Decir que las generaciones de antes bebían más alcohol que las más jóvenes es un fenómeno irrefutable. Si eres millennial o de una generación anterior lo habrás notado, y si eres de la generación Z puede que te sientas identificado.
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Por supuesto que todavía hay personas que beben como si no hubiera mañana, y otras que, por suerte, lo hacen con moderación, pero el mayor porcentaje de jóvenes tiende a abrazar, cada vez más, la abstinencia, y muchos lo hacen evitando salir de fiesta.
Salir de fiesta, una tendencia en decadencia
El consumo de alcohol en jóvenes ha disminuido significativamente, con menos bebiendo de manera frecuente o buscando embriagarse a edades tempranas. En este contexto, ha emergido una ‘generación 0,0’, que considera que no beber es sinónimo de controlar mejor su salud física y mental, y prefiere alternativas como los mocktails (cócteles sin alcohol) o acudir a eventos sin alcohol, como las raves matutinas, que promueven la diversión sin los efectos negativos del consumo excesivo.
Parece ser que nos encontramos en el momento en el que el verbo fluir apenas existe.
Lo vemos claro si analizamos tendencias de TikTok que promueven un supuesto ritmo de vida saludable, como la #thatgirl o la de #de5a9
Pero también parece evidente si nos paramos a pensar un poco en esta nueva obsesión que atañe al mundo: la de comer saludable, hacer siempre ejercicio, estar en contacto con la naturaleza, y dejar las bebidas alcohólicas a un lado.
Resulta imposible, y sería mentira decir, que estas tres últimas pautas de estilo de vida no nos ayudan a sentirnos mejor. Los beneficios de cada una de ellas, y de todas alineadas, son numerosos, y está claro que ponerlos en práctica es una manera acertada de encontrarse bien. Lo es, eso sí, siempre y cuando haya un equilibrio.
Si todo en exceso es malo siempre, en los últimos tiempos estamos asistiendo a un aluvión de personas que focalizan y organizan sus días en función de esas tres prioridades.
En este contexto, donde cada vez más jóvenes priorizan una vida sana y libre de excesos, el equilibrio entre bienestar físico y salud social se vuelve esencial. Aunque evitar hábitos poco saludables es positivo, llevar esta mentalidad al extremo y dejar que condicione nuestra vida puede tener consecuencias negativas. No todo debe ser blanco negro.
El verdadero bienestar no está solo en el ejercicio o las dietas restrictivas, sino en una vida social activa que permita disfrutar sin culpas.
El problema surge cuando la obsesión por el bienestar físico se traduce en la renuncia a la vida social.
El miedo a arruinar los progresos o a desviarse de un estilo de vida considerado socialmente como perfecto aparece constantemente, por lo que dejamos a un lado todo lo que parezca una amenaza (aunque bien gestionada no llegue a serlo). Sin embargo, nos equivocamos: no se trata de volver al exceso, sino de encontrar el balance, de encontrar el equilibrio.
Consecuencias de la obsesión por el 'autocuidado'
“Este tipo de pensamiento absolutista se inscribe en una visión dicotómica o de ‘todo o nada’ que no solo resulta irreal, sino que también es insostenible a largo plazo”, comenta la psicóloga y clinical manager de Unobravo en España, Silvia dal Ben, señalando las consecuencias que puede tener optar tanto por un extremo como por el otro.
Comer fuera, o salir de fiesta con amigos comienza a verse como una alteración de ese ritmo de vida, y, por tanto, comienza a ser cada vez menos frecuente entre los jóvenes. No lo es si se sabe hacerlo. Y es más, disfrutar de una salida ocasional —con o sin alcohol— fomenta conexiones humanas valiosas y beneficios reales.
“Las salidas y las fiestas no solo representan un espacio de relajación, sino también una oportunidad para fortalecer las relaciones interpersonales, liberar tensiones y activar mecanismos de recompensa natural, como la risa o la diversión. Al privarse de estos momentos, el individuo puede caer en un estado de desconexión emocional, alimentando sensaciones de vacío y soledad”.
Pero, ¿cuándo comenzó todo? Lo cierto es que, debido a ciertos estándares sociales que dominan el mundo de la estética, siempre hemos estado sometidos a este pensamiento. La novedad es que ahora lo estamos anteponiendo por encima de otras cosas. Lo hacemos, sobre todo, a raíz de la aparición de la Covid-19 en nuestras vidas, cuando muchos tuvimos que rellenar el tiempo en casa con actividades y comenzamos a aprender nuevas recetas y a practicar más deporte (e incluso comenzar a hacerlo), nuestro ritmo de vida mutó.
