Hay muchos rasgos de personalidad, que se forman cuando nos comportamos de determinada manera ante diversas situaciones. Una de ellas, es la de la dominancia. Hay personas que tienden a imponer su criterio ante los demás. Pueden mostrarse inflexibles y, en ocasiones, puede ser difícil convivir con ellas. De este forma de ser nos habla la psicóloga Aída Rubio, directora del Servicio de Psicología y Psicología Sanitaria en TherapyChat. La experta nos dará algunos consejos para poder gestionar mejor la convivencia si nuestra pareja es dominante.
¿Qué es ser dominante?
La dominancia es una característica de personalidad que se puede poseer en diferentes grados.
Algunos de los tests de evaluación de la personalidad más reputados arrojan un poco de luz para ayudarnos a definir cómo es una personalidad dominante. Por ejemplo, el test 16-PF de Cattell nos habla de que la persona con alta puntuación en dominancia sería aquella que busca imponerse y controlar a los demás; se siente bien en situaciones de poder y además es una persona muy segura de sí misma, y por ello suele mostrarse competitiva e, incluso, agresiva.
Podríamos decir que la persona dominante es lo opuesto a una persona conformista, y precisamente el test de personalidad NEO define a la persona inconformista como aquella que no se muestra cooperativa ni empática, y que incluso puede mostrarse altiva y poco humilde.
En términos generales este sería el perfil de una persona dominante. Pero recalco de nuevo que una persona puede ser dominante en diferentes grados y expresar este carácter dominador de diferentes maneras. Así hay personas que se imponen de una manera más ruda y directa (el autoritario); pero tenemos aquellas otras personas que son capaces de contener sus impulsos y hacer un uso de su dominancia de una manera más discreta y sutil (el manipulador). Igualmente, una persona dominante, puede tener componentes muy positivos si, por otro lado, compensa este rasgo con una mayor amabilidad, trabajo de la empatía, etc.
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¿Por qué se genera este tipo de personalidad?
Las investigaciones dicen que nuestras características de personalidad vienen determinadas por:
- Nuestra herencia en un 40-50%.
- El otro 50-60% restante es aprendido a partir de las experiencias educativas en el núcleo familiar, pero también fuera de él. Por eso, los factores de socialización y culturales tienen un importante peso en este sentido.
Hablando de los factores culturales: si pensamos en las sociedades matriarcales y las comparamos con las patriarcales, encontraremos que el rasgo de dominancia se expresa en función del género de diferente manera en unas y en otras.
En cuanto a los factores educativos, la personalidad dominante puede generarse de diferentes maneras. Un entorno familiar castigador de las emociones, autoritario, en el que se aprende que la forma de relación con los otros es el control, puede ocasionar que una vez en la edad adulta la persona siga perpetuando estos patrones aprendidos. Pero ojo, también podemos encontrarnos con que la educación excesivamente indulgente, en la que se teme dar un “no” al niño para no frustrarlo, puede dar lugar a la aparición del “niño tirano”, que no reconoce ninguna figura de autoridad y utiliza la agresividad para conseguir lo que quiere. Estos niños tiranos no se desprenderían en la edad adulta de estos aprendizajes tan tempranos, y serían adultos con poca capacidad para gestionar el “no”, la frustración y asimilar que sean otros los que pongan las normas.
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¿Por qué se dice que los hombres son más propensos a tenerla?
Volviendo a los factores de socialización, en nuestra sociedad predomina aún en día la cultura patriarcal. Aunque actualmente se trabaja mucho en materia de igualdad, es una herencia que recibimos y que deja su huella en posteriores generaciones. Estos factores culturales repercuten en los roles de género que se asumen, entre otras cosas.
Al aplicar a amplias poblaciones las Escalas de Adjetivos Interpersonales de Wiggins, se ha encontrado que hombres y mujeres difieren en algunos aspectos de personalidad. Centrándonos en los que nos interesan aquí:
- Los hombres dan puntuaciones más altas en dominancia y arrogancia.
