¿Alguna vez te has sentido sin ganas de nada, atrapada en una mala racha o un bajón en el que todo parece ir mal o no consigues disfrutar? Puede ser lo que los médicos llaman un bache emocional, una experiencia normal a la que todos nos enfrentamos en algún momento de nuestras vidas. Aunque puede ser incómodo, un bache emocional no es disfuncional; más bien, es una oportunidad para crecer y desarrollar nuevas herramientas emocionales. Aunque no siempre.
Rocío García, profesora del Grado de Psicología de la Universidad Villanueva, nos explica qué es un bache emocional, cómo podemos superarlo y cuándo debemos pedir ayuda de un profesional porque podría ser un problema más serio.
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¿Qué es un bache emocional?
Creo que este tema es un tema muy importante en el que hay que concienciar a la sociedad porque creo que hay un montón de malentendidos. Se habla con mucha ligereza y veo importante aterrizar según qué conceptos. Para situar a los lectores, un bache emocional es algo completamente normal, no es algo que sea disfuncional o que en un principio sea desadaptativo. En definitiva, un bache emocional es algo humano. Pasamos por diferentes crisis, que creo que es la mejor forma de definir un bache emocional, como una crisis. También es importante entender que una crisis no es otra cosa que una oportunidad para desarrollar nuevos recursos o nuevas herramientas que inicialmente no teníamos.
¿Síntomas de bache emocional?
Los principales síntomas son esa desgana y lo que en psiquiatría y en psicología llamamos anhedonia, un término que se refiere a una falta de deseo, ganas y predisposición para disfrutar de lo que hacemos. Esto se convierte en una sensación de ser menos hedónicos, menos 'disfrutones', y de estar en modo de supervivencia, funcionando como autómatas y haciendo lo que creemos que tenemos que hacer, pero sin ganas. Entonces, esos síntomas como la falta de ilusión y de motivación son los principales sensores que nos pueden avisar de que estamos en un bache emocional. En referencia a ese modo de supervivencia, nos lo enseña la intención aprendida de seguir adelante a pesar de lo que pueda estar pasando, y esa sensación de verse indefenso de forma aprendida también es muy importante a la hora de detectar un bache.
La sobrecarga suele ser un gran desencadenante, bien sea por estrés laboral o familiar. En verano solemos perder esa capacidad de que nuestro tiempo sea solamente para nosotros y tenemos que enfocarnos en un montón de cuestiones a las que no estamos habituados, y esa sobrecarga puede superarnos.
La desconexión también puede resultar un desencadenante importante. Al estar desconectados de nuestro mundo interno, refugiados en la rutina, podemos ignorar nuestro malestar momentáneamente. Pero, cuando no contamos con el día a día para tapar ese malestar como en vacaciones, por fuerza nos conectamos con todo lo que nuestro día a día tapa y puede brotar la sintomatología depresiva o de tristeza.
La falta de comunicación también puede desencadenar un bache emocional. El encerrarnos en nosotros mismos, no pedir ayuda y estar aislados puede hacer que ese bache se convierta en algo más grande y más grave. Y, por último, los cambios suelen ser otro desencadenante; los conflictos o las discrepancias en situaciones estresantes pueden resultar en situaciones desagradables que nos hagan desestabilizarnos.
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¿Es más frecuente en verano?
No tiene por qué ser más frecuente en verano, aunque hay factores de las vacaciones que pueden contribuir a ello. En verano estamos en una etapa de parar, de poner el contador a cero y de estar desconectados de nuestra rutina e inercia. Por ello, en ese parón o periodo de inactividad, descanso o de estar vacantes en nuestros pensamientos, podemos darnos cuenta de que estamos más cansados o saturados de lo que habitualmente podemos percibir de nuestra situación laboral, emocional, financiera, etc.
En verano también se puede dar una mayor percepción de la soledad, al contar con menos gente de la que la inercia y el día a día aparentemente nos puede hacer creer. También es un periodo en el que somos propensos a conectar con la culpa de las cosas que no hacemos bien o que no hacemos como idealmente querríamos, haciendo un juicio negativo de nuestra experiencia vital. Personalmente, creo que hay que cambiar la palabra culpa por la palabra responsabilidad.
Las personas con mayor predisposición a estos baches o a estos bajones que pueden tener lugar durante el verano fruto de ese parón y fruto de esa inactividad pueden ser personalidades neuróticas. Estas personalidades son inestables emocionalmente y poca cantidad de estimulación les descompensan con más facilidad, convirtiendo estos estímulos en pensamientos negativos o de angustia, desestabilizando a este tipo de personas con facilidad.
Otra personalidad que puede ser propensa a estos baches en vacaciones son las obsesivasque necesitan refugiarse en el trabajo para estar enfocados en una actividad que les desconecta de todo ese mundo emocional. Porque, claro, mientras hacemos, sentimos menos. Estas personalidades, ante los parones, pueden desestabilizarse con más facilidad al conectar con todas esas emociones negativas que las rutinas pueden tapar.
Por último, las personas más independientes que están más habituadas a sus ritmos y a su día a día, que de repente tienen que convivir con más personas en vacaciones, pueden verse desestabilizadas ante este auge de convivencia social.
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¿Bache emocional o depresión?
Algo que debemos tener muy presente para diferenciar un bache emocional y un problema de salud más serio es que no podemos permitir que un bache se convierta en un socavón. No es lo mismo tener un revés en el camino que, de repente, entrar en un hoyo al que no vemos fondo. La principal definición o sinónimo de la depresión es la desesperanza, entonces, creo que un bache puede empezar a ser un problema serio cuando uno no ve salida ni ningún tipo de arreglo a esa sensación de malestar.
Otra cosa muy importante para evitar que un bache se pueda convertir en un problema más serio es el pedir ayuda. No es necesario llegar a un estado muy crítico para hacerlo, como perder el apetito o tener insomnio, que son síntomas que clínicamente son más graves. Para poder diferenciar estos síntomas graves, en psicología los entendemos como aquellas cosas que nos impiden hacer una vida diaria normal - relacionarnos, realizar actividades habituales, etc. - ya que ese estado en psiquiatría se define como malestar clínicamente significativo. Aunque no hace falta llegar a ese punto, si se llega, también es crucial pedir ayuda. Al pedir ayuda, nos surge la oportunidad de salir de un bache y, además, salir fortalecido, teniendo una oportunidad de conocernos mejor a nosotros mismos y convertirnos en nuestro mayor aliado.
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