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mujer en la consulta del psicólogo© Adobe Stock

¿Por qué en ocasiones cuesta detectar que necesitamos ayuda psicológica?

Hay que intentar darse cuenta de las señales que nos alertan de que algo no va bien en relación a nuestra salud mental, para tratar de prevenir problemas como el estrés crónico, la ansiedad y la depresión


21 de junio de 2024 - 10:35 CEST

Nuestro cuerpo es sabio, y nos manda señales de alerta cuando algo no funciona. También en lo que se refiere a nuestra salud mental. Así, hay momentos concretos en los que empezamos a notar que no podemos con nuestra vida o que tenemos pánico a hacer pequeñas cosas que antes eran parte de nuestro quehacer diario. Notamos que algo no funciona bien. Por eso, estar atentos, escucharnos y actuar en consecuencia es el mejor modo de prevenir el estrés crónico, la ansiedad y la depresión.

Pero no siempre somos capaces de detectar esas primeras señales, el problema se ha hecho demasiado grande y, en ese caso, la búsqueda de ayuda profesional será clave para tratar de solucionar el problema, tal y como nos explica Luis Moya Albiol, doctor en Psicología y catedrático de Psicobiología en la Universidad de Valencia en su libro ¿Necesito ayuda psicológica?, donde explica de forma sencilla las principales enfermedades mentales relacionadas con el estrés y la adversidad, así como sus consecuencias en la salud mental, y ofrece unas pautas básicas que permiten a cualquier persona que lo lea, con independencia de su formación y nivel educativo, saber si necesita ayuda profesional.

Seguro que son muchas las personas que se han hecho la pregunta que plantea en el título del libro, ¿por qué es tan difícil darse cuenta de que necesitamos ayuda psicológica?

En muchas ocasiones estamos poco atentos a lo que nos ocurre pues funcionamos con el “piloto automático”, poniendo nuestra mente en el futuro en lugar del presente, sin escuchar lo que nos dice nuestro cuerpo. A ello se une la escasa educación emocional que en general hemos recibido en el sistema educativo, por lo que no estamos acostumbrados a escucharnos y comprendernos y, mucho menos, a explorar y satisfacer nuestras necesidades.

Cuando nos duele una pierna, la cabeza o el estómago, consultamos al médico, ¿por qué piensa que no hacemos lo mismo en relación a la salud mental?

Efectivamente, la mayoría de las personas no tienen reparo en comentar abiertamente que tienen un problema de tiroides, que su­fren diabetes, hipertensión o incluso una enfermedad auto­inmune, como la enfermedad de Crohn. De hecho, muchas explican sin tapujos cómo se enfrentan a estas enfermedades, hablan de sus visitas médi­cas con normalidad y se sienten más fuertes o resistentes por haber aprendido a vivir con ello. Sin embargo, no ocurre lo mismo en el caso de las enfermedades mentales, que desde siempre han estado estigmatizadas. Es tanto así que aún hay demasiada gente que no se atreve a admitir que va al psi­quiatra o que asiste a psicoterapia. 

En el caso de los hombres, la dificultad para reconocerlo es mayor, ya que se les supone popularmente fuertes, mien­tras que la enfermedad mental se considera signo de debili­dad, motivo por el cual, hasta hace bien poco, en las socie­dades occidentales se ridiculizaba o excluía socialmente a cualquier hombre que expresase 'demasiada' sensibilidad o vulnerabilidad. Los hombres, pues, no se atrevían a recono­cerlo (y algunos siguen sin hacerlo) por miedo al ostracismo y al señalamiento, algo que han corroborado los estudios científicos en psicología, que muestran que a las mujeres les es más fácil pedir ayuda que a los hombres, a quienes les cuesta más hacerlo, tanto a familiares como a amigos o a profesionales. 

mujer en la consulta del psicólogo© Adobe stock

'Yo puedo con todo'. ¿Es esta una afirmación que puede llegar a hacernos daño?

Uno de los errores más frecuentes de quienes padecen una enfermedad mental es pensar: “Yo soy fuerte y puedo con ello”. Sí que es cierto que, como en cual­quier otra enfermedad, la actitud de lucha y el afrontamien­to positivo son siempre buenos aliados, pero padecer una depresión o ansiedad no es algo que se elija, sino que se trata, como ya he explicado, de una respuesta de nuestro organismo a las situaciones estresantes, que según nuestra predisposición genética y otros factores de nuestro entorno, nos llevará a enfermar o a no hacerlo. Así pues, creer que, dado que la enfermedad mental es algo elegido, pode­mos vencerla sin problema, poniendo de nuestra parte en nada se ajusta a la realidad.

