JESÚS PUENTE: UN HOMBRE BUENO

26 OCTUBRE 2000
Podía haber sido cualquier cosa en la vida, pero estaba escrito que sería actor independiente, inclasificable y un presentador de televisión querido hasta decir basta. Del teatro al cine, del cine al teatro, del teatro a la publicidad –el hombre calvo de un atún en lata– y de la publicidad a los programas estrellas de televisión desde los que se encargó de romper audiencias:Su media naranjay Lo que necesitas es amor.

Un héroe de la escena
Estudiaba medicina. Un día perdió el tranvía que iba a la Universidad. Un tranvía que se llamaba el mil uno. Para matar el tiempo fue a dar una vuelta. Se encontró con un cartel que decía: "Apúntate al TEU". No sabía casi ni lo que era pero se apuntó y, pasados unos meses, le llamaron para los ensayos…

En su familia no había antecedentes artísticos ni relación con los ambientes teatrales, pero Jesús cayó subyugado ante el poder de los escenarios y tiró por la borda sus cuatro años de medicina. La escena lo pudo todo –incluso con su segunda vocación, los toros– y el señor Puente se dispuso a ser uno de los mejores. Recorrió pueblos, protagonizó obras de Calderón y de Lope, entremeses de Cervantes, comedias y dramas y sobrevivió, como un héroe, en una profesión liberal y caprichosa.

El corazón de todos los españoles
Pasaron los años –medio siglo sobre las tablas– y como el mundo teatral está lleno de Tenorios y Segismundos, Puente debutó, en los noventa, en televisión y se hizo con el corazón de todos los españoles.

Y, ahora, éstos le llorarán porque era un hombre bueno y sencillo… Pudoroso y serio. Entrañable y muy interesante… Y porque su corazón se cansó demasiado pronto. Jesús Puente se ha marchado casi al mismo tiempo que Chanquetey, a lo mejor, ahora aprovechan para ir a pescar… O para hablar de las siestas que ambos se echaban en las tardes de verano. O de las ricas comidas que hacía Licia Calderón, la mujer de su alma… y de antigüedades y pintura porque, por el arte, sí que moría Jesús.

Una existencia hecha a medida
La vida fue generosa –aunque podría haberle regalado unos años más– y él pudo hacer y deshacer a su antojo. Pudo ser bohemio y libre. Pudo presumir de no haber usado pasaporte ni carné de conducir… De haber practicado la indolencia con la burocracia y el papeleo. De no atender a formalidades y de no aceptar cumplidos –“no hay que perder los papeles. Yo sólo me vanaglorio de mi calvicie”, decía–… De haber sido lo que quiso ser. De haber ejercido como humilde. De haber vivido entre árboles rodeado de animales y de arte. De haber contemplado a su hija Chesu como quien contempla la mejor obra que uno puede hacer en la vida. Y de haberse pasado la mano por la nítida calva, aclarando orgulloso que jamás se había comprado una loción capilar.

Jesús Puente murió en la madrugada del 26 de octubre. Se fue con la misma melancolía indescifrable con la que vivió. No sin antes escribir con su pluma –le gustaba sentir el rasgar de la tinta sobre el papel– sus mejores palabras de amor para las dos mujeres de su vida, Licia y Chesu, y, también, para Ágatha y Jesús, los hijos nacidos de su unión matrimonial con la actriz María Jesús Rubio.