Casi cuarenta años después de su muerte, la inmensa figura del pequeño Truman Capote sigue fascinando al mundo. El documental The Capote Tapes, que acaba de estrenar la plataforma Filmin en España, ha vuelto a poner de actualidad al autor de Desayuno con diamantes y A sangre fría. El filme rescata testimonios antiguos e inéditos de amigos y enemigos del “diminuto diablo”, un apodo que resumía bastante bien sus atributos más evidentes: un metro cincuenta y cinco de estatura y una lengua más larga y afilada que el puente de Brooklyn.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
The Capote Tapes retrata la vida dickensiana del artista y su auge y caída: desde su infancia solitaria y marginal en un pueblo perdido de Alabama hasta su fallecimiento en una lujosa mansión de Bel Air, ya convertido en un monstruo sagrado, incapaz de terminar su última novela (Gore Vidal calificó su muerte como “una jugada maestra”). Capote fue el rey de la sociedad neoyorquina durante casi tres décadas y el documental dedica todo un capítulo a la noche de su coronación: el Baile Blanco y Negro que organizó el 28 de noviembre de 1966. ¡HOLA! cubrió aquella mascarada lujosa y extravagante, “la mejor fiesta de la historia”.
“Cuando sea rico y famoso voy a dar una fiesta para la gente rica y famosa de verdad”, dijo Capote cuando comenzó a escribir en el Nueva York de los años 40. Su sueño se hizo realidad en 1966, tras publicar A sangre fría. La novela de no ficción sentó las bases del Nuevo Periodismo y convirtió al autor en un hombre millonario. Para celebrar su nueva cuenta bancaria, pergeñó el Baile Blanco y Negro, una fiesta en honor a Katharine Graham, editora del Washington Post.
“Personalidades del mundo político, financiero, cultural y artístico se dieron cita en los elegantes salones del Hotel Plaza de Nueva York para participar en el fabuloso baile de máscaras ofrecido por el célebre novelista norteamericano Truman Capote, el bajito autor de bestellers como Desayuno con diamantes y A sangre fría, su último libro, que le ha proporcionado ya más de 125 millones de pesetas”. Así comenzaba la crónica que publicó ¡HOLA! en noviembre de 1966.
Una fiesta para 528 invitados
“Capote quiso reunir a 528 de sus más íntimos amigos, causando no poco despecho en muchos más que se creían con derecho y méritos suficientes para haber sido invitados y no lo fueron”, revelaba el cronista de ¡HOLA!. “No pocos de ellos hicieron saber que tenían ‘compromisos anteriormente contraídos’ en Acapulco o Jamaica para no estar aquella noche en Nueva York ni en los Estados Unidos siquiera, sin ir a la famosa party del escritor”.
The New York Times publicó íntegramente la lista de invitados. Andy Warhol fue uno de los primeros en llegar. Frank Sinatra entró del brazo de su mujer, una jovencísima Mia Farrow. Lynda Bird, hija del presidente Johnson, lo hizo con los agentes del servicio secreto de la Casa Blanca. La princesa Lee Radziwill asistió sin su hermana, Jackie Kennedy. “Prefirió no ir. El mes de noviembre es demasiado triste para ella”, apuntaba ¡HOLA!. Audrey Hepburn, enemistada con Capote por las críticas a su papel en Desayuno con diamantes, tampoco se presentó. “El aeropuerto de Nueva York hervía de jets privados provenientes de París, de Londres, de Roma… Apellidos como los de Vanderbilt, Ford y Guinness fueron apareciendo en el salón de baile del Plaza”. Gianni y Marella Agnelli, los duques de Windsor, Norman Mailer… Nadie quiso perderse la mejor fiesta de la historia.
Salchichas y espaguetis
Aquella fría noche de noviembre, los ricos y famosos se sometieron a los divertidos caprichos y excentricidades de su anfitrión. “Como requisitos para la entrada se exigía, además de la invitación, llevar antifaz blanco o negro y, en las señoras, además, traje de baile blanco o negro”, explicaba ¡HOLA!. Los invitados tuvieron que llevar las máscaras hasta la medianoche, cuando Capote ordenó que se dejaran en el guardarropa. Él fue el único que no se puso ninguna (solo para la foto) porque consideraba que ya usaba su propia “máscara figurada todos los días”. La princesa Luciana Pignatelli tampoco llevó una, para así poder lucir el fabuloso diamante de sesenta quilates de Harry Winston que colgaba sobre su frente.
La cena se sirvió pasadas las 12.00 de la noche, cuando todos ya habían bailado, bebido y hablado más de la cuenta. Capote tuvo la gran idea de que el menú estuviera compuesto de salchichas, espaguetis con albóndigas y pollo “hash”, unas de las especialidades del Plaza y su plato favorito. También se abrieron casi quinientas botellas de champagne (una por invitado). Nadie sabe cuándo termino la fiesta, blindada por un ejército de seguridad. Tres días después, los huéspedes del hotel neoyorquino seguían cruzándose con grandes damas enmascaradas y príncipes vestidos de esmoquin.
Truman Capote murió el 25 de agosto de 1984. Tenía 59 años. Al entierro asistieron muchos escritores -John Gregory Dunne, Joan Didion, Christopher Isherwood-, pero casi ninguno de los 528 invitados del Baile Blanco y Negro de 1966. Los ricos y famosos no le perdonaban su último libro, Plegarias atendidas, en el que desvelaba terribles secretos de sus amigos más poderosos: crímenes, amoríos prohibidos… El deprecio de la alta sociedad fue su peor condena. “La gente va a preguntar ¿de qué murió?”, dijo Artie Shaw en el funeral. “Murió de todo. Murió de vivir una vida plena, profunda y rica”. También murió de tristeza.