Por otra parte, hay que resaltar la culpa y la vergüenza que sienten habitualmente las personas aquejadas de un trastorno mental. Alguien depresivo se siente culpable por todo, y se avergüenza de lo que le ocurre. Por supuesto ello no ayuda en la búsqueda de ayuda psicológico. Y nada más lejos de ayudar, lejos de una debilidad, la búsqueda de ayuda es una fortaleza y así hay que considerarlo, sitúa a la persona en el centro de su autocuidado y su salud, y hará más probable que pueda disfrutar una vida plena y feliz, tanto para quien busca ayuda como para quienes le rodean.

¿De qué forma nos avisa nuestro cuerpo de que necesitamos parar, necesitamos ayuda?

La respuesta al estrés es adaptativa a corto plazo, pues nos ayuda a resolver los contratiempos que nos ocurren en el día a día. Sin embargo, si el estrés perdura en el tiempo, esa respuesta dejará de ser adaptativa, ya que nuestro organismo se sobrecargará y es posible que enfermemos, algo que dependerá de nuestra personalidad y de nuestra capacidad de afrontamiento, así como también de nuestra genética. Si el estrés persiste, nuestro organismo se resiente, pues significa que no dejamos de liberar cortisol, algo que perjudica seriamente nuestra salud. Y es que la presencia continua de esta hormona hace que disminuyan las reservas de energía, desencadena multitud de problemas psicológicos y emocionales y debilita el sistema inmunitario a consecuencia de la comunicación que existe entre las células nerviosas y las inmunitarias.

  • Uno de los indicadores más claros de que necesitamos ayuda es ser conscientes de que no nos sentimos bien, de que ya no tenemos ilusión por las cosas que nos movían en el pasado; la vida comienza a volverse de color gris y poco a poco perdemos la capacidad de sentir placer. Además, también nos cuesta más concentrarnos, organizar y planificar nuestro día, mantener nuestra vida social o pensar con claridad. Todo, pues, comienza a hacerse pesado; lo que hacíamos casi sin pensar se convierte ahora en todo un reto, y nos sentimos perdidos y solos, como si no pudiésemos llegar a aquellos que nos rodean, ni tan solo a las personas que más queremos y con las que tenemos un fuerte vínculo.
  • Otro gran indicador es la ansiedad, que está muy relacionada con la emoción del miedo, quizá la emoción innata más potente y primitiva, la que nos ha acompañado a lo largo de la evolución y nos ha permitido sobrevivir a las adversidades. Sin embargo, el miedo se convierte en un problema cuando se desvirtúa, se magnifica y se vive de forma desproporcionada, ya que deja de ser una emoción adaptativa para transformarse en un gran enemigo, que incluso puede llevar al suicidio. Y es que, a diferencia de lo que se cree, los trastornos de ansiedad también son la causa de una parte importante de los suicidios. De hecho, en muchas ocasiones la ansiedad y la depresión apa- recen de forma conjunta, lo que lleva a un mayor sentimiento de miedo y terror por el futuro.
  • Por último, indicar que ante la dificultad de afrontar y de asimilar emocionalmente lo que se vive o como mecanismo de escape para evadirse de la realidad, algunas personas caen en una adicción, ya sea al alcohol o a las drogas, que quizá son las más conocidas, pero también al juego, al sexo, a los videojuegos o a las compras compulsivas. En muchas ocasiones, lo que hace que las personas caigan poco a poco en una dependencia es la insatisfacción, un desajuste emocional o la inestabilidad mental, y, como en el resto de los trastornos de los que he hablado, también en este caso es fundamental ser capaces de identificar los primeros indicios que nos alertan de que algo no va bien.

¿Por qué hay personas a las que les cuesta más darse cuenta de que algo va mal en relación con su salud mental?

Desde mi punto de vista se debe a varias razones, siendo quizá la más relevante el autoconocimiento y el autocuidado como valor fundamental de nuestra salud, pero además la falta de inteligencia emocional que hace que no sepamos identificar, comprender y gestionar nuestros propios estados emocionales.

¿Qué le recomendaría a alguien que está ahora mismo planteándose que necesita ayuda psicológica, pero que no se atreve a dar el paso?

