Me levanto y al verme en el espejo me veo apagada. Siento que mi cara ya no es la misma. No sé si es que ya he asumido que estoy camino hacia la menopausia. Entre los 45 y los 55 he notado un gran cambio, completamente distinto a las décadas anteriores. Dicen que, tras la menopausia, las mujeres somos más plenas que nunca… ¿pero eso también incluye cómo nos vemos? ¿Será que algún día voy a alcanzar esa plenitud?
Lo que sí es cierto es que el envejecimiento no se acelera por la menopausia en sí, sino por cómo llega el cuerpo a este momento y por la falta de adaptación a una etapa nueva que requiere otras claves de cuidados, muchos nutrientes para adaptarnos a la nueva etapa. La mayoría de los sistemas que antes trabajaban dependiendo del empuje hormonal —como el metabolismo, la regeneración celular o la respuesta al estrés— empiezan a mostrar su vulnerabilidad cuando esa red hormonal se modifica.
Oxidación y colágeno: la pareja que juega al escondite
¿Entonces? Tiene sentido pensar que la menopausia llega cuando la oxidación supera la capacidad del cuerpo para gestionarla. Los óvulos necesitan grandes cantidades de antioxidantes, y el cuerpo hace un esfuerzo enorme para sostener los picos hormonales necesarios para una posible gestación. Llega un punto en que el organismo empieza a priorizar otros órganos y sistemas… y así, poco a poco, la fertilidad disminuye hasta detenerse.
Seguramente te estés preguntando: ¿no podríamos ser fértiles y jóvenes toda la vida? Pues no. La naturaleza nos eligió, a diferencia de los hombres, para vivir más, y esa longevidad se alcanza precisamente al dejar atrás la fertilidad.
No es que el cuerpo “se rompa”, sino que cambia de estrategia: ya no prioriza la reproducción, sino la conservación de recursos. Y si no acompañamos esa transición con nuevos hábitos, nutrientes clave, descanso verdadero y regulación del sistema nervioso, aparece esa sensación de 'caída libre': pérdida de tono, piel más fina, fatiga, ansiedad, inflamación silenciosa.
El problema es que a muchas mujeres se nos enseñó a vivir como si el cuerpo no cambiara, y no se nos ofrecieron herramientas reales para esta nueva fase. Por eso, eso que llamamos “envejecimiento acelerado” es, en realidad, una desconexión entre lo que el cuerpo necesita y lo que seguimos dándole.
Cómo cuidar el cuerpo que cambia: envejecimiento y adaptación hormonal
Durante esta transición, el cuerpo entra en un proceso profundo de reorganización. Es como si se levantaran los cimientos de una casa que funcionó durante décadas con un sistema, y ahora tuviera que adaptarse a otro completamente nuevo. Cambia el origen de la producción hormonal (ya no solo ovarios, también suprarrenales y otros tejidos), se redistribuye la energía y funciones que antes eran automáticas, ahora, requieren más atención, más recursos… y más mimo.
Durante este proceso, si no prestamos atención a lo que comemos, a cómo descansamos o a lo que sentimos, se produce una mayor acumulación de toxinas y por ende se activa una inflamación crónica de bajo grado —conocida como inflammaging— que afecta tejidos, articulaciones y el sistema nervioso. No porque el cuerpo quiera 'castigarnos', sino porque sus rutas de eliminación —hígado, intestino, piel, riñones— se ven sobrecargadas. En parte porque el cambio hormonal ralentiza ciertos procesos, y en parte porque las demandas internas aumentan. Es aquí donde una alimentación inadecuada —pobre en nutrientes esenciales, rica en procesados o azúcares— no solo no ayuda, sino que añade más carga a un cuerpo que ya está haciendo un enorme esfuerzo de reorganización.
¿Colágeno? Presente, pero con horario reducido
Además, en esta etapa se ve afectada la matriz extracelular, ese entramado que sostiene nuestros tejidos, y con ella, la producción y el mantenimiento del colágeno. Este colágeno, si no se acompaña de antioxidantes adecuados, proteína suficiente y un entorno metabólico favorable, se degrada más rápido de lo que se regenera. Y eso se refleja: flacidez, articulaciones más vulnerables, sequedad, pérdida de elasticidad. Pero no es un fallo del cuerpo, es una llamada a atenderlo de forma diferente.
Otro factor clave en el envejecimiento durante la menopausia es la pérdida de eficiencia mitocondrial. Las mitocondrias, responsables de generar energía en nuestras células, comienzan a funcionar peor en esta etapa, especialmente si no reciben los nutrientes y el descanso que necesitan. Cuando no hay suficiente energía, el cuerpo prioriza sobrevivir antes que reparar, y eso acelera el desgaste: aparece la fatiga, se pierde masa muscular, la piel se vuelve más fina y hay menos capacidad para regenerar tejidos.
Claves para ralentizar el envejecimiento en la menopausia
- Nutre desde la base. Adapta tu alimentación a esta nueva etapa: prioriza proteína limpia, vegetales amargos, grasas saludables y micronutrientes clave. Reduce los picos de glucosa: menos azúcar, menos ultraprocesados, y más estabilidad hormonal y mental.
- Hidratación celular inteligente. El envejecimiento también está relacionado con cómo se hidratan tus células. Minerales como el potasio, el magnesio y el sodio trabajan juntos para mantener el equilibrio ácido-base, regular la presión arterial, favorecer la función neuromuscular y preservar la densidad ósea. Aminoácidos como la L-taurina y la creatina ayudan a mantener el volumen celular, la termorregulación y la vitalidad, incluso en situaciones de estrés térmico o metabólico. Si quieres un extra, una mezcla de oligoelementos fúlvicos y electrolitos biodisponibles mejora la absorción de minerales y potencia la hidratación celular en profundidad.
- Apoya tu energía mitocondrial. Con el paso del tiempo, las mitocondrias —las centrales energéticas de nuestras células— pierden eficiencia. Suplementos como NAD+, AKG, melatonina, espermidina o antioxidantes integrativos pueden ayudar a restaurar esa capacidad, prevenir el daño celular y favorecer la regeneración desde el interior.
- Movimiento adaptado y eficaz. No se trata de hacer más, sino de moverse mejor. Combina ejercicios de fuerza, movilidad y activación mitocondrial para mantener la masa muscular, activar el metabolismo y fortalecer tejidos. Es movimiento con propósito, no con sobreesfuerzo.
- Ritmo circadiano y descanso reparador. Dormir bien no es opcional. Durante el sueño profundo se regulan hormonas, se eliminan toxinas y el cuerpo se regenera. Recuperar tu ritmo circadiano, reducir la exposición a pantallas por la noche y respetar tus horas de descanso es una estrategia antiedad de primer nivel.
- Regula el sistema nervioso: la inflamación emocional también envejece. Un sistema nervioso en estado de alerta constante acelera el envejecimiento celular. Integra prácticas de presencia, conexión, creatividad y gestión emocional. Tu sistema límbico también necesita descanso y reparación.
- Escucha tu cuerpo sin miedo. Los síntomas no son enemigos, son señales. Esta etapa necesita nuevas formas de autocuidado, más conscientes y menos exigentes.
- Redefine el envejecimiento. No se trata de luchar contra el tiempo, sino de acompañar a tu cuerpo con sabiduría. El envejecimiento en la menopausia no es un deterioro inevitable: es una oportunidad para reorganizar, reparar y vivir con más intención y vitalidad.
REFERENCIAS
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