Existen símbolos universales que, sin importar tu procedencia, sabrás identificar de inmediato: el ‘emoji’ sonriente, la señal de la paz… ¿Y si te pidiera que pensaras en un logotipo de moda? Ha pasado más de un siglo desde que Louis Vuitton esbozó, con una sencilla flor y sus iniciales, un grafismo que a día de hoy se sostiene como sinónimo de lujo. Es tan reconocible que no hace falta verlo claramente para saber que, en esta imagen, Rihanna lleva un bolso de esta firma francesa. Eso sí, con el monograma difuminado, como si lo hubiese sacado de un sueño. Así lo concibió el desaparecido exdirector creativo de la casa, Virgil Abloh, uno de los tantos sucesores de la dinastía Vuitton que redefinió este emblema del lujo moderno. En las películas de Audrey Hepburn, los looks de las celebrities o cada rincón de las redes sociales, la lona Monogram está presente y en constante evolución.
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El monograma, la máxima expresión de lujo
Más comúnmente, asociamos los monogramas con los productos de ciertas firmas de alta gama, aunque también pueden estar presentes en cuadros de reconocidos pintores, bienes de familias adineradas y prácticamente cualquier artículo de lujo que se te ocurra. Se sabe que las familias reales utilizaban estos símbolos para identificar sus cartas personales, enseres domésticos e incluso sus prendas de vestimenta, un detalle que no pasaría desapercibido mucho después para los grandes pioneros de la moda contemporánea.
Una vez que la burguesía decimonónica adquirió los medios para personalizar los elementos de sus casas con monogramas, como hacían los antiguos monarcas, resurgió la demanda de piezas hechas a mano por encargo, contrario a lo que buscaba la revolución industrial. Por suerte, allí estuvo el empresario Louis Vuitton para atender a sus plegarias, haciendo de sus iniciales un sello de estatus tan reconocible que, 150 años después, todavía es sinónimo de la más exquisita artesanía.
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En 1858, el empresario ideó una maleta con estructura de madera de álamo sobre la cual se había cosido a mano una lona gris Trianon de altísima calidad, al que añadió esquinas metálicas, asas, anaqueles, entre otros detalles tan prácticos como estéticos. Su interior estaba diseñado para que cualquier complemento del elegante vestir de la época fuese transportado con sumo cuidado sin mucho esfuerzo y, por si esto fuera poco, sus clientes podían personalizar el equipaje con sus propias iniciales pintadas a mano. Había llegado el baúl de Vuitton y, con él, el viaje moderno.
No tardó en ganar fama entre la alta sociedad tras ser nombrado proveedor de equipaje de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, quien sería crucial para su desarrollo comercial. Pero un nuevo capítulo empezó para la firma cuando tuvo que enfrentarse al fenómeno de las imitaciones, que ahora resulta casi ineludible, pero que por aquel entonces era toda una novedad.
Ha nacido un icono: la lona 'Monogram 'de Louis Vuitton
La mejor defensa de la empresa para luchar contra la imitación fue, y lo sigue siendo, la innovación: nuevos cerrojos imposibles de forzar, percheros incorporados, múltiples cajones, diseños distintivos e impermeables, tamaños versátiles… Y todo ello antes de que existiesen las maletas de cabina o siquiera los automóviles modernos. Su atención al detalle distinguió rápidamente a Louis Vuitton entre sus competidores, pero es aquel eterno logotipo ‘LV’ lo que realmente ha hecho perdurar el legado de la firma.
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En 1896, Georges Vuitton, sucesor del fundador, pasó semanas dibujando diferentes motivos que pudiesen identificar a la marca hasta dar con un diseño inspirado en los tradicionales emblemas japoneses, en línea con el afán orientalista del arte del siglo XIX. Se trata de un círculo alrededor de una flor de cuatro pétalos, rematada con las iniciales entrelazadas de su padre, que había muerto años antes. Inmediatamente, el símbolo recibió el nombre de Monogram y se convirtió en el primero de su tiempo.
La lona fue registrada como diseño en 1897 y en 1905, como marca, lo que permitió a Vuitton huir de los estampados convencionales que habían estado empleando, como los cuadros de damero (aún vigentes) o las líneas rectas, que ya en esa época se hacían fáciles de copiar.
Pasión por la logomanía
Adelantemos el tiempo. Pasadas las décadas en las que la moda estaba reservada para unos pocos afortunados, el derroche estético de los años ochenta llevó el furor por los logos a otro nivel y las firmas comenzaron a estamparlos por todas sus prendas (camisetas, vestidos, jerséis, cinturones…) como máxima expresión de estatus. ¿Te suena familiar?
No dista mucho de lo que vemos a día de hoy en las redes sociales. La visión romántica que la Generación Z tiene de otros tiempos por su representación performativa en fotos y vídeos, ha traído consigo la reaparición de piezas icónicas que marcaron otras décadas. Y las marcas no son ajenas al fenómeno: son constantes las reediciones de sus accesorios bestsellers con el objetivo de satisfacer este sentimiento de los nuevos compradores, así como despertar cierta nostalgia en la clientela veterana.
Son los bolsos que más se revalorizan
El acelerado ritmo del mercado ha hecho accesible hasta la tendencia más vanguardista, por lo que distinguirse es cada vez más difícil. No basta con comprar la última novedad de las pasarelas. Como resultado, tanto millennials como centennials están apostando por la recuperación de piezas especiales, antiguas o de colección. Así, los jóvenes han afianzado su relación con las creaciones exclusivas. No es coincidencia que la aplicación de reventa de lujo Rebag posicione a Louis Vuitton como apuesta segura a la hora de invertir, siendo la segunda firma de moda que mejor se revende en la plataforma después de Hermès.
