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Para disfrutar de un buen vino no hay que ser un experto, pero sí saber lo que se bebe.
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Innumerables marcas, etiquetas que parecen indescifrables, nuevas denominaciones en alza, precios disuasorios para el neófito... El universo enológico es extenso y complejo. ¡Hay que perder el miedo y atreverse a probarlo todo!, tomando, eso sí, las debidas precauciones. He aquí algunos consejos prácticos para lanzarse al ruedo y no salir corneado. No le convertirán en un catador infalible de la noche al día, pero sí pueden ayudarle a sacar el máximo partido a cada trago y aprender a maridarlo con distintos platos.
¿Todos los vinos son iguales?
En absoluto. En su libro Cómo disfrutar del vino (Editorial Folio), el experto mundial Hugh Johson distingue hasta 11 clases distintas de vinos finos (en oposición al vino de mesa basto) y explica que estos cambian en función de la uva, la región, el cuidado de la cepa, la técnica de elaboración y, por supuesto, la cosecha.
Puede haber blancos secos y sencillos (en España, los de Rueda); blancos aromáticos con sabor afrutado o floral (el albariño gallego); blancos espumosos (cava); blancos con cuerpo y carácter, sometidos a veces a crianza en barrica (chardonnays de Navarra, Somontano o Penedés); rosados (son famosos los de Navarra); tintos jóvenes auvados (cosecheros de la Rioja alavesa y similares); tintos de cuerpo medio o ligero, envejecidos brevemente en madera (un crianza clásico de Rioja, por ejemplo); tintos más oscuros de gran cuerpo y mayor crianza (como un reserva de la Ribera del Duero o el Priorato); vinos dulces naturales (moscatel de Alicante o Navarra) y vinos dulces generosos con adición de alcohol (oloroso o pedro ximénez de Málaga y Jerez).
Hay sin duda más clases, pero éstas son las generales y a cada una le va bien una comida determinada más allá del tópico blanco-pescado / tinto-carne. En cualquier caso, si va a tomar más de uno -que es lo divertido-, el orden aconsejable es el que hemos seguido en la enumeración.
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