Podríamos citar innumerables ejemplos que tienen en su punto central el nivel de resiliencia que experimentamos. La pérdida de un ser querido, el traslado de nuestra residencia a una nueva ciudad o afrontar la decisión de ser madre. Estas tres situaciones requieren un nivel distinto de resiliencia, pero en suma son vivencias que cualquiera, desde un plano objetivo, podría zanjar de forma muy fría y eficiente: asume la pérdida y sigue con tu vida, disfruta del cambio de ciudad y no temas al proceso de gestación. Pero si la vida fuera tan fácil, tal vez no tendría emoción vivirla.