En nuestros primeros años de vida es cuando descubrimos en qué radica el bien y en qué consiste el mal. Nuestros padres y las personas con las que convivimos son quienes ejercen una referencia para nuestros actos y sistemas de valores, y todo lo que vemos en ellos son virtudes, aun cuando de adultos descubrimos que podrían haber tenido unas actitudes o decisiones mejorables.