Madrid, 22 de mayo de 2021. El palacio de Liria, la residencia en la capital del duque de Alba se engalana de fiesta para celebrar la boda del año, la que unirá a Carlos Fitz-James Stuart y de Solís y a Belén Corsini de Lacalle en matrimonio. Un ‘sí, quiero’ que pondrá el broche de oro a tres años de discreto y sólido noviazgo. Y que, dada la situación sanitaria actual, contará con una lista de invitados reducida, ya que solo estarán presentes los familiares y amigos cercanos de la pareja. Un enlace que, pese a las diferencias —se celebró en Sevilla y contó con un número mucho mayor de asistentes—, recordará sin duda al de los padres del novio —el actual duque de Alba y su exmujer, Matilde Solís— que ocupó la portada de ¡HOLA!
Sevilla, 18 de junio de 1988. Ha llegado el día más esperado para Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo y de Matilde de Solís y Martínez Campos. Y se cumple el deseo que Cayetana de Alba había expresado tiempo atrás: que su primogénito se casara, algún día, en la catedral de Sevilla.
Asegura la crónica publicada en ¡HOLA! que aquel día el sol fue generoso y que fueron muchos los curiosos que se agolparon a lo largo del recorrido que el novio, junto a su madre y madrina, la duquesa de Alba, y la novia acompañada por su padre, el conde de la Motilla, realizaron en sendos coches de caballos.
Los novios llegaron con una gran puntualidad y entraron a una catedral repleta en la que, en lugar de la clásica marcha nupcial, sonaba Fantasía y fuga en Sol menor, de Juan Sebastian Bach para su entrada. La emotiva ceremonia, oficiada por don Manuel Solís, hermano de la novia, tuvo lugar ante el altar mayor de la catedral hispalense, un privilegio que, en el siglo XX, solo se había reservado a doña Esperanza de Orleáns-Braganza y Cayetana de Alba.
Un vestido sencillo y atemporal
Aseguran los que más saben de vestidos de novia que el diseño debe representar, lo mal fielmente posible, la personalidad de la novia. Algo que logró Cerezal, el diseñador sevillano elegido por Matilde para su gran día. Se trataba de un diseño “en dos telas superpuestas, de seda natural de la India y finísima organza, también natural” con falda de silueta ‘A’ modificada. El escote, redondo en la parte delantera, culminaba en una pico profundo en la espalda, del que nacía una imponente cola de cinco metros, abullonada, que, extendida, ocupaba exactamente los ocho escalones que daban acceso al altar mayor.
Sobre el peinado, realizado por Carlos Rete, la novia lució un sencillo velo de tul y una de las tiaras del fabuloso joyero de la Casa de Alba: la Rusa. “Lució con la cabeza bien alta la diadema de nuestra casa, que poco tiempo después tuve que vender”, señaló la duquesa de Alba en sus memorias.
Mantillas y peinetas para las invitadas
Muchos fueron los invitados que aquel día asistieron a la boda. Su Alteza Imperial doña Esperanza de Orleáns-Braganza, la infanta doña Margarita acompañada de su esposo, el doctor Zurita, duques de Soria, acudieron en representación de la Casa Real española. La marquesa viuda de casa Ulloa y su hija, Adriana Torrez de Silva; Marta Chávarri, marquesa de Cubas; Rocío Jurado junto a su hermano, Amador Mohedano; lord y lady Nicholas Gordon-Lennox, embajadores de Gran Bretaña en Madrid en aquel momento; Rafael Medina, duque de Feria; la duquesa de Solferino; Naty Abascal, duquesa de feria... y un largo etcétera de personalidades que lucieron sus mejores galas.
Una de las anécdotas más divertidas de la jornada hace referencia al despliegue de mantillas y peinetas que aquel día se vio en Sevilla. Relata la crónica de ¡HOLA! que por las calles de la capital hispalense se escuchó una copla improvisada que decía “Nunca tanta mantilla se diera cita/por las calles y plazas de mi Sevilla/ ...como se dio en la boda de la Motilla”.
Un menú de platos fríos
Poco después de las nueve y media de la noche la pareja abandonó la catedral de Sevilla para festejar con sus invitados que ya eran marido y mujer. Una celebración que tuvo lugar en el palacio de los padres de la novia y en la que se sirvió una selección de aperitivos fríos regados con vinos de Domecq, refrescos y cerveza. El resto de la cena consistió en seis platos: medallones de langosta gigante a la peck, dos salsas con cama de endivias; salmón marinado hecho especialmente para el banquete con una salsa de mostaza; salmón ahumado con guarnición del chef; roastbeef a la inglesa con salsa Cumberland decorado con hojaldre; solomillo a la piña; una suprema de pechuga de poularda al foie; además de tres ensaladas diferentes. A los postres se sirvió tarta de profiteroles con un velo de caramelo preparados por la casa Juliá a base de crema y salsa de chocolate. Todo ello regado por una selección de los mejores vinos.
Una cena compuesta por platos fríos que, tal como se explicaba en ¡HOLA! fue así “dada la configuración del palacio de los padres de la novia y el elevado número de invitados, ya que suponía un riesgo para las cocinas”.