Reír, llorar, gritar, vibrar… en definitiva, sentir emociones. Es algo que hacemos a diario y es que las emociones nos ayudan a sentirnos humanos y, sin duda, según confirman los expertos, son uno de los mecanismos de alerta más fiables que tenemos, porque nos indican cuándo una situación requiere de nuestra atención y podemos (y debemos) actuar sobre ella. Hay que saber identificar ese momento en el que tenemos que ponernos en acción. “Una emoción difícil es una emoción, como cualquier otra. El calificativo de difícil viene de nuestra falta de práctica a la hora de saber cómo entenderlas y gestionarlas. El haber desplazado el mundo emocional en nuestro estilo de vida actual nos ha privado de tener una buena relación con nuestras emociones, especialmente cuando lo que prima es la imagen Superman o Superwoman: estoy bien, puedo con todo, sonrío aunque esté roto por dentro, llorar es malo, el miedo es de cobardes…”, nos cuenta Antonio Gallego, experto en Mindfulness y colaborador de la app de meditación Petit BamBou.
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La clave, intentar no tapar las emociones
El problema surge cuando desde el desconocimiento, intentamos tapar y ocultar determinadas emociones. “En algún momento de tanto contenerlas, se rompe el dique y salen con más fuerza, por lo que nos preocupamos más en esconderlas y entramos en un círculo vicioso de emoción y falta de recursos para gestionarla que va creciendo, causándonos un gran malestar y agotamiento físico y mental. Desde ese malestar e incomodidad, etiquetamos a la emoción como difícil, pese a que el problema no tanto es la emoción sino nuestra respuesta ante ella”, añade el experto.
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Nos impiden avanzar
El punto de partida, por lo tanto, es tratar de identificar esas emociones difíciles. ¿Cómo podemos hacerlo? Hay que tener en cuenta que suelen ser aquellas que nos impiden avanzar en nuestra vida, dificultándonos la toma de decisiones necesarias. Además, nos hacen reaccionar de forma que podemos afectar a quienes tenemos cerca y se instalan en nosotros si no hacemos lo posible por regularlas. En general, se pueden resumir en estas cuatro:
- Miedo. Sin duda, para la mayoría de las personas es una emoción paralizante, salvo para aquellas personas entrenadas para actuar “pese al miedo” (no “sin miedo”). El miedo nos bloquea, por lo que nos vemos sin capacidad de avanzar, lo que nos causará malestar. Pero no se queda ahí: también puede llevarnos a huir, a evitar aquello que tememos, haciendo que nunca seamos capaces de afrontar esa situación.
- Ira. Es una emoción sin duda explosiva, y el problema de esa 'explosión' es que no solamente nos daña a nosotros mismos, sino que puede afectar a aquellas personas que nos rodean y que son importantes para nosotros. Es una emoción compleja, pues contenerla es perjudicial, pero sacarla también lo puede ser si no se hace de la forma correcta. La clave es encontrar las maneras de mitigar la ira sin que nos cause daño a nosotros mismos y los demás.
- Culpa. ¿Quién no ha tenido alguna vez este sentimiento de haber hecho las cosas mal? La culpa nos hace detenernos en una acción del pasado en cuyas consecuencias nos recreamos una y otra vez, como si esperáramos que eso fuera a cambiar lo sucedido, algo que, evidentemente, no ocurre. En este caso, lo que hay que hacer es tratar de sacar un aprendizaje y seguir hacia delante. Hay, además, otra forma de que aparezca ese sentimiento de culpa: el hecho de sentirnos excesivamente responsables en el cumplimiento de las expectativas de los demás.
- Ansiedad. Es una de las emociones negativas más presentes en estos momentos. Y se trata de una mezcla de varias, pues nos lleva a tener miedo, incertidumbre, culpa, tristeza… Todo ello mientras tenemos que lidiar con el deseo de evitar que nos invada ese coctel de sensaciones. Hay que abordar el problema, pues una ansiedad mantenida y mal regulada puede ocasionar graves daños en nuestro sistema inmunológico, con las consecuencias que eso puede tener para nuestra salud.
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¿Cómo debemos abordarlas?
El experto nos resume los pasos que tenemos que dar para enfrentarnos a estas emociones negativas: el primer paso es no rechazarlas y tratar de contextualizarlas. Una vez que lo hemos conseguido, el siguiente paso y el mejor remedio es hablar de ellas abiertamente, bien con otras personas o bien plasmarlo a través de la escritura. “Esto nos aportará cierta sensación de libertad, porque ya no sentimos esa obligación de tener que ocultar aquello que sentimos en nuestro interior”, detalla Antonio Gallego.
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Una de las recomendaciones es buscar herramientas que nos ayuden a afrontar y regular estas emociones difíciles, y sin duda, es ahí donde el mindfulness puede echarnos una mano. Se trata de aprender a observar tu lado emocional, identificar la emoción, permanecer en ella con calma, y dejarla ir cuando la hayas atendido con el cuidado que requiera. Pero, eso sí, tienes que tener muy en cuenta que para que funcione, has de entrenar tu atención y por eso, tiene que ser un ejercicio diario. “Además, se puede decidir si actuar de forma dinámica o estática. Es decir, quizá se necesite actividad física ante la ansiedad o la ira o sentarse con la culpa o el miedo”, nos explica Antonio Gallego, quien da algunos consejos útiles para aprender de las emociones y a relacionarte mejor con tu universo emocional:
- Lo primero es buscar un lugar cómodo para sentarte o tumbarte.
- Realiza inspiraciones y espiraciones abdominales con los ojos cerrados, pero dejando que la respiración sea natural.
- Lleva la atención a las partes del cuerpo que se han activado con la emoción que estás sintiendo.
- Identifica las características de tus pensamientos: tono, velocidad, expectativas...
- Observa si todo eso que estás pensando se corresponde con la realidad. Si reconoces la emoción que está habitando en tu interior y si sabes expresarla y la vives sin huir de ella.
- Según vayas dejando espacio a la emoción, con cada espiración ve desactivando (aliviando) las partes del cuerpo que notabas como activas por la emoción.
- Da las gracias a la emoción por haber aparecido, traído su mensaje y déjala ir para seguir adelante.