¿Tú también sientes que cuando estás estresada comes mal, comes peor y eso repercute en tu peso? No estás sola. Sin duda, el estrés puede influir en nuestros hábitos alimenticios y, en consecuencia, hacer que ganemos kilos.
En líneas generales, Mª del Mar Cinto Gallarín, socia de @idoupsicologia, psicóloga sanitaria y dietista-nutricionista, nos cuenta que esta relación estrés-ganancia de peso es un patrón lógico que puede producirse. “Lo que hemos de entender es que cada individuo tiene sus propios métodos de afrontamiento y en ocasiones estos pueden derivar en conductas estereotipadas. La conducta de picotear es una conducta muy inconsciente. En este sentido, cuanto menos trabajada está la problemática y, por tanto, cuanto menos consciente es, más opciones tenemos de caer en conductas como la del picoteo impulsivo que pueden terminar por producir un incremento de peso”, añade.
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El estrés y las hormonas
Coincide Carolina Imedio, licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Madrid, coach de salud y nutrición, que nos explica que el estrés crónico es un conocido factor de riesgo para el desarrollo de obesidad, especialmente de obesidad abdominal, tal y como confirman numerosos estudios, que han estudiado la relación estrés-obesidad no solo en adultos, sino también en niños y adolescentes.
“Como en casi en todo en medicina, no existe una única causa. Existen varios factores que se retroalimentan. Simplificándolo mucho podríamos decir que el estrés crónico produce una desregulación hormonal. El cortisol, conocida como la hormona del estrés, se eleva, provocando una redistribución de la grasa de la región abdominal, y aumentando el apetito con preferencia hacia alimentos de alta densidad energética, ricos en grasas y azúcares. Igualmente se ve incrementada la grelina, la ‘hormona del hambre’, contribuyendo a aumentar la ingesta. Otro factor implicado es la mala calidad del sueño frecuentemente asociado al estrés crónico. Un mal descanso nocturno nos lleva a hacer malas elecciones alimentarias”, apunta la doctora.
Así influye el estrés en nuestro peso
“El estrés es una reacción natural del organismo ante una situación que entendemos como amenazante. Así como hay estrés, puede haber tristeza, rabia o miedo. Todas esas emociones desagradables pueden estar asociadas al estrés. A veces incluso llamamos estrés a situaciones que realmente no lo son, pero sí que tienen cierta negatividad asociada”, nos detalla la psicóloga, que añade que el trabajo es, hoy en día, uno de los mayores estresores que existe. Nuestra sociedad se apoya en el trabajo como el principal motor para todo (generar riqueza y estatus, mantener el hogar, etc.). Por tanto, es normal que sea uno de los principales ámbitos donde se concentren las emociones negativas cuando algo no va bien.
“En relación a esto, el acto de comer es, por decirlo de algún modo, el 'trabajo' natural por el cual nutrimos y enriquecemos nuestro cuerpo y mente. Esa energía que ganamos suele ser usada precisamente para nuestro desempeño laboral. Así, es normal asociar que, a mayor estrés laboral y mayor necesidad energética, mayor estrés nutricional. A esto se pueden sumar otras problemáticas. El entorno de trabajo puede ser un entorno socialmente disfuncional y el acto de comer es un acto social por naturaleza (compartir la mesa es compartir cultura e intimidad). Así, tenemos que añadir toda esa capa social a las diversas problemáticas o carencias que pueden aparecer alrededor del trabajo y el comer”, matiza.
Hambre emocional
La psicóloga nos cuenta que el hambre emocional como el propio nombre indica tiene que ver con la comida y con nuestras emociones. “Existen dos fenómenos asociados al hambre emocional: primero, separar las emociones de la comida y viceversa; segundo, asociar el hambre emocional al hecho de sufrir o la ansiedad. Sin embargo, en relación al hambre emocional podemos experimentar emociones agradables. Por ejemplo: comerte un buen gazpacho casero con tortilla de patata puede trasladarte al verano. Saborear una onza de chocolate puede nutrir nuestro espíritu y corazón. Eso es hambre emocional o el comer emocional, y puede estar asociado a sensaciones y emociones agradables y gratificantes. Esta manera de relacionarse con la comida no solo no es negativa, sino que es totalmente necesaria. Con todo, cuando el hambre va más allá de simplemente comer, es decir, cuando nos aferramos a la comida como única forma de gestionar nuestras emociones, agradables y/o desagradables, es cuando hablamos de un hambre emocional problemático”, matiza.
Dicho esto, la gestión del estrés nos permite crear una situación emocionalmente estable desde la cual evaluar nuestros hábitos y necesidades. Eso no quiere decir que mejoremos nuestros hábitos alimentarios de forma automática, pero como mínimo eliminamos el ruido que puede impedir que escuchemos a nuestro cuerpo.
Estrés y pérdida de peso
Nos encontramos, en el otro extremo, con personas que, por el contrario, cuando están estresadas adelgazan. “Como decía anteriormente, cada individuo tiene sus propios métodos de afrontamiento y en ocasiones estos pueden derivar en conductas estereotipadas. La conducta de picotear es una conducta muy inconsciente. En este sentido, cuanto menos trabajada esta la problemática y, por tanto, cuanto menos consciente es, más números tenemos de caer en conductas como la del picoteo impulsivo", nos dice la psicóloga.
“Asimismo, ante una situación de estrés también se puede ver alterado el movimiento gastrointestinal, se ralentiza o incluso se detiene la digestión para que el cuerpo pueda hacer frente a una amenaza. Se puede ver alterada nuestra macrobiota, cosas que quizás antes no sentarán bien ahora no, es posible que también puedan aparecer problemas digestivos, gases, pérdida de peso... El eje intestino-cerebro modula funciones cerebrales, como el comportamiento emocional y la capacidad de respuesta al estrés. Una disfunción en este eje puede provocar distintas consecuencias dependiendo de la persona, sus hábitos y sus métodos de afrontamiento. Y cabe mencionar que esta disfunción se puede producir en cualquiera de las direcciones, dado que sí, los malos hábitos alimentarios también pueden ser generadores de estrés”, añade Mª del Mar Cinto.
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Controlar ese aumento de peso relacionado con el estrés
Con todo lo que ya hemos explicado, deberíamos tener en cuenta lo siguiente, en opinión de la psicóloga experta en nutrición:
-Hay que controlar el picoteo entre horas. En este sentido siempre es mejor estructurar las ingestas con un valor nutricional adecuado y que, por tanto, nos permitan ejercer nuestras responsabilidades de forma adecuada y sin tender a conductas de compensación.
-Al margen de esto, no deberíamos pensar en el acto de comer como en un sustituto para la falta de logro laboral o social. Esta conducta es engañosa y nos hace entrar en un ciclo de gratificación que puede desestructurar nuestros hábitos alimentarios.
-Si creemos que estamos teniendo alguna conducta disfuncional alrededor de la alimentación, lo más importante es tomarnos el tiempo necesario para ser conscientes de dónde surge esta conducta. El picoteo (y otros malos hábitos alimentarios) se suele atribuir a estados puramente biológicos: el supuesto “gusanillo”. Si es algo tan simple como esto, solo hay que redistribuir las comidas. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones, detrás de esos malos hábitos alimentarios suelen haber miedos y ansiedades de las que aún no somos conscientes. Entender esas emociones es el primer (y el paso imprescindible) para mejorar nuestra salud alimentaria.