De hecho, los dos productos más buscados en Vestiaire Collective son el Speedy y el Neverfull, ambos modelos bestseller de Louis Vuitton. Así lo justificó Sophie Hersan, directora de moda y cofundadora de la plataforma de lujo vintage: "Los bolsos clásicos o atemporales son una inversión segura ya que nunca pasan de moda ni pierden valor".
La evolución de la lona 'Monogram'
Centrada en la constante reimaginación de sus símbolos representativos, el historial de la maison acumula alianzas virales con artistas internacionales, una tradición presente desde los tiempos de su fundador, cuando se confeccionaban artículos de viaje personalizados para directores o cantantes de ópera, entre otras personalidades célebres.
No fue sino hasta 1997, cuando Marc Jacobs asume la dirección creativa de la primera línea de ropa de Louis Vuitton, que la marca se atreve con juguetonas interpretaciones de su lona insignia, diseños rompedores que se convertirían muchas veces en auténticas piezas de culto para coleccionistas, como si de una obra de museo se tratase.
Para las casas de lujo históricas de Europa, su logo es mucho más que una abreviatura de su identidad. Con el paso de los años, estos iconos han adquirido un sentido religioso, casi sacrosanto, que contiene en su sencillo diseño toda una filosofía. Pero el cambio de milenio trajo consigo un cambio de paradigma cuando Jacobs hizo lo impensable, lo único que, como director creativo, se le tenía prohibido: se metió con el logo.
El objetivo era empaparse de nuevas influencias sin perder la herencia de la firma. Y es que, finalmente, esa constante reinvención se convirtió en una de sus señas de identidad. Los productos de Louis Vuitton son fácilmente reconocibles por el monograma centenario, pero también por las distintas versiones que han nacido del mismo, tan transgresoras como en su momento fue la lona original.
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Las claves de rejuvenecer lo eterno
Un punto de inflexión para Jacobs fue su alianza con el diseñador estadounidense Stephen Sprouse, que consistía en alterar la clásica lona de Louis Vuitton con un vistoso estampado de graffiti, dos símbolos de orígenes prácticamente contrarios. La prueba de fuego sería la presentación de la colección Primavera/verano 2021, pero el Monogram Graffiti, como se bautizó a esta primera colaboración, estaba destinado a convertirse en superventas. El diálogo entre ambos diseñadores sembró la revolucionaria idea de fusionar la moda de élite con las expresiones de la contracultura.
Atrajo a una clientela joven, moderna, a la vez que le ofrecía a los compradores de toda la vida algo fresco, pero compatible con sus valores más tradicionales. Jacobs lo llamaría ‘esnobismo antiesnob’ en una entrevista con la periodista Sarah Mower en la edición estadounidense de Vogue. Dos décadas más tarde, estas piezas se venden en las plataformas multimarca de lujo por el doble, incluso el triple, de su precio original.
Con una búsqueda rápida, encontramos que el modelo Graffiti Pochette está publicado en Farfetch por casi 1.350 euros, cuando inicialmente se valoró en alrededor de 650 euros, mientras que el Graffiti Speedy, uno de los modelos más cotizados, roza los 5.000 euros.
Los bolsos más deseados de la moda 'Y2K'
El segundo golpe llegó en la colección Primavera/verano 2003 de la firma. Jacobs, no contento con el avasallante éxito de su primera colaboración, contó con la mente creativa del japonés Takashi Murakami para crear la lona Monogram Multicolore: el tradicional logo se teñía de hasta 33 tonalidades diferentes.
Lindsay Lohan, Jessica Simpson, Paris Hilton… Todas las madres fundadoras del movimiento 'Y2K' se obsesionaron con las coloridas reinvenciones de la marca, tanto así que la heredera no salía de casa sin alguno de sus muchos ejemplares. Como ídolos mediáticos, estas divas del nuevo milenio cubrieron necesidades juveniles de identificación, arraigo o apropiación de cierto estilo de vida, fijando pautas de comportamiento que podemos resumir simplemente en: necesito ese bolso.
Momentazos que marcaron la historia
Y es que, con el revival de la moda dosmilera, Louis Vuitton ha dado lugar a más de un momento icónico de la cultura ‘pop’. En 2020, la protagonista de The Simple Life se reunió con su examiga Kim Kardashian para recrear uno de sus antiguos posados de paparazzi, enfundadas en estos chándal de velour rosa al estilo de Juicy Couture. La intención era promocionar la nueva línea de SKIMS, pero lo que realmente resalta a la vista son, sin duda, sus relucientes bolsos Monogram Miroir Alma.
Fruto de la colaboración con la artista Sylvie Fleury, quien había realizado una escultura metálica con la forma del bolso Keepall, estas creaciones de la colección Otoño/Invierno 2006-2007 fueron el pináculo estético de una época en la que el brillo jamás podía quedarse fuera de tu look.
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Desde la revolución del streetwear que supuso su entrega con Supreme hasta la renovada asociación con la japonesa Yayoi Kusama, cada una de las alianzas de Louis Vuitton tiene su razón de ser. Al intervenir el histórico monograma, estos artistas han dado forma a un proyecto propio y, a la vez, nuestro. La lona estampada, inmutable en su esencia, es también un retrato de nuestro tiempo y de los que vendrán.