Pasar un tiempo viviendo fuera de casa es sinónimo de renunciar a muchos factores. Implica estar lejos de la familia y perderse acontecimientos importantes, pero también arriesgarse a que, al volver de visita, las amistades de la infancia puedan ir perdiendo fuerza. Puede que te haya pasado al irte, o incluso quedándote en el mismo lugar pero moviéndote por diferentes ambientes.
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Es decir, puede que durante tus años universitarios hayas encontrado personas con intereses más afines a ti, que hayas desarrollado nuevos hobbies, o desbloqueado una faceta emocional o social nueva que al volver a tu ciudad o pueblo natal, veas cohibida de mostrar o llevar a cabo en el entorno que te rodea.
Es completamente normal, si bien de pequeños todavía estamos creando nuestra identidad, y muchas de las relaciones que surgen por entonces vienen condicionadas por el contexto en el que nos encontramos, o incluso, presiones familiares, como explica la experta en salud mental, con los años vamos definiendo nuestra manera de ser en función de lo que conocemos.
Después de vivir en otros lugares, adquirimos nuevas experiencias, perspectivas e intereses que nos diferencian de quienes nos rodeaban antes, a sentirnos fuera de lugar cada vez que regresamos y a sentir un desajuste entre lo que éramos y lo que somos ahora. De hecho, a veces incluso nos sentimos mal a raíz de este sentimiento, y hasta culpables por no ser los mismos de antes, o no sentir que los demás lo sean, y no poder compartir tanto momentos como creemos que nos gustaría con quienes sí lo hicimos en el pasado.
Por qué nos sentimos desconectados de nuestros amigos de toda la vida
“Hay un recuerdo de alta intensidad emocional asociado a esa persona y a la etapa que se vivió, por lo que tomar conciencia de que ya no es igual puede ser doloroso” cuenta Pilar Conde, quien también añade: “A menudo, esta nostalgia se mezcla con la percepción de que no hemos cuidado las relaciones y de ahí los posibles sentimientos de culpa”. Está claro, la sensación de que esos vínculos eran más fáciles de mantener en etapas pasadas contribuye a la percepción de pérdida, y ahí nace nuestro malestar.
Debido a esta evolución personal, puede pasar que volver a la ciudad donde pasamos la infancia sea una tarea realmente ardua para nosotros. Es posible que lleguemos, quedemos con los amigos que teníamos cuando éramos niños, y nos sintamos completamente desconectados de ese entorno.
Es muy común sentirse así, y es un fenómeno que debemos empezar a asumir teniendo en cuenta los factores que lo explican, pues tanto la ciudad, como las personas que conocimos también cambian con el tiempo, y lo que antes nos resultaba familiar, al volver, puede que lo sintamos diferente.
Si bien durante la infancia y la adolescencia, la necesidad de pertenencia y validación externa hace que compartamos objetivos e intereses, en la adultez, cuenta la psicóloga, que “el camino es más individual, menos influenciado por el grupo y con menor necesidad de aceptación y sentimiento de pertenencia al grupo”.
Por eso no debemos sentirnos mal, sino simplemente entender que no ha pasado nada grave entre nosotros y el resto, sino que simplemente nos encontramos en etapas vitales diferentes (puede que algunos estudien, muchos quieran salir demasiado o muy poco de fiesta, que otros se vayan a casa, o que algunos incluso tengan hijos), o que nuestros intereses ya no son los de antes.
¿Debemos romper la relación con nuestros amigos de la infancia?
Gestionar esta situación no es fácil. Sin embargo, debemos pensar que se trata solamente de una situación que ha seguido el rumbo de la vida, algo natural que ocurre con frecuencia y que, a no ser que sea un caso extremo donde no exista compatibilidad alguna en ningún aspecto, no siempre, ni en la mayoría de las ocasiones, requiere romper estas relaciones o distanciamiento.
En lugar de terminar los lazos, se trata de adaptarlos a la realidad actual, lo que permite, también en sus palabras, “convivir con relaciones pasadas en el presente desde el respeto y desde el cariño”. Un enfoque que, desde luego, además de ayudarnos a mantener a esas personas cerca, facilita la apertura a nuevas relaciones que encajan mejor con el momento vital presente, evitando el sentimiento de culpa por no mantener el mismo nivel de compromiso con las antiguas.
Es un hecho: al ajustar las expectativas y aceptar los cambios, podemos mantener un vínculo respetuoso con el pasado mientras permitimos la entrada a nuevas conexiones más alineadas con nuestros intereses y valores actuales. Sabemos que no somos los mismos que antes, pero no por ello debemos eliminar todo lo que no es acorde a nosotros de nuestro entorno, y en el caso de las amistades mucho menos. Saber con quién contar para cada ocasión, en quién confiar cuando algo malo sucede, con quién practicar tu hobbie favorito, o con quién brindar es, a fin de cuentas, la clave para mantener a quienes queremos siempre cerca.