Vivimos en una sociedad que nos ha convertido en adictos a la velocidad. La prisa por alcanzar todos nuestros objetivos, profesionales y personales, nos impide, con demasiada frecuencia, disfrutar del momento presente como nos merecemos. Además, mientras estamos inmersos en esa vorágine vital marcada por la rapidez, no podemos dejar de planificar un futuro que, seguramente, seremos incapaces de disfrutar una vez que llegue.