Hasta hace muy poco tiempo estábamos sumergidos en la idea de que nuestra vida tenía que ser activa y dinámica, que un rasgo de valor era poder llegar a todo adaptándonos a los ritmos frenéticos impuestos (y autoimpuestos) en el día a día. Por suerte todo eso ha cambiado, y sin renunciar a todo aquello que queremos y debemos hacer, nos acercamos cada vez más al concepto de vivir de manera relajada, siendo plenamente conscientes de las acciones que realizamos en cada momento, para valorar qué es lo que nos hace sentir bien y valorar todo lo que tenemos y hacemos.