquez Piquer fallecía este pasado lunes, 18 de octubre, a sus 75 años de edad debido a unos problemas respiratorios. Llevaba un tiempo ingresada en el hospital madrileño Quirón por una infección pulmonar. A pesar de que, desde su nacimiento, vivió bajo la sombra de su madre, la legendaria Concha Piquer, su vida y legado resulta inconmensurable. Concha era una de las últimas representantes de una estirpe de artistas de las que ya no quedan y con una vida de película. Sus padres eran la mayor leyenda de la copla y un reconocido torero, Antonio Márquez, ‘El Belmonte Rubio’. Desde niña supo que quería seguir los pasos de su madre y convertirse en una figura de la copla. Por nacimiento el trece de diciembre de 1946, era argentina, con una madrina, Eva Duarte de Perón –’Evita’- que la miró como una segunda madre. Por sus padres española. Con ellos vivía en un piso de Gran Vía, cuando, al salir de su portal, se encontró con un joven torero que triunfaba en aquel momento y le causó tal impresión que le dijo a su madre: “He encontrado al amor de mi vida”.
Ella solo tenía quince años cuando se produjo ese encuentro y, entre ambos, se llevaban doce. Por eso ‘La Piquer’ decidió enviarla durante tres años a Europa para conocer otros lugares como Inglaterra o Suiza e intentar alejarla de Curro y de ese amor tan prematuro. Sin embargo, cuando volvió a España ella seguía igual de enamorada del torero, entonces ocurrió lo inevitable: el veintiséis de octubre de 1962 la pareja se casó en la Iglesia de los Jerónimos de Madrid. Era el primer enlace multitudinario que congregó a las puertas a miles de personas para ver a todos aquellos personajes míticos de la época como Antonio Márquez, torero y padre de Concha Márquez, la cantante Concha Piquer, madre (y madrina en la ceremonia) Lola Flores, Fermín Bohórquez hijo, Ángel Luis y Juan Bienvenida, Juan Belmonte, el maestro Quiroga o los propios novios... Tal fue el revuelo que, tanto los prometidos como los padrinos, tuvieron que entrar en el templo por la puerta de la sacristía, siendo precisa la presencia de la fuerza pública.
A las seis y siete minutos de la tarde, llegaba el vehículo en el que viajaba el novio, de traje corto, con la madrina, Conchita Piquer, sonriente y feliz, luciendo un vestido de color gris, bordado, tocándose con una mantilla española. Con veinte minutos de retraso sobre el horario previsto, llegaba la novia, que vestía de blanco, cola de raso y velo tul ilusión. Le acompañaba el padrino de boda, que lo fue también de pila, Juan Felices. El ramo de azahar que llevaba la desposada había llegado unas horas antes a Madrid, por vía aérea, procedente de Valencia, así como la gran cantidad de flores que adornaban el interior de la iglesia. El público elogiaba la belleza de la novia, el valor y arte del torero y recordaba con agrado y respeto la fama de la madrina como cantante.
En el altar mayor bendijo a la pareja don Abilio Ruiz Valdivieso, canónigo y prefecto de la Iglesia Catedral de Madrid y se dio lectura a un telegrama de la Secretaría de Estado de S.S. el Papa Juan XXIII. La novia, emocionadísima, se llevaba un pañuelo blanco de seda a los ojos. También la madre lloraba emocionada.
Tal fue el revuelo en su boda que, tanto los prometidos como los padrinos, tuvieron que entrar en el templo por la puerta de la sacristía, siendo precisa la presencia de la fuerza pública.
Tras cesar las notas de la marcha nupcial, firmaron el acta matrimonial, por parte de Concha, Antonio Márquez, Rafael Pereda, padre e hijo, y Jesús Arribas. Por parte del novio, don Alfredo Álvarez Pickman, conde de Casa Galindo, Felipe Pablo Rocero y Roberto Felices.
La salida de los recién casados fue mucho más rápida que la entrada rumbo al banquete, que celebraron por todo lo alto, para avanzada la noche viajar de luna de miel hacia Palma de Mallorca y traslardarse más tarde a América, donde el maestro tenía que atender varios contratos. “Luna de miel de tauromaquia para él. Luna de miel de pánico para mí”, confesó Conchita Márquez Piquer.
A pesar del profundo amor que sentían -del que vinieron dos hijas: Conchita o “Conchitín” y Coral, que, con sólo diecinueve años, moriría en un trágico accidente de coche en Estados Unidos- la pareja tuvo problemas desde el inicio. Concha sufría mucho por la profesión de Curro pero no podía evitar acudir a las plazas de toros para verle torear, ya que según ella misma “era más doloroso esperar en casa una llamada” para confirmar que todo había salido bien. En aquel momento las corridas de toros solo le producían preocupación por su pareja, pero años más tarde acabarían dándole verdaderos dolores de cabeza. Mientras que a Concha le producía sufrimiento ver a Curro torear, al torero no le gustaba que su mujer siguiese los pasos de su madre y se dedicase a la canción. Fue él quien le dio un ultimátum, algo que ella misma confirmó tiempo después: “Me dio un ultimátum pero yo lo esquivé”, así la cantante pudo debutar en 1970 cuando ya llevaba siete años casada.
Curro y Concha fueron de los primeros rostros populares en acogerse a la Ley del Divorcio en 1982, pero ella se negó toda la vida a concederle la nulidad matrimonial y las disputas entre ambos ocuparon los debates y las portadas de la crónica social. Poco después de divorciarse contrajo matrimonio civil con el actor Ramiro Oliveros, que ha estado a su lado hasta el final de sus días y con quien tuvo una hija, Iris, en 1988. Curro, por su parte, se casó con Carmen Tello en el año 2003.