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Coronavirus: ¿por qué la Covid-19 no afecta a los niños y a los adultos sí?

La mayoría de los niños son asintomáticos o desarrollan síntomas muy leves. En cambio, los adultos y, en especial, la gente mayor presenta cuadros muy severos. ¿Cuál es la razón?


Actualizado 15 de abril de 2020 - 20:51 CEST

En la actual pandemia producida por el coronavirus SARS-CoV-2, que todos estamos padeciendo, una de las características que más han llamado la atención en el comportamiento de la COVID-19 es su selectividad en la morbilidad sobre los humanos en relación al sexo y a la edad. El virus infecta con más frecuencia a varones adultos o personas mayores y, sobre todo, con mucha más intensidad y efectos letales que a mujeres, a jóvenes, adolescentes y niños.

Esta condición no la tienen tan marcada los otros coronavirus, ya que la infección, la evolución los síntomas y el desenlace son mucho más graves en personas del sexo masculino y de edad avanzada, mayores de 70 años, que en los jóvenes y, sobre todo, que en los niños. Esta rara característica ha hecho pensar a diferentes investigadores la posibilidad de que se trate de un virus modificado, experimental o de laboratorio.

La comunidad científica no se explicaba al principio esta paradoja, que los niños con un sistema inmunológico inmaduro y unas defensas más bajas y por ello más expuestos a las infecciones, se infectaran menos de este coronavirus y superaran la infección con mucha más facilidad, y con evoluciones hacia la curación más rápidas y sin secuelas que los adultos.

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Los niños pueden comprender el confinamiento, pero es importante explicarles bien el por qué, así como buscar actividades que les entretengan. 


Cómo actúa el virus

Para explicar el comportamiento de este virus durante la infección y su forma tan dispar de actuación en niños y en adultos habría que conocer y adentrarse en la situación del sistema inmunológico en ambas edades.

El sistema inmunológico del niño es inmaduro y no resulta tan eficaz frente a los patógenos hasta bien entrada la adolescencia. En el adulto mayor, por el contrario, el sistema inmune está ya muy debilitado y funciona de forma más débil e imperfecta que en la madurez.

La información que tenemos hasta la fecha es limitada. Todo el proceso epidemiológico e infeccioso está en estudio y comprobación y, a estas alturas, todavía no sabemos con seguridad cuales son los mecanismos fisiopatológicos que se generan en esta enfermedad.

Por los estudios y trabajos hechos en las últimas semanas y siempre con cierta prudencia, podemos admitir diversos mecanismos de actuación del virus, y esto es lo que hasta ahora parece más verosímil.

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Cómo afecta a los adultos

El virus, una vez pasado un tiempo de incubación variable (4-14 días) y habiendo colonizado las vías aéreas superiores, puede no dar síntomas (portadores asintomáticos) o dar la cara con síntomas, al principio leves, con fiebre, tos seca, mialgias (dolor muscular), anosmia (pérdida de olfato) y, a veces, diarrea. Esta es la fase conocida como de viremia y puede durar de cuatro a seis días.

A partir de esta fecha, puede remitir durante un tiempo más o menos prolongado de forma progresiva y sin síntomas de gravedad (80%) o presentar un cuadro agudo de inflamación con respuesta inflamatoria sistémica no controlada y síntomas graves en el aparato respiratorio (20%), que casi siempre lo hace en adultos mayores, hombres y con patologías previas, afectando principalmente a los pulmones y dando lugar a un cuadro respiratorio conocido como enfermedad respiratoria aguda grave (neumonía bilateral).

Este proceso inflamatorio no controlado, que se conoce como ‘tormenta de citoquinas’, es el causante de las neumonías, y las observaciones clínicas hacen sospechar que, cuando la respuesta inmune no es capaz de controlar al virus, situación muy frecuente en personas mayores con un sistema inmune debilitado, este tendrá más facilidad para invadir los pulmones, lo que activa la liberación masiva de citoquinas, dando lugar a la neumonía bilateral.

