Que 2020 ha sido un año atípico y muy complicado está fuera de toda duda. Incertidumbre, miedos, pérdida del contacto social... Un año sin abrazos, que abrió un paréntesis allá por el mes de marzo que aún no hemos cerrado. Por eso, hay que depositar toda la esperanza en 2021. La vacuna abre una puerta que permite ver la luz al final del túnel, al menos atisbarla. Por eso, hay que hacer una llamada al optimismo, a defender la alegría (parafraseando a Benedetti), tras un año como el que nos ha tocado vivir. Hay que tratar de ser optimistas, pero no todo el mundo tiene ese, podríamos decirlo así, don. Y es algo que deberíamos tratar de cultivar, sobre todo teniendo en cuenta que el hecho de ser optimistas puede ayudarnos incluso a vivir más. Así lo concluía un estudio llevado a cabo investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, la Facultad de Medicina de Harvard y el Centro Nacional para el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) de Boston y publicado en la revista científica estadounidense Proceedings of the National Academy of Sciences. Las conclusiones afirmaban que aquellas personas más positivas tenían un 11% más posibilidades de vivir más, en el caso de los hombres y un 15% en el de las mujeres. Además, los más optimistas del estudio tenían entre un 50 y un 70% más de probabilidades de alcanzar los 85 años que aquellos menos optimistas.
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No forzar el optimismo
Lo cierto es que, en opinión de Mª Victoria Sánchez López, psicóloga Clínica en GrupoLaberinto y Docente sobre Trauma Psicológico en Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), en general lo más saludable es atender todas las emociones: identificarlas y atenderlas. “En un año como este hemos vivido situaciones muy complejas que han activado miedo, confusión, ansiedad, tristeza… también ha permitido compartir más tiempo, desarrollar nuevos recursos, adquirir habilidades…”, nos cuenta, y añade que no sería recomendable intentar suprimir las emociones desagradables, taparlas o negarlas, sino aceptar que han formado o forman parte de la vida y aprender a gestionarlas.
“De alguna manera, poder revisar todo de forma global ayuda a integrarlo y a continuar hacia delante. Cuando no atendemos las emociones, se acumulan y nos llevan a estados de hiperactivación (ej: ansiedad), irritabilidad o hipoactivación (ej: falta de energía, bloqueo, desconexión)”, nos cuenta, por lo que destaca que el optimismo no debe ser forzado, y pone un ejemplo concreto: “Cuando a alguien que no se encuentra bien le dicen ‘no tienes motivos para estar así… con todo lo que tienes en la vida, hay que ser fuerte, no valoras lo que tienes…’. Normalmente no le estamos ayudando, sino todo lo contrario”.
Confianza y optimismo, muy relacionados
Mª Victoria Sánchez añade que la capacidad de una persona de sentirse optimista se relaciona directamente con la confianza: confianza en que las cosas pueden ser de otra manera, en que el esfuerzo tiene valor, en que puedo superar retos, en que puedo volver a tener experiencias positivas, disfrutar y compartir, en que se puede aprender de la experiencia, en que tengo recursos para gestionar situaciones difíciles a nivel emocional y si no son suficientes puedo contar con otras personas.
“La base para poder sentir eso se relaciona con qué ideas se activan en situaciones de estrés/crisis: la idea de ser capaz, de que puedo hacer lo que esté en mi mano… o la idea der ser vulnerable, estar en peligro…. Esto generará una visión determinada sobre mí mismo, sobre el mundo y sobre los demás. Que se active un tipo de ideas u otras se relaciona con las ideas que nos han trasmitido desde los primeros años de vida: los adultos de mi entorno más cercano me han podido transmitir seguridad y confianza o intranquilidad e inseguridad”, nos detalla.
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Una emoción que se trabaja desde la infancia
Lo que parece claro es que el predominio de creencias positivas sobre las negativas lleva a construir una visión optimista de la vida, optimiza las capacidades de la persona y le nutre de motivación al confiar en su propio potencial. Por otro lado las creencias positivas favorecen las emociones positivas y las conductas positivas. “Algunos autores (por ejemplo Guidano) señalan que la infancia marca la tonalidad en la que va a sonar toda nuestra vida, con lo que algunas personas vivirán acompañadas más de tristeza, rabia, miedo, optimismo… Es importante el papel de los adultos respecto a los niños: los adultos deben validar y acompañar las emociones que tengan los niños y transmitirles seguridad y confianza, esto les permitirá transitar con mayores recursos y menor impacto emocional situaciones adversas. Es también bueno para los niños compartir y amplificar los momentos de alegría, afecto, diversión, juego… Esto, junto a un clima de buenos tratos, facilitará la resiliencia emocional”, nos explica.
Beneficios de ser optimista
Ser optimista tiene numerosos efectos positivos. La psicóloga nos cuenta por ejemplo que está estudiado el papel del optimismo como variable que amortigua el efecto por ejemplo de los desastres naturales: tiene un rol moderador que disminuye el impacto de las condiciones de vulnerabilidad sobre la satisfacción con la vida. Se relaciona también con el concepto de crecimiento postraumático: poder percibir cambios positivos a partir de una experiencia extrema. También ha mostrado tener relación con el éxito personal, la salud física y el bienestar psicológico y subjetivo.
“La felicidad se asocia con una visión positiva de las relaciones con las personas cercanas, general del mundo (satisfacción con la vida) y una percepción positiva del futuro/optimismo”, concluye.