Se cumplen cuarenta años del secuestro por parte de ETA y posterior liberación del doctor Iglesias Puga, padre de Julio Iglesias, un episodio que mantuvo no sólo a España sino al mundo entero hasta su posterior liberación, gracias a los G.E.O. En total, veinte días de incertidumbre y temor del cantante y su entorno, como recuerda Alfredo Fraile, el gran manager y confidente del artista entre los años 1969 y 1984. Julio Iglesias Puga acababa de regresar de Miami, donde había pasado la Nochebuena con sus hijos, Julio y Carlos, y su todavía esposa, Rosario de la Cueva, de quien llevaba cinco años separado. Ni por lo más remoto, el ginecólogo imaginaba que iba a ser secuestrado, ni Julio Iglesias contestar una llamada como la que recibió aquel año. El cantante, convertido ya en un ídolo de masas, se encontraba grabando en un estudio de la CBS, amaneció en su casa de la isla de Indian Creek con la noticia. Cuentan que fue Isabel Preysler quien le comunicó que su padre había desaparecido de camino a su consulta en la calle O’Donnell.
Cuando le retuvieron, no era la primera vez que veía a sus captores. El día antes habían visitado su despacho del Instituto de Obstetricia y Ginecología fingiendo ser reporteros de una cadena de televisión germana. Dijeron estar interesados en entrevistarle para documentar la figura de su hijo e incluso le regalaron un televisor en color para ganarse su confianza. Tras pasar una hora y media con él, quedaron en volver a verle al día siguiente en su casa de la calle de San Francisco de Sales. La cita estaba prevista para las nueve de la mañana pero nunca acudieron. Cansado de esperar, una hora y media más tarde, el padre de Julio Iglesias decidió seguir con su rutina. La misma noche, al no tener noticias del patriarca, la familia Iglesias autorizó a su abogado en Madrid, Fernando Bernáldez, para que pusiera una denuncia por desaparición en el juzgado de guardia. Fraile reconoció entonces que su representado temía un posible secuestro familiar al haber recibido amenazas de ese tipo. Por esa razón, sus hijos, Chábali, Julio y Enrique, ya tenían protección. Su padre, que no quiso un guardaespaldas, accedió a comprar un utilitario para pasar desapercibido. Ese nuevo vehículo fue la última pista que la policía tuvo de él.
Con otro vehículo, un Seat 131 de color rojo, los secuestradores acabaron por encontrarse con él y siguieron con el plan previsto: llevarle a la localización donde debía grabarse la entrevista. “No ponga usted resistencia y le irá mejor. Esto es un secuestro”, le comunicaron a punta de pistola a mitad de camino. Después, le obligaron a tomarse seis somníferos y le maniataron para cubrirle con un saco y meterlo dentro del maletero . Treinta y seis horas más tarde se despertó en un minúsculo cuarto de nueve metros cuadrados en el que había tres sillas, una cama y un cubo que haría las veces de urinario. A los pocos días, dedujo que estaba en algún lugar de Aragón, por el acento de las voces que llegaban de la calle.
“Hace falta tener una fe enorme para poder soportar 20 días de cautiverio. Fueron educados conmigo y me trataron correctamente. Jamás me explicaron los motivos del secuestro sólo me dijeron que se había pedido un rescate y que conociendo que detrás había mucho dinero confiaban en que mi hijo lo pagaría”, explicó el médico en su primera comparecencia pública tras la liberación que se celebraría en Miami. Gracias a su formación médica, se concentró en cuidarse. Para ello procuraba beber mucha agua y dormir todo lo posible. Comía poco a pesar de que caminaba unos diez kilómetros al día yendo de un lado al otro de la habitación y siempre tuvo vestimenta limpia. En el momento del rapto llevaba diez mil pesetas en el bolsillo que más tarde le daría a los terroristas para que le compraran ropa. “Me sentí peor que en la Guerra Civil cuando me tuvieron preso”, contaría después. Durante su cautiverio soñó con todos los desenlaces posibles: que lo mataban, que volvía con sus hijos, que nunca lo encontraban.
Mientras tanto, en Madrid, su hijo Carlos ejercía de portavoz de la familia. Durante aquellas semanas de angustia hasta siete presuntas bandas de delincuentes llegaron a comunicarse con él para cobrar el rescate. Una entrega que jamás se realizó al no ofrecer las pruebas necesarias para creerles. Y eso que Julio Iglesias ya había reunido tres millones de dólares para salvar a su padre. Para entonces, Joaquín Domingo Martorell, al mando de la célula antiterrorista de la Policía española, ya tenía una pista certera. El chivatazo se lo dio un etarra apresado en una redada. Fue entonces cuando conocieron que la banda terrorista estaba detrás del rapto, pero la policía nunca informó de ello a los medios. Ni siquiera a los Iglesias. ETA nunca reivindicó públicamente el secuestro. Finalmente se dijo que la banda terrorista pidió 2.000 millones de pesetas como precio por el doctor, aunque éste siempre aseguró que no se les pagó “ni un céntimo”. Ocho días tardó Martorell en planear el operativo de rescate. Así, en la madrugada del 17 de enero de 1982, el Grupo Especial de Operaciones llegó a Trasmoz y, a las tres de la madrugada, la policía derribó con explosivos la puerta de la improvisada cárcel. “Doctor Iglesias, está usted liberado. Enhorabuena”, fue lo primero que le dijeron . “Julio dará festivales benéficos para las viudas y los huérfanos de la Policía”, correspondió a las pocas horas el recién liberado.
El encargado de comunicar la buena noticia al cantante fue el propio presidente del gobierno Leopoldo Calvo Sotelo. Lo primero que le dijo fue que estaba en perfecto estado de salud, aunque había perdido algo de peso. Dos días después, bajo el revuelo generado por 250 periodistas de todo el mundo, se reunió en Miami con su progenitor. Ese mismo día organizó un encuentro con la prensa en el Jockey Club, al que Iglesias Puga llegó acompañado de sus hijos. Los periodistas ya habían podido leer tres folios escritos por él mismo donde detallaba lo sucedido.
Con toda la información recabada, los autores del encierro fueron arrestados. La Fiscalía pidió para ellos penas de cárcel entre 11 y 15 años pero acabaron reducidas a al mitad. Sobre todo la de Baltasar Calvo, a quien sólo se le acusó de “colaboración con banda armada”.
Tras el secuestro el artista extremaría sus medidas de seguridad. Hasta el punto de que, en 1987, contrató como “representante” en sus negocios de Estados Unidos y Suramérica a Martorell, el mismo policía que liberó a su padre. Para dormir tranquilo, el cantante también decidió llevarse a sus tres hijos a vivir con él a Florida.
Su padre, que se había prometido volver a hacer vida normal, regresó a Madrid. Después llegaría su romance con la televisión y su ascenso a personaje público bajo el apodo de Papuchi, que le otorgó la prensa rosa por sus relaciones con mujeres mucho más jóvenes Llegaría también su boda en secreto a los 86 años con Ronna Keitt, de 42, con la que llevaba once años de relación. Un enlace que no reconoció públicamente hasta que falleció su primera mujer. Y tras él, el nacimiento de su hijo James Nathaniel Iglesias en 2004 y una hija póstuma, Ruth, nacida a los pocos meses de su muerte el 19 de diciembre de 2005.