- Mientras que las mujeres lo hacen en inseguridad, dependencia y amabilidad.
Así mismo, los estudios realizados con el Inventario MIPS de personalidad confirman que:
- Los hombres tienen puntuaciones más elevadas en control, mientras que las mujeres las tienen en sometimiento. Un nivel más alto de control define a aquellos que son más enérgicos, dominantes, agresivos, intrépidos, competitivos, ambiciosos y obstinados.
- Por otro lado, los hombres mostrarían tener una motivación en mayor medida orientada a satisfacer sus propias necesidades y serían más independientes, frente a la mujer que tendría una tendencia mayor a proteger a los demás.
¿Cuáles son las ventajas y los inconvenientes?
De nuevo, para responder adecuadamente, debemos tener en cuenta la intensidad en que el individuo presenta el rasgo de dominancia. Ya que una persona dominante al extremo puede resultar déspota y no poder llegar a establecer relaciones íntimas.
Pero si hablamos de una persona medianamente dominante, algo dentro de lo que consideramos los límites sanos, podemos encontrar una serie de ventajas, además de las desventajas.
- Puede encontrar más fácil desarrollar sus ambiciones y cubrir sus necesidades.
- La seguridad en sí mismo es un plus muy importante, y se manifiesta en sus decisiones y cómo las mantiene con firmeza.
- Se muestra enérgico, audaz, determinado y persistente en que se resuelvan las cosas como cree que le favorecen a él o a la causa en la que esté involucrado.
- Puede permanecer más firme y resolutivo ante las crisis.
- Contar con una persona dominante en momentos difíciles puede actuar como amortiguador del estrés. En la naturaleza siempre han existido las relaciones de dominancia-subordinación y este es uno de los motivos. La existencia de estas “jerarquías” en las relaciones y el liderazgo establecido da un marco en el que las personas saben predecir cómo deben actuar, y esto les da seguridad.
Como desventajas, podemos nombrar las siguientes:
- La dominancia debe ser un rasgo que aprender a manejar bien para no incurrir en falta de diplomacia con los otros.
- La persona dominante, si se muestra demasiado inflexible, puede encontrar oposicionismo por parte de los demás. Por eso debe esforzarse en abrir su mente a otras opiniones y verdades.
- En ocasiones el coste personal a nivel social puede ser elevado. Una personalidad dominante puede llegar a resultar un muro difícilmente franqueable para lograr intimidad en las relaciones.
- La persona dominante puede tener problemas para dejarse ayudar o para ayudar a otros. Debe aprender a delegar, a repartir responsabilidades, a pedir ayuda y a trabajar en equipo en todos los contextos de su vida, desde el laboral al familiar.
¿Cuáles son las consecuencias en la pareja?
Aunque a priori, desde una sociedad actual que busca la igualdad en todos los campos, no suene deseable tener una pareja dominante, la realidad no es así de sencilla. La dominancia no implica violencia per se y, de hecho, los estudios reflejan que hay más probabilidad de enfrentamiento en parejas en las que los niveles de dominancia están muy equiparados, ya que chocan más en un intento por dominar.
Hay quienes buscan tener parejas dominantes, ya que, como hemos visto, es un rasgo que tiene ciertas ventajas y también para la pareja. En este sentido, las investigaciones nos hablan de varios motivos por los que una persona puede buscar una pareja dominante que la compenetre y que le aporte beneficios a su vida:
- Por un lado, desde la teoría de la selección natural se explica que las mujeres puedan mostrar una mayor tendencia a buscar hombres dominantes, y más en el punto álgido de su ciclo menstrual. ¿El motivo? En la naturaleza, y nuestros antepasados no eran menos, se valora positivamente al líder, al individuo de carácter más dominante y fuerte del grupo. Un referente de protección y… con unos mejores genes.