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Cómo afecta a los niños

En el niño existen dos situaciones que evitan una evolución grave de la enfermedad y que condicionan que la mayoría de los cuadros de infección por coronavirus se confundan con patologías leves del aparato respiratorio o sean casi asintomáticos.

La primera es que, para que el virus invada el tejido pulmonar y entre en las células pulmonares necesita de la existencia de unos receptores nerviosos ACE II de la angiotensina, que intervienen en el control de la tensión arterial y que son muy abundantes en los pulmones de hombres mayores, más escasos en las mujeres y casi inexistentes en los niños. La segunda condición es que, debido a la inmadurez de su sistema inmunológico, la posibilidad de que se produzca la reacción inflamatoria sistémica o ‘tormenta de citoquinas’, salvo muy contadas excepciones, es muy escasa o casi inexistente y, por tanto, la aparición de la neumonía bilateral, que es lo que da gravedad al cuadro clínico, es muy remota y se ha presentado en contadas ocasiones.

En definitiva, en la infección producida por el coronavirus SARS-CoV-2, responsable de la enfermedad COVID-1, que aparezcan solo síntomas leves o una neumonía grave bilateral dependerá de la respuesta inmunitaria de cada paciente. Asimismo, la aparición de patología pulmonar grave estará condicionada por el sexo, mucho más frecuente en hombres, la edad, cuanto mayor es el paciente su aparición es mayor y es peor el pronóstico, la existencia de otras patologías asociadas, obesidad, hipertensión, cardiopatía, diabetes y por el estado y la excesiva y anómala reacción del sistema inmunológico del organismo.

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Quedarse en casa es la manera más eficaz que tenemos hoy por hoy de vencer al virus. Es un acto de responsabilidad y de protección para evitar que los más vulnerables enfermen. 


Por qué debemos quedarnos en casa

El confinamiento en el propio domicilio es un medio drástico, enérgico y eficaz para evitar la progresión, dispersión y diseminación de una enfermedad infectocontagiosa en una determinada comunidad. El aislamiento a que da lugar el confinamiento evita la relación y el contacto con otras personas potencialmente contaminadas para así poder romper la cadena de la infección. Su eficacia estará en relación a su cumplimiento estricto y a su duración.

El confinamiento protege al individuo, a la comunidad, a toda la sociedad, a las estructuras sociosanitarias y al sistema sanitario, pues evita su colapso y facilita el correcto tratamiento de las personas infectadas, disminuyendo rápidamente la morbilidad y la mortalidad de la población.

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Consecuencias negativas del confinamiento para el adulto

Factores como la duración, el espacio vital, el número de habitantes, su relación interpersonal y la presencia de niños facilitan o agravan la tolerancia del confinamiento.

Los problemas que pueden aparecer son múltiples y, en los casos extremos, habría que cuestionar y valorar si el beneficio de protegernos de una enfermedad en el exterior compensa a los problemas de salud que el confinamiento está generando o pueda generar.

La vida sedentaria, la ansiedad, el estrés, el insomnio, la depresión, la incertidumbre, el miedo al futuro y las restricciones de la actividad social pueden generar con el tiempo importantes patologías.

El niño en la cuarentena

El confinamiento en el niño, es en su concepto, la antítesis de lo recomendable para un régimen de vida sano en la infancia, pues los niños necesitan movilidad, espacios abiertos, actividad física, aire y sol. Y menos mal que lo viven junto a sus padres, circunstancia que atenúa todos los indeseables efectos que ejerce sobre su psiquismo y sus relaciones psicoafectivas.

Los factores que lo agravan son los mismos que en el adulto y las patologías a que puede dar lugar, son entre otras: sedentarismo, aumento de la irritabilidad, agresividad, intolerancia, aparición de actitudes y actos regresivos, estrés, insomnio y trastornos del sueño.