Dieciséis años tenía el rey Felipe cuando sus padres, los reyes don Juan Carlos y doña Sofía, decidieron enviarle al extranjero a estudiar el C.O.U (el previo a la Universidad). Eligieron el Lakefield College, un internado situado en Ontario (Canadá), donde también había estudiado el príncipe Andrés de Inglaterra. Es decir, la misma edad que estará a punto de cumplir la princesa Leonor cuando recale en el UWC Atlantic College de Gales para cursar dos años de Bachillerato.
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Sin embargo, los tiempos son otros. En la época del monarca no había tanta facilidad para las comunicaciones, no existía Internet, y además se encontraba al otro lado del Atlántico. Así que la experiencia del jovencito Felipe se antojaba, de primeras, mucho más insospechada. Tenía que salir adelante solo… y lo hizo. “Es importante que los hijos salgan fuera, que no se críen sólo en Palacio, a la sombra de los padres”, explicaba entonces su madre, la reina Sofía. Y el que fuera su preceptor durante años, José Antonio Alcina, afirmaba: “Allí tenía que luchar por sí mismo, encontrarse con una situación nueva en la que tuviera que hacer un esfuerzo para vivir solo”. Ingresó en el colegio el 6 de septiembre de 1984 y en su primer día estuvo acompañado por su madre, quien ahora dejaba a su niño volar del nido. Con mucha pena, pero con firmeza. La reina Sofía siempre fue partidaria de que sus hijos estudiasen fuera, como ella misma hizo en Alemania, de que viajasen y se relacionasen con personas de otras culturas…
Teniendo en cuenta que Felipe era el heredero, su formación debía ser especialmente esmerada. Por cierto, el príncipe llegó con el pie derecho escayolado por culpa de un mal paso, de un salto de escalera, en Palma. Allí fueron recibidos por el director y recorrieron juntos las instalaciones. Nuestro enviado especial, Tico Medina, especificaba en aquel momento que “no hubo lágrimas, pero sí una indiscutible cierta tristeza”. No era para menos. Nueve meses eran muchos meses para estar lejos de casa, aunque fuese en un buen colegio. “El príncipe, sin embargo, parecía animado”, decían los que estaban cerca de él.
Nuestra revista hacía cumplido seguimiento de su aventura afirmando que aquel adolescente alto y rubio era “un estudiante más”, que llegaba con sus objetos de deporte, una guitarra en su funda y una flauta, libros para leer y mucha ropa de invierno. Pasados unos meses, Felipe recibió la visita de un equipo de Televisión Española, por entonces la única cadena, para realizar un reportaje sobre su estancia en Canadá. Fue una manera de acercarle más a un país que lo había visto crecer con orgullo.
El príncipe se levantaba muy temprano, a las siete de la mañana, con temperaturas que rondaban los 20 grados bajo cero (entre lagos y nieve), tomaba el desayuno con sus compañeros, que se preparaban ellos mimos, e iba a la capilla, a misa. El jovencito posó con su jersey de polo. Después, empezaba sus clases hasta el mediodía. “El cálculo se me da muy bien y el francés me ha exigido un mayor esfuerzo. Aquí nos expresamos en inglés. Por otro lado, hablaba ya muy bien el alemán, el italiano y el griego” -como decían-. En español hablaba con un alumno de Venezuela y otro mexicano en su día a día.
El estudiante iba a clases y participaba en otras actividades como uno más. El baloncesto le encantaba y se le daba bien (ya por entonces medía alrededor de 1,85 metros; ahora casi 2 metros). Hizo de actor en una obra de teatro del autor suizo Dürrenmatt, pero tampoco se le caían los anillos ejerciendo de tramoyista para funciones protagonizadas por los demás. Entre los nuevos amigos que había hecho citaba al canadiense Chryst Dennis, su compañero de habitación en el colegio, hijo de un operador de Bolsa de Toronto, que se parecía mucho a Superman, interpretado por Christopher Reeves de joven. En ese espacio de estudiante adolescente colgaba un banderín del Atlético de Madrid, el equipo de su corazón desde niño. Para sostenerse disponía de 9.000 pesetas al mes para gastos (menos de 60 euros), que tenía que sacar del banco del colegio.
Cuando salía los fines de semana a visitar alguna localidad cercana a Lakefield, o iba a comprar alguna bebida o golosinas al supermercado, nadie le reconocía. Solo destacaba por su altura, imposible de disimular. “Es tan sencillo y humilde”, contaba la dependienta al saber de quién se trataba. Lo cierto es que el príncipe disfrutó mucho de aquel anonimato. El precio del colegio, según las informaciones del momento, no era superior, anualmente, al millón y medio de dólares canadienses, lo que indicaba que no se trataba de un centro de educación superespecial. Asimismo, el nivel de enseñanza era muy fuerte y había tiempo para vivir, convivir y hacer amigos.
Felipe confesaba también lo que le dijo su padre, el rey Juan Carlos, antes de comenzar esta importante etapa en su vida: “El Rey, antes de venirme aquí, me aconsejó que estudie mucho y que no me olvide de quién soy”.
Tras finalizar en Ontario el primer ciclo de sus estudios, don Felipe inició su formación en las tres Academias del Ejército para mantener la tradición militar de la Corona. Primero estuvo en la Armada, luego en la Marina y, en septiembre de 1987, ingresa en la Academia del Aire, en San Javier (Murcia). Luego estudió Derecho, desde 1988 a junio de 1993, en la Universidad Autónoma de Madrid y, durante el último año, también cursó algunas asignaturas de Ciencias Económicas. No tardó en volver a hacer las maletas para marcharse de nuevo y completar su formación con un Master en Relaciones Internacionales, desde 1993 a 1995, en Washington, en la Universidad de Georgetown. A su graduación asistieron sus padres, los reyes don Juan Carlos y doña Sofía. Hoy es Rey de España y es su hija la que emprende el vuelo.
Probablemente la princesa Leonor también completará estas etapas, necesarias para obtener una cualificación acorde con su condición como Heredera a la Corona. Una trayectoria académica que se completará con una formación militar que le dé los conocimientos necesarios para asumir sus responsabilidades, como en su día hizo su padre. A pesar de estar en Gales, seguirá manteniendo sus compromisos institucionales con España, un complemento más a esta instrucción que forjará a la reina del siglo XXI.