Sugeriría de todas que lo haga, del mismo modo que lo haría si tuviese cualquier otra sintomatología que pudiese indicar que hay una enfermedad física, pues para prevenir la enfermedad mental es fundamental, por una parte, intentar reducir al máximo todo lo que implica un riesgo y reforzar, por otra parte, lo que nos protege o ayuda a no enfermar. Así pues, la prevención y la búsqueda de ayuda son piezas importantes, claves, diría yo, en la salud mental, máxime en periodos de mucho estrés. Cuanto antes lo afrontemos y nos dejemos ayudar más probable es que la cosa no vaya a más y, en el mejor de los casos, descartaremos que estamos en un proceso de enfermedad o pondremos en marcha recursos de afrontamiento que nos ayudarán a estar cada vez mejor.

¿Por qué piensa que, hasta ahora, se ha tendido a tratar de solucionar los problemas de salud mental recurriendo a la medicación?

Uno de los mayores impedimentos para pedir ayuda psicológica es para muchas personas el tema económico. Es cierto que en España la sanidad pública ofrece asistencia psicológica, pero primero debe visitarnos nuestro médico de familia, que es quien nos derivará. Por este motivo, al final solo se tratan los casos que se consideran más graves o que encajan en una de las psicopatologías del manual de clasificación de los trastornos mentales, y, en el caso de una emergencia (como sufrir un ataque de pánico, una crisis psicótica, un estado maníaco o un intento de suicidio), es el personal del servicio de urgencias psiquiátricas quien gestiona la situación. Es por ello, aunque en muchos casos la psicoterapia sería el tratamiento más relevante, independientemente de que vaya o no acompañado de los psicofármacos, el hecho de que el sistema general de salud solo cubra los casos muy graves (tiene que haber no solo ideación suicida sino incluso haber planificado el suicidio), muchas personas quedan sin cobertura al no poderse permitir pagar un servicio de atención psicológica a nivel privado.

 Los médicos de familia ayudan con lo que tienen a su alcance, que son los psicofármacos, fundamentalmente ansiolíticos y antidepresivos, pues generalmente no tienen una formación tan especializada para poder complementar con psicoterapia y, mucho menos, el tiempo para poder hacerlo, aunque en algunas ocasiones si que puedan ofrecer algunas directrices más relacionadas con los hábitos de vida o con aspectos muy generales sobre cómo abordar o convivir con el malestar.

¿Tenemos más problemas de salud mental en el momento actual que generaciones anteriores o tal vez es que somos más conscientes de ellos?

Los estresores a los que estamos sometidos son diferentes respecto a generaciones pasadas, y también los valores de la sociedad del bienestar. Incluso las muertes de los seres más queridos como los hijos eran vividas de otro modo en el pasado. No quiere decir ello que no se llegase a enfermar a consecuencia de estos eventos traumáticos, pero quizá se normalizaba y entendía como parte de la vida. En las sociedades occidentales actuales, además, estamos sometidos a muchos estresores psicológicos crónicos. 

Así, si el estrés persiste, nuestro organismo se resiente, pues significa que no dejamos de liberar cortisol, algo que perjudica seriamente nuestra salud. Y es que la presencia continua de esta hormona hace que disminuyan las reservas de energía, desencadena multitud de problemas psicológicos y emocionales y debilita el sistema inmunitario a consecuencia de la comunicación que existe entre las células nerviosas y las inmunitarias. Así, un proceso de estrés crónico, como el que provoca cuidar a un familiar que padece una enfermedad crónica como el alzhéimer o la esquizofrenia, puede contribuir a que se desarrollen determinadas enfermedades, como depresión, ansiedad, alteraciones del sueño, fatiga crónica o incluso cáncer. Digo, a propósito, que ‘puede contribuir’, porque el estrés no provoca estas enfermedades, pero sí que es un factor añadido a su desarrollo, entre otros, como la mala alimentación y otros hábitos no saludables de vida.

Junto a todo ello, quizá en el momento tenemos una mayor consciencia de que algo va mal, de que no nos sentimos bien, y aspiramos a mejorar nuestro bienestar y calidad de vida, con la finalidad de reducir nuestro malestar, algo que quizá en el pasado sólo el tiempo podía mitigar.

Porta del libro ¿Necesito ayuda psicológica? del doctor Luis Moya Albiol© Plataforma Actual

En ocasiones vemos ese límite cuando ya es demasiado tarde, ¿no es así? ¿Deberíamos pedir ayuda antes de que el vaso rebose?