- Por otro lado, investigaciones más recientes han encontrado hay variables individuales que afectan al margen de las posibles diferencias de género, hay dos perfiles de personas (hombres y mujeres) que pueden preferir tener una pareja dominante a su lado:
- Las personas más impulsivas, que toleran peor el aburrimiento y que quieren vivir experiencias. Como hemos dicho, la persona dominante es enérgica, activa y audaz, con lo que estaría en principio en disposición de cubrir esta necesidad de emociones que necesitarían estas personas.
- Las personas con una ansiedad elevada pero con poca necesidad de búsqueda de emociones. Para ellas, una manera de gestionar esta emoción sería contar con un regulador externo: una persona dominante, protectora y segura de sí misma.
Así pues, como vemos, las consecuencias pueden incluso ser positivas, ya que una pareja será sana siempre y cuando ambas partes se complementen en sus diferencias individuales, se aporten la una a la otra y, con ello, logren ser felices.
Como última puntualización, y para que la pareja mantenga al margen las fricciones lo máximo posible, la persona dominante debería tratar de trabajar una disposición más generosa hacia la pareja y menos individualista; que facilite la negociación de normas y el acoplamiento de los roles de la pareja. Si, por el contrario, se desmadrara la dominancia de esta persona y su egoísmo, podrían aparecer conductas abusivas y dictatoriales; ahí es cuando la dominancia deja de estar al servicio de la pareja y aparece el problema.
¿Cómo convivir en pareja?
Si ambos sois personas dominantes, seguramente os lleve más tiempo lograr el acople necesario para no discutir por las cotidianidades, sobre todo al comienzo de la relación. Para llegar a buen puerto sería bueno:
- Hablad clara y directamente de este choque de poder y estableced una serie de pautas y normas para la relación. Por ejemplo, distribuid en qué cuestiones toma uno las decisiones y en cuáles las toma el otro. Así evitareis entrar en luchas de poder continuamente.
- Estableced vuestro propio ritual de negociación, así cuando el ambiente comience a calentarse podéis parar la situación e iniciar vuestra negociación. Por ejemplo, os puede ayudar tener una palabra de seguridad que ayude a parar el enfrentamiento y marque el comienzo de la negociación o indique que la posponéis a un momento menos intenso.
- Haced un esfuerzo consciente por empatizar con el otro. La empatía es una habilidad que se puede entrenar y mejorar.
Todos estos consejos son igualmente útiles para parejas en las que hay un rol dominante y otro sumiso o de apoyo, pero además:
- Es bueno dedicar un tiempo propio y tranquilo para la toma de decisiones en común, de modo que el dominante no sea el que tenga todo el peso de las decisiones y no se acostumbre a hacerlo de una manera totalmente unilateral. Que una persona sea dominante no quiere decir que la persona de apoyo no pueda aportar ideas o no pueda tomar ciertas decisiones. Por ejemplo, a la hora de decorar el hogar se puede estipular que uno tendrá la última palabra en cuestiones de tecnología y otro en las funcionales, pero siempre tras una puesta en común.
- Igualmente hay que establecer unos límites en cuanto a qué actos de dominancia son tolerables y cuáles no, y esto forma parte del juego de conocimiento y acoplamiento de la pareja.
- Por norma, no hay que ceder ante imposiciones autoritarias o antes aquellos comportamientos que no se consideren tolerables, ya que se estarían sentando las bases para crear una dinámica en la relación que podría perpetuarse y dañar tanto a los individuos como a la pareja.
- Ante todo, la asertividad debe estar presente en ambas partes, incluso en la persona de apoyo. Ambos deben conocer cómo dirigirse a su pareja para mostrarse negociadores y comprensivos. Hilando con esto, a la hora de dirigirse a la parte dominante en una negociación, quizás sea más útil apelar a argumentos racionales en vez de emocionales, y no sacar trapos sucios.