Septiembre marca, para muchas personas, el comienzo. Nuevos proyectos, propósitos, cambios de hábitos… Un curso por estrenar a las puertas y muchas cosas nuevas por delante. Hay quien empieza una etapa de estudios, quien se estrena en un nuevo trabajo, incluso quien cambia de ciudad para empezar una nueva vida. Si es tu caso, vamos a intentar ayudarte a gestionar esta etapa de cambios, pues es cierto que, ante estos momentos, puede aparecer la temida ansiedad.
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Tal y como nos explica Marc Rodríguez, psicólogo especialista en inteligencia emocional (@rodriemocion), esta sensación puede aparecer por distintos motivos, entre los que cita los siguientes:
- Incertidumbre: Los cambios, ya sean grandes o pequeños, a menudo traen consigo un nivel de incertidumbre. La mente tiende a anticipar posibles resultados negativos, lo que alimenta el miedo y la preocupación.
- Pérdida de control. Los cambios pueden hacernos sentir que estamos perdiendo el control sobre nuestra vida. La sensación de que no podemos influir en lo que está sucediendo o que las cosas están fuera de nuestro alcance puede provocar ansiedad. La falta de control sobre el futuro es una fuente común de inquietud.
- Ruptura de la rutina. Las rutinas diarias nos proporcionan un sentido de estabilidad y seguridad. Cuando estas rutinas se ven interrumpidas por un cambio, como un nuevo trabajo, una mudanza o un cambio en las relaciones personales, puede surgir ansiedad debido a la sensación de desorientación y falta de estructura.
- Expectativas y presiones: Las etapas de cambio a menudo vienen acompañadas de nuevas expectativas y responsabilidades, tanto autoimpuestas como externas. La presión por cumplir con estas expectativas, ya sea en el ámbito personal o profesional, puede generar una gran cantidad de estrés y ansiedad.
- Miedo al fracaso: El miedo a no estar a la altura de las nuevas circunstancias o a no manejar bien el cambio es una causa común de ansiedad. La preocupación por cometer errores o por no adaptarse adecuadamente puede hacer que una persona se sienta ansiosa y dudosa de sus propias capacidades.
- Pérdida o duelo: Algunos cambios implican la pérdida de algo valioso, como un trabajo, una relación, o incluso una etapa de la vida que llega a su fin. Esta pérdida puede desencadenar un proceso de duelo, que a menudo se acompaña de ansiedad mientras se navega por el dolor y la adaptación a la nueva realidad.
- Sobreexigencia: Enfrentar cambios importantes puede llevar a las personas a sobreexigirse, intentando hacer demasiado en poco tiempo. Esta sobrecarga de responsabilidades puede generar una sensación de agotamiento y ansiedad, al sentir que no se está avanzando lo suficiente o que no se es capaz de manejar todo.
- Desconocimiento de la próxima etapa: Cuando el cambio implica adentrarse en una nueva etapa de la vida (por ejemplo, una nueva carrera, convertirse en padre, mudarse a una nueva ciudad), el desconocimiento de lo que implica esta nueva fase puede crear una ansiedad anticipatoria, al no saber cómo será la experiencia y si se estará preparado para ella.
Distintas formas de afrontar los cambios
Lo cierto es que los cambios pueden suponer cosas muy diferentes para cada persona, desde emoción a vértigo, pasando por miedo. ¿Qué hace que afrontemos de una forma tan diferente los cambios? En opinión del psicólogo, la forma en que afrontamos los cambios varía considerablemente de una persona a otra, y esta diversidad de respuestas puede atribuirse a una combinación de factores personales, emocionales y contextuales. Y nos resume algunos de los elementos clave que influyen en cómo cada individuo percibe y enfrenta los cambios:
- Experiencias previas: Nuestras experiencias pasadas con el cambio juegan un papel fundamental en cómo lo percibimos en el presente. Si una persona ha tenido experiencias previas positivas con el cambio, es probable que lo vea como una oportunidad y lo afronte con emoción y optimismo. Por otro lado, si ha tenido experiencias negativas, puede percibir el cambio con miedo o resistencia.