Para prevenir la enfermedad mental es fundamental, por una parte, intentar reducir al máximo todo lo que implica un riesgo y reforzar, por otra parte, lo que nos protege o ayuda a no enfermar. Así pues, la prevención y la búsqueda de ayuda son piezas importantes, claves, diría yo, en la salud mental de las sociedades actuales, máxime en periodos de mucho estrés. La prevención en salud mental es clave, por lo que hay que estar muy atentos a los primeros síntomas o indicadores, ya que lo que en un primer momento es solo una etapa de desánimo o nerviosismo puede acabar derivando en una depresión en toda regla o en un problema de ansiedad o de adicción. Por eso, la mejor forma de prevenir es buscar ayuda especializada cuanto antes, pues los profesionales de la salud mental nos pueden ayudar del mejor modo posible a comprender qué nos ocurre y pueden darnos un tratamiento para que no vaya a más. Así que debemos estar atentos a nosotros mismos, pero también a nuestro entorno más cercano y dar la voz de alarma si lo consideramos necesario.

La buena noticia es que cada vez más personas recurren a terapia. ¿Piensa que vamos por el buen camino y que, por fin, le estamos dando a nuestra salud mental la atención que se merece, o queda mucho camino por hacer aún?

Desde mi punto de vista hemos mejorado notablemente, sobre todo las generaciones más jóvenes que ya tienen interiorizado que la salud mental es relevante y consideran algo 'normal' e incluso necesario asistir al psicólogo o psiquiatra. Están acabando así con la estigmatización de la enfermedad mental, y tienen mucha mayor probabilidad de sanar. Junto a ello también están perdiendo la culpa o la vergüenza por hablar de ello, siendo muchas las personas que comparten sus historias en redes sociales con el fin de ayudar a quienes pueden encontrarse en una situación similar. Sigue siendo diferentes en las generaciones de mayor edad, y fundamentalmente en el caso de los hombres, donde la educación sexista ha jugado en contra de ellos dejándolos sin protección y amparo, al revertir la fortaleza que supone ser capaz de buscar ayuda profesional cuando la necesitamos y convertirla en la percepción de debilidad o incapacidad de afrontar la vida con valentía. 

¿Y cuando no somos nosotros los que necesitamos ayuda, cómo podemos ofrecérsela a alguien que sí que pensamos que la necesita?

El primer punto importante es, sin duda, hablar abiertamente sobre lo que siente la persona a quien queremos ayudar, algo que a menudo no se hace porque se prefiere evitar el tema, ya que confrontarlo no es agradable, así como por nuestros propios miedos. Como ya he apuntado, podemos encontrarnos con el rechazo de la otra persona, que se puede poner a la defensiva por miedo, vergüenza o culpa. En este sentido, si queremos ayudar, hay que estar preparados por si nos rechazan y expresarnos con cercanía, preocupación y afecto, tratando lo que le ocurre con total naturalidad. Para ello será necesaria una gran dosis de empatía, ya que ponernos en el lugar de quien está sufriendo facilitará el acercamiento emocional y fortalecerá el vínculo, lo que generará un ambiente de confianza en el que tendremos un mayor margen de acción.

La ayuda, además de emocional, también puede ser de carácter más práctico, como acompañar a nuestro familiar o amigo al profesional de la salud mental que le guiará en el proceso. Antes de eso, también podemos ayudarlo a ver de qué recursos dispone, dónde puede acudir, cómo hacerlo y los pasos que debe seguir. Esa será sin duda una gran ayuda, porque, cuando una persona está en crisis o padece una enfermedad mental, cualquier mínima gestión se le hace un mundo, por lo que necesita el apoyo social de personas cercanas que le ayuden a dar los pasos y la asesoren en el proceso de búsqueda de ayuda profesional.

Sea cual sea la ayuda, la experiencia clínica ha mostrado que el apoyo continuo, sostenido en el tiempo y adecuado de los amigos y familiares de las personas que se encuentran bajo tratamiento en salud mental, ayuda a lograr resultados más favorables, de modo que apoyar a quien queremos, acompañarlo durante la evaluación y tratamiento en los servicios de salud mental y formar parte de los cuidados que recibirá hasta su recuperación es muy beneficioso.

Otro aspecto imprescindible es, desde mi punto de vista, la detección temprana, ya que la prevención es la mejor forma de lograr que lo que empieza como algo leve o moderado no vaya a más y no acabe, por ejemplo, de forma trágica. En este caso, la familia no siempre puede ser capaz de ayudar, pues le faltan conocimientos.