miguel bos y su padre luis miguel domingu n© GettyImages

Miguel Bosé prepara sus memorias: así contó Luis Miguel Dominguín las suyas en ¡HOLA!

El cantante publica el próximo 10 de noviembre su autobiografía, ‘El hijo del capitán Trueno’. Su padre, Luis Miguel Dominguín, hizo lo mismo en HOLA. Rescatamos sus palabras


12 de octubre de 2021 - 16:05 CEST

El próximo 10 de noviembre, Miguel Bosé volverá a estar en el centro de todas las miradas. Será entonces cuando salga a la venta, El hijo del capitán trueno, la biografía que el cantante ha escrito y cuya portada, en la que aparece ataviado de torero en homenaje en un claro homenaje a su padre, ya ha dado mucho de qué hablar. Este relato sobre la historia de su vida comienza, según el previo que la editorial Espasa ha adelantado, “con el aliento de los cuentos atemporales: unos niños perdidos a merced de un padre todopoderoso, acostumbrado a que su voluntad fuera ley, y una madre arrolladora de belleza legendaria”. Hace casi 38 años, fue ese “padre todopoderoso”, Luis Miguel Dominguín, un icono del toreo y uno de los últimos galanes de las páginas de sociedad, quien publicó sus memorias en las que, naturalmente, habló de su único hijo: Miguelito. Lo hizo en ¡HOLA!, donde habló con todo detalle de una vida fascinante e irrepetible. Ahora rescatamos algunos de los episodios más llamativos e interesantes.

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“Miguel solo quiere ser más que yo”: toros, cigarros… y risas

“Miguel es un chico sorprendente, tenaz, trabajador. Y todo lo hace sin alardes. Cuando empezó a grabar discos, me sorprendió porque yo no lo había escuchado, ni en la ducha. Tiene una fama de “pasota” completamente injustificada. El único porro que se fumó en su vida lo compartimos los dos. Y después nos dio mucha risa, por lo inútil que resultaba. Se ha dicho que yo quería que fuese torero, cuando mi decisión era exactamente la contraria. Al nacer él, mandé sacar de las paredes de mi casa todas las cabezas de toros y las fotografías taurinas que allí había. Y hasta prohibí hablar de toros en casa (...) Ante Miguel me quito el sombrero, porque ha sabido ascender sin marearse y cumpliendo con el sacrificado rito que impone este tipo de profesiones. Y lo digo por experiencia. Miguel tiene una dedicación ejemplar y soy su principal admirador. Siempre he dicho que tiene “espaldas de protagonista”, porque las tiene. Se ha hablado mucho de nuestra relación. Se seguirá hablando. Solo sé que Miguel no quiere ser más que nadie. Solo quiere ser más que yo. Y el día que yo me muera, si Miguel se detiene a pensarlo, se dará cuenta. Antes, no”.

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El día que Miguel Bosé pintó con Pablo Picasso

“Un día, tendido en la butaca, suspendí la lectura y me dediqué a seguir los gestos de Pablo Picasso mientras pintaba. Miguelito, que andaba por los tres años de edad, entró en el estudio y le dijo a Pablo que quería pintar.

-¡Coño! ¡Pues pinta! ¡Aquí tienes un pincel!

En el lienzo, Picasso ya había trazado unas líneas de mujer. Mi hijo comenzó a pintar:

-Miguel, ¿qué haces?, intervine yo.

-Déjalo -me calmó Pablo- cualquier línea da una idea nueva…

Y retomando el pincel, convirtió a la mujer en un gallo. Decía que lo más difícil era manchar el lienzo. La primera raya. Que lo más complicado era empezar y que, una vez dada la primera pincelada otras la seguirían.

En casa de Picasso siempre pasaban muchas cosas. Allí permanecían, durante largas temporadas, mis hijos Miguel y Lucía. Con los chicos estaba siempre Reme, la tata (...) Reme tenía su habitación en la misma casa de Picasso. Durante el día, el tiempo libre que le dejaban los niños, hacía labores caseras. Se decidió a comprar un bastidor, agujas, hilos de colores, para bordar. El propio Picasso, a veces sobre cartones. Reme cuenta con una magnífica y quizá la más original colección de diseños de Picasso”.

La primera corrida de Miguel Bosé

“Recuerdo que en una ocasión llevé a mi hijo Miguelito a verme torear. Él pensaba que el toreo era un oficio con resultados brillantísimos. Jamás podría entrar, a su edad de entonces, en sus estructuras mentales, el sacrificio y no digamos el riesgo que lleva implícito. Viajábamos en avión, nos hospedamos en los mejores hoteles. Antes y después de las corridas todo eran invitaciones en las residencias más lujosas.

Mi hijo Miguel presenció su primera corrida en Barcelona. Le corté las orejas a dos toros. Alguien le preguntó qué le había parecido lo que había visto. No vaciló en su respuesta:

-Lo que hace mi padre es muy fácil. A mi padre no le cuesta trabajo torear. ¡A los otros dos sí que les costó trabajo! Creo que les deberían pagar más, porque quizá trabajan más...”.

