De entre todos los instintos naturales que hay en nuestro cerebro, unos de los más arraigados son el acto de chupar y de morder. Desde nuestro nacimiento usamos la boca para relacionarnos con el medio exterior y para complacer nuestras necesidades. De bebés, chupamos cuando tenemos hambre, porque calmamos no solo la irrefrenable necesidad de comer, sino también la de cuidados, atención y bienestar.