- Personalidad: La personalidad de cada persona influye en su respuesta al cambio. Por ejemplo, las personas con una personalidad más abierta a nuevas experiencias tienden a ver el cambio como algo emocionante y desafiante. En contraste, aquellos con una tendencia hacia la estabilidad y la rutina pueden experimentar más ansiedad y temor ante la incertidumbre del cambio.
- Resiliencia: La capacidad de resiliencia, es decir, la capacidad de adaptarse y recuperarse ante las adversidades varía de persona a persona. Aquellos con una alta resiliencia son más propensos a ver los cambios como oportunidades de crecimiento y a manejar mejor el estrés asociado. En cambio, las personas con menor resiliencia pueden sentirse abrumadas por el cambio y experimentar emociones negativas como el vértigo o el miedo.
- Apoyo social: El nivel de apoyo social que una persona tiene a su disposición también influye en cómo enfrenta los cambios. Contar con una red sólida de amigos, familiares o colegas que brinden apoyo emocional y práctico puede hacer que el cambio sea menos intimidante y más manejable. Por el contrario, la falta de apoyo puede aumentar la sensación de vulnerabilidad y temor.
- Percepción de control: La percepción de control sobre el cambio es otro factor crucial. Si una persona siente que tiene algún grado de control sobre el proceso de cambio y que puede influir en los resultados, es más probable que lo enfrente con confianza. En cambio, cuando el cambio se percibe como impuesto o fuera de control, puede generar sentimientos de impotencia y ansiedad.
- Creencias y actitudes: Nuestras creencias y actitudes hacia el cambio también juegan un papel importante. Aquellos que ven el cambio como una parte inevitable y natural de la vida tienden a aceptarlo y adaptarse más fácilmente. En contraste, quienes tienen creencias rígidas o miedo a lo desconocido pueden experimentar más resistencia y dificultad para adaptarse.
- Contexto y circunstancias: El contexto en el que ocurre el cambio también influye en nuestra respuesta. Un cambio que ocurre en un momento de estabilidad y bienestar puede ser recibido de manera más positiva que uno que ocurre en medio de una crisis o en un momento de vulnerabilidad personal.
- Estado emocional actual: El estado emocional en el que se encuentra una persona al enfrentarse al cambio también afecta su reacción. Si alguien ya está lidiando con altos niveles de estrés o ansiedad, un nuevo cambio puede intensificar estas emociones. Por otro lado, si una persona se siente equilibrada y en control, es más probable que vea el cambio con una actitud positiva.
Los cambios y las pérdidas
Lo que parece indudable es que todo cambio conlleva pérdidas, que debemos afrontar. “Absolutamente, todo cambio implica una pérdida. Es un hecho de la vida que a menudo pasamos por alto. Cuando decidimos cambiar de trabajo, de ciudad, o incluso cuando simplemente iniciamos una nueva etapa en nuestras vidas, estamos dejando atrás algo. Debemos entender que el cerebro humano está programado para garantizar la supervivencia no para ser feliz en última instancia”, cuenta el psicólogo.
¿Qué perdemos cuando cambiamos?
- Lo conocido: Perdemos la comodidad de lo familiar, de las rutinas establecidas, de las personas y lugares que conocíamos bien.
- El control: Cambiamos de un entorno donde teníamos cierto nivel de control a uno nuevo donde todo es incierto.
- Identidad: A veces, nuestra identidad está tan ligada a ciertas situaciones o roles que al cambiar, sentimos que perdemos parte de nosotros mismos.
¿Por qué es importante reconocer estas pérdidas?
- Para aceptar el cambio: Al reconocer que estamos perdiendo algo, podemos aceptar el cambio de manera más consciente y saludable.
- Para gestionar las emociones: La pérdida genera emociones como tristeza, miedo o incertidumbre. Al reconocer estas emociones, podemos aprender a gestionarlas de manera más efectiva.
- Para crecer: Las pérdidas nos obligan a salir de nuestra zona de confort y a adaptarnos a nuevas situaciones. Este proceso nos ayuda a crecer como personas.
Cambios elegidos o cambios impuestos
Otro de los aspectos que debemos tener en cuenta es que es diferente la forma de afrontar un cambio importante en la vida cuando es elegido a cuando es impuesto.