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Ava Gardner o el lobo en la senda de la oveja

“A comienzos de nuestra amistad vivimos una temporada en ‘Villa Paz’, mi finca de Cuenca. Nos avisaron porque Frank Sinatra acababa de llegar a Madrid y la buscaba. Se le dijo que ella estaba en casa de un amigo en común, Pedro Gandarías, y que volvería enseguida. Salimos urgentemente hacia Madrid. Disponíamos de muy poco tiempo para evitar el escándalo. Metimos las maletas por el balcón de su casa y yo me fui a dormir. Una hora después se presentó Sinatra con Ava. Me venían a invitar a cenar y después, a un “flamenco”. A él únicamente lo conocía de haberlo saludado. En el clima más amable nos fuimos los tres al tablao La Capitana, de Pastora Imperio. Después de cantar Extraños en la noche, Frank se quiso retirar porque estaba cansado. Serían las cinco de la mañana cuando él se fue y Ava siguió escuchando flamenco. Los dos juntos fuimos a la casa de Lola Flores a desayunar. Llegó a su casa sobre las diez. No he vuelto a ver a Sinatra. Con Ava conviví dos años, en España, Estados Unidos e Italia. Una noche, estando en Roma, Ava me dijo que nos había invitado Walter Chiari para que fuésemos a cenar con él y con su novia.

-Es una chica muy guapa, comentó Ava.

-Bah, no será para tanto, le respondí.

Ava rechazó la invitación y me dijo que era mejor que nos fuésemos solos. Chiari siguió insistiendo varias veces esa misma semana y Ava siguió con su inexplicable negativa, hasta que le pregunté por la razón de su comportamiento. Su respuesta me hizo pensar porque fue como poner al lobo en la senda de la oveja. Me dijo textualmente:

-¿Sabes por qué me he negado a cenar con ellos? Porque la novia de Walter es la única mujer que yo nunca te presentaré en mi vida”.

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Luis Miguel Dominguín junto a Lucía Bosé y su hijo Miguel.

Así conoció a Lucía Bosé

“Aquello me interesó. No conocía a Lucía Bosé y la frase de Ava resultaba muy sugestiva. Otro día, estando en San Remo, en un rodaje, vimos la foto de Lucía que aparecía publicada en un periódico. Bastó que Ava supiera que Lucía estaba allí para que decidiera que nos marchásemos a Portofino, donde vivimos una temporada. Volví a Madrid y después de una semana, cuando yo iba a volver de nuevo a Roma, me encontré en Barajas con el productor y gran amigo Manuel Goyanes, que me dijo que estaba esperando a una actriz italiana que venía rodar con Bardem, Muerte de un ciclista.

-¿Quién es?

-Lucía Bosé.

-¿Qué?

Pedí que bajasen del avión mis maletas. Pero ya era tarde y ellas hicieron la ruta que yo pensaba seguir: Roma. No me importó y me fui a casa. A la noche siguiente, Alfredo Fraile me invitó a una cena que le daban en la embajada de Cuba -para recoger un premio que había ganado en La Habana- y a la que iría Lucía. Fui y me la presentaron. Se puso colorada como un tomate. Se le notó enseguida, en su cara, que conocía sobre mí más de una leyenda negra. Que debía cuidarse de Dominguín en España. Que yo había estado con Ava Gardner en Roma, que era “un comemujeres”. Me dio la mano, lánguidamente, como la dan las monjas, y precipitadamente, balbuceó:

-Ah, usted es el que torea estos bichitos con cuernos a los que llaman toros.

-Sí, y a los novios de las mujeres guapas como usted...”.

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La culpa fue del torero

“Según mi punto de vista, nuestro fracaso matrimonial [con Lucía Bosé] tuvo una antesala de plena felicidad. Y un entendimiento perfecto entre los dos. ¿Cuál fue mi principal error? Sin duda alguna, dejar de torear. Un hombre que durante toda su vida lo único que ha hecho es torear, cuando deja de hacerlo siente un vacío tremendo aun teniendo al lado una mujer como Lucía. Aquel vacío traté de suplirlo con una oficina dedicada a la importación y exportación, que me trajo como inmediata consecuencia una serie de salidas nocturnas para atender a gentes que eran necesarias para mis negocios. Todo fue degenerando en muchas copas de más y en muchas salidas sin Lucía. Confieso que la culpa del fracaso fue mía. Pero perfecto no es nadie. Y, como yo no lo era, Lucía tampoco lo fue. No supo esperar a que pasara la mala racha y que la oveja negra -la oveja negra soy yo- volviese a su redil. Creo que la parte de culpa que le corresponde a Lucía es que nunca entendió mi sentimiento por mi profesión, ni quizá trató de hacerlo”.