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Vivimos en un mundo que parece funcionar solo cuando va a toda velocidad. Asociamos rapidez a eficacia, y nos cuesta creer que la lentitud y la calma sean sinónimos de éxito en la vida. Pero lo cierto es que es momento de rescatar el refrán de decían nuestros padres y abuelos, “vísteme despacio que tengo prisa”.

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