“La naturaleza de cómo percibimos y experimentamos el cambio depende en gran medida de si sentimos que tenemos control sobre la situación o si nos vemos forzados a adaptarnos a circunstancias fuera de nuestro control”, explica.
- Cambios elegidos: El psicólogo apunta que cuando un cambio es elegido, generalmente se percibe de manera más positiva. “Esto se debe a que la persona ha tomado una decisión consciente y voluntaria de hacer ese cambio, lo que implica que ve el cambio como una oportunidad para mejorar su vida o alcanzar sus metas. Al haber elegido el cambio, la persona suele estar más motivada, comprometida y optimista, porque lo percibe como algo que está alineado con sus deseos y aspiraciones. Este sentido de control y agencia personal tiende a reducir la ansiedad y el estrés, y a aumentar la sensación de empoderamiento”, nos detalla.
Y pone un ejemplo: Decidir cambiar de trabajo porque se ha encontrado una mejor oportunidad laboral que promete crecimiento profesional y personal. Aunque pueda haber incertidumbre y nerviosismo, la persona se siente entusiasmada y en control, ya que ha tomado la decisión basada en sus propios deseos y objetivos. - Cambios impuestos. Por otro lado, cuando un cambio es impuesto, la reacción suele ser más negativa. “Los cambios impuestos suelen estar acompañados de una sensación de pérdida de control, lo que puede generar sentimientos de impotencia, frustración y resistencia. Cuando no se ha elegido el cambio, es más probable que se perciba como una amenaza en lugar de una oportunidad, lo que puede aumentar la ansiedad, el estrés y el miedo. Además, la falta de preparación o la sensación de que el cambio es injusto puede hacer que la persona se sienta desorientada y abrumada”, nos cuenta.
Y el ejemplo también tiene que ver con el mundo laboral: ser despedido inesperadamente de un trabajo estable. Este tipo de cambio puede ser profundamente desestabilizador, ya que no fue elegido, y la persona puede sentir una fuerte sensación de inseguridad y preocupación por el futuro, lo que puede dificultar la adaptación.
“Los cambios elegidos tienden a ser manejados con una actitud más positiva y proactiva, mientras que los cambios impuestos pueden generar más resistencia y emociones negativas. Entender esta diferencia es crucial para desarrollar estrategias efectivas de afrontamiento y para encontrar formas de adaptarse, incluso cuando el cambio no está bajo nuestro control”, explica.
Consejos para afrontar un cambio en el nuevo curso
Para finalizar, le preguntamos al psicólogo qué le recomendaría a una persona que va a afrontar el nuevo curso con un cambio de vida para sobrellevarlo mejor y evitar los picos de ansiedad.
Antes de empezar:
- Planifica con anticipación: Organiza tus horarios, tareas y responsabilidades para tener una visión clara de lo que te espera.
- Habla sobre tus sentimientos: Comparte tus inquietudes con amigos, familiares o un profesional de la salud mental.
- Cuida tu cuerpo: Descansa lo suficiente, come sano y realiza alguna actividad física que te relaje.
- Establece metas realistas: Divide tus objetivos en pequeñas metas alcanzables para evitar sentirte abrumado.
Durante el curso:
- Aprende a gestionar el estrés: Practica técnicas de relajación como la respiración profunda, meditación o yoga.
- Mantén una rutina: Trata de mantener un horario regular para tus actividades diarias.
- Busca apoyo: Únete a grupos de estudio o actividades extracurriculares para conocer a gente nueva y crear una red de apoyo.
- Celebra tus logros: Reconoce y recompensa tus pequeños éxitos para mantener la motivación.
- Aprende a decir no. No te sobrecargues de responsabilidades. Es importante priorizar tus tareas y descansar cuando lo necesites.
Consejos adicionales:
- Mantén una actitud positiva: Enfócate en las oportunidades que te brinda este nuevo cambio.
- Sé flexible: Adapta tus planes si es necesario y no te frustres si las cosas no salen como esperabas.
- Cuídate a ti mismo: Dedica tiempo a tus hobbies y a las actividades que te hacen feliz.