Fue durante la pandemia cuando muchos adoptamos nuevas rutinas donde la alimentación saludable y el ejercicio físico comenzaron a ser fundamentales, e incluso llegaron a pasar a un primer plano para muchos.
Sin embargo, hubo una cara B de la moneda: los trastornos de la alimentación se dispararon, y muchos nacieron durante esos meses de confinamiento.
Autocuidarse también es relacionarse
Ahora que esta obsesión por alcanzar determinados estándares de salud parece estar a la orden del día, merece la pena detenerse en observar las consecuencias de no saber gestionarla. Como comenta la psicóloga: “Puede derivar en situaciones como la ortorexia, donde el bienestar físico se prioriza de forma tan rígida que la salud mental puede verse comprometida. Desde un enfoque psicológico, es fundamental recalcar que la verdadera salud no es exclusivamente física; es el equilibrio entre lo físico, lo emocional y lo social”.
Si, por tanto, existe esa obsesión por cuidarse, consecuentemente reducimos nuestra vida social por temor a estropear lo trabajado.
Salir parece ser un aliciente para resquebrajar todo el camino andado. Y, aunque el autocuidado nos ayuda a generar una base de bienestar “el ser humano es inherentemente social, y las relaciones con los demás desempeñan un rol crucial en la regulación emocional, la satisfacción personal y la sensación de pertenencia”, señala la experta en salud mental.
Las conexiones humanas, fundamentales para el bienestar
¿Significa esto que debemos priorizar las interacciones humanas aunque no nos apetezcan? En absoluto. Tan importante es que estén en tu vida, como que también dediques tiempo a estar contigo mismo. De hecho, en ese tiempo contigo mismo se aconseja comer bien y hacer ejercicio.
No obstante, la clave está en encontrar el término medio. Es decir, no hay que salir todos los días y beber hasta dañar el estómago o no acordarse de nada (pero tan legítimo es beber con moderación, como no hacerlo en absoluto), pero sí que hay que tratar de tener ambas pautas en nuestra vida.
“Desde la psicología positiva, sabemos que las conexiones humanas son una de las fuentes más potentes de felicidad y resiliencia. Participar en actividades sociales, ya sea una reunión con amigos o una noche de fiesta, ofrece una desconexión de las rutinas diarias, refuerza vínculos y permite procesar las emociones en un contexto seguro”. Las palabras de Silvia dal Ben lo dejan claro: “Esto contribuye no solo a aliviar el estrés, sino también a desarrollar un sentido de apoyo social, que actúa como un factor protector contra trastornos emocionales”.
Puede que te sientas identificado con la siguiente situación: no haces ejercicio un día y te sientes culpable. Te has dado un antojo de comida y te has arrepentido después. Pierdes los papeles de fiesta una noche y durante tres días te sientes mal. Todas estas situaciones son habituales, no eres la única persona que ha pasado por alguna de ellas, pues no saber gestionar ese sentimiento de culpa es frecuente.
Cómo gestionar la culpa
Afortunadamente, la psicología está para ayudarnos. Por eso, Silvia dal Ben señala algunas estrategias que podemos llevar a cabo para encontrar un punto medio entre un ritmo de vida desenfrenado, y uno completamente medido y controlado sin caer en la culpa:
- Adoptar una perspectiva flexible: “Abandonar la idea de que para ser saludable hay que adherirse estrictamente a un régimen o rutina. Un estilo de vida equilibrado es aquel que integra diversos aspectos del bienestar, no solo los físicos”, cuenta.
- Replantear la narrativa de la salud: “La salud mental y emocional no está separada de la física; ambas se interrelacionan. Un cuerpo saludable no vale de mucho si la mente está agotada o aislada”.
- Aceptar la imperfección: “Ser saludable no significa hacerlo ‘todo bien’ siempre. El autocuidado también incluye permitirse disfrutar de las actividades que nos generan felicidad, incluso si eso implica romper con ciertas normas autoimpuestas”.
- Crear rutinas integradoras: “Es posible alternar entre momentos de socialización y de autocuidado. Por ejemplo, salir de fiesta ocasionalmente no tiene por qué implicar descuidar el descanso o la alimentación”.
No es fácil escapar de la culpa, pero resulta más fácil gestionarla si entendemos de dónde viene.
Ni tanto ni tan poco podría ser otra frase hecha que grabar en la cabeza. Desde Unobravo, la experta cierra con este mensaje: “El bienestar es una construcción dinámica que incluye tanto el cuidado individual como el cultivo de relaciones y experiencias. Una persona que logra integrar ambos aspectos según su percepción de bienestar no solo preserva su salud física, sino que también fomenta una vida emocionalmente enriquecida”.