Esta actitud es contraproducente en todos los sentidos posibles. El primero y más importante, porque no logra generar empatía en los demás, pues es muy evidente que las conversaciones se revientan a fuerza de participar adulterando la percepción de las propias vivencias del sujeto egoísta, en relación con la de los demás. Si ante cualquier conversación lo que se pone sobre la mesa es una competición, se acaban dañando las reglas del juego de las relaciones sociales, y es probable que las personas que ejercen esta envidia contínua se vean frecuentemente en cierta soledad. Y esto constituye, a su vez, un círculo vicioso.