Las fobias son miedos irracionales de lo más variopintas, y también pueden tenerse hacia los animales. La más conocidan en este sentido es la aracnofobia, pero hay algunas personas que sienten pavor hacia los gatos, lo que se conoce como ailurofobia.
Así, quienes la padecen experimentan momentos de auténtico pánico cuando tienen cerca a un pequeño felino, que no pueden llegar a controlar, si no es con ayuda de un profesional. Hemos hablado con una psicóloga para que nos dé un poco de luz sobre este trastorno desconocido para muchos y que puede manifestarse ya desde la infancia.
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¿Qué nos puede llevar a tener fobia a los animales?
Lo primero que nos explica María Gallego, psicóloga sanitaria en el Hospital Nuestra Señora de la Esperanza en Santiago de Compostela y miembro de Top Doctors, es que no todo miedo a los gatos constituye una fobia. ”La fobia se diferencia del miedo en que, mientras el miedo es una emoción primaria que no tiene por qué ser irracional, en las fobias, en cambio, hay un miedo desproporcionado respecto a la situación; tienen un carácter irracional, siendo la persona consciente de esa irracionalidad; están fuera del control voluntario por parte del que la padece (es decir, la persona no las puede controlar, lo que conlleva gran malestar o sufrimiento) y, al igual que los miedos, conducen a la evitación de la situación temida”, nos detalla. Y nos explica que existen tres grandes tipos de fobias.
“Las llamadas fobias específicas, las más prevalentes, constituyen uno de ellos. En estas la persona manifiesta un temor acusado y persistente ante una situación u objeto concreto. Asimismo, reconoce que el miedo que experimenta es irracional (aunque dicho criterio no sea necesario en el caso de los niños) y evita o soporta la situación con un gran malestar”, cuenta y añade que la fobia a los animales es una fobia de este tipo: una fobia específica.
Respecto a su inicio, suele manifestarse durante la primera infancia y puede producirse como consecuencia de haber experimentado:
- Acontecimientos traumáticos, como ser atacado por un animal o haber tenido una mala experiencia con un gato, por ejemplo.
- Crisis de pánico inesperadas en la situación que se convertirá en temida.
- Transmisión de informaciones, como repetidas advertencias paternas sobre los peligros de ciertos animales o reportajes periodísticos, o noticias, sobre ataques a personas.
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Causas de su aparición
La psicóloga nos detalla que generalmente se trata de una fobia aprendida, aunque hay teorías que hablan de predisposición y vulnerabilidad. Su origen se relaciona, sobre todo, con:
- La asociación a un acontecimiento traumático o mala experiencia con dicho animal.
- El aprendizaje, por la transmisión habitualmente involuntaria de miedos, por parte de figuras de referencia.
“Los casos que he tratado hasta el momento han sido de personas que vivían en ciudades, con gran temor los gatos callejeros. Quizás, y por el ritmo actual de vida, algunas familias adoptan gatos como animales de compañía, por ser más independientes que los perros y requerir distinto tipos de cuidados. En relación con esto, todavía a día de hoy resultan animales desconocidos para quien no ha tenido la oportunidad de vivir con ninguno”, nos cuenta.
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Así se manifiesta esta fobia
“Cuando una persona con ailurofobia se expone al estímulo fóbico, en este caso a los gatos, se desencadena en ella una respuesta inmediata de miedo que puede desembocar en una crisis de pánico”, nos dice la psicóloga. Los síntomas, básicamente, son:
- Por una parte, una serie de pensamientos y emociones, entre los que se encuentran expectativas catastróficas, por ejemplo: me va a morder, se me va a lanzar encima, perderé el control…
- Además, se producen una serie de cambios en el cuerpo: reacciones fisiológicas, como taquicardia, sudoración, temblor, dificultades en la respiración, molestias gastrointestinales…
- Y, por último, habitualmente conductas de huida que nos llevan a evitar la situación temida o conductas de búsqueda de seguridad (ir acompañado por una calle en la que se haya cruzado con algún gato callejero, por ejemplo).
Nos preguntamos si pueden las personas que la padecen sentirse incomprendidas, al ser los gatos animales, en general, bastante tranquilos y pacíficos. La experta así lo considera y explica que muchos de los temores respecto a estos animales se derivan del desconocimiento respecto a la especie: habitualmente se trata de personas que nunca han tenido gato, ni la oportunidad de establecer una relación cercana con ninguno. “Por otra parte, mientras los perros salen a la calle a pasear con sus dueños varias veces al día, los gatos suelen permanecer en el hogar, y los únicos que solemos encontrarnos por la calle son los callejeros”, nos dice.
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Una fobia que se mantiene en el tiempo
La experta nos detalla que existen diferentes teorías respecto a la adquisición y mantenimiento de los trastornos de ansiedad en general (conductuales, cognitivas, neurobiológicas), pero sabemos que, en el caso de las fobias, la solución que habitualmente utiliza la gente para intentar controlarlas consiste en evitar exponerse a ellas o pedir a personas que las acompañen o protejan. El problema, en opinión de la experta, es que estas soluciones producen el efecto contrario, contribuyendo a perpetuar el problema: cada vez que se evita la situación, se refuerza el miedo y este se hace mayor.
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¿Cómo puede una persona gestionar la ailurofobia?
Como decíamos, no todos los miedos tienen por qué ser o convertirse en fobias. “La ailurofobia, tanto en el adulto como en el niño, conviene que sea tratada por un psicólogo con experiencia en este tipo de problemas. En relación a la forma de tratarlo, es interesante saber que el miedo se puede medir. Los psicólogos empleamos entrevistas y cuestionarios específicamente diseñados para ello, y proporcionamos registros para que la persona cubra y así poder valorar la intensidad de lo que siente y en qué situaciones lo experimenta”, nos dice María Gallego. Y en cuanto al tratamiento, apunta que es distinto trabajar con niños que con adultos, y los componentes serán diferentes en función del caso concreto.
“Generalmente, la información que tienen los pacientes sobre lo que les sucede y por qué se mantiene es escasa, por lo que el tratamiento suele empezar por el componente educativo. Más componentes de los tratamientos son el entrenamiento en relajación, el entrenamiento en distracción, las técnicas de control de lo que pensamos, las técnicas de control de las conductas de evitación (básicamente exponerse a lo que nos da miedo: técnicas de exposición) y el seguimiento y prevención de recaídas”, nos explica y dice que todos estos elementos son importantes, pero la exposición es el principal. De hecho, existen distintas técnicas basadas en la exposición.
Por eso, es importante en su opinión ponerse en manos de un profesional de la salud mental, psicólogo, para que le pueda ayudar. “Además, le recomiendo hablarlo con un médico. En el caso de que se trate de un adulto conviene consultarlo con el médico de cabecera o un psiquiatra y, en el caso de un niño, recomiendo informar a su pediatra”, concluye.