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mujer tomando te suelo© Adobe Stock

¿Estás cansada de escuchar que hay que ser feliz a toda costa?

Vivimos en una sociedad que percibe que si no mantenemos un alto standard de felicidad fracasamos


Actualizado 30 de mayo de 2024 - 10:20 CEST

Nos han vendido el discurso de que hay que ser felices a toda costa, pero no es tarea fácil y, es más, nos atrevemos a decir que no siempre es una buena idea. Bien claro lo tiene la psicoterapeuta Bet Font, quien ha plasmado en su libro Desafinadas 40 relatos sobre el mandato de la felicidad. Ya está bien de exigirnos ser perfectas y perfectos. "Hay que contar que desafinaremos, que habrá cosas que podremos evitar, otras con las que convendrá apañarnos y algunas en las que podemos contribuir a mejorar", apunta la autora, con quien hemos tenido la ocasión de hablar con motivo del lanzamiento del libro.

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mujer relajada y feliz© Adobe Stock

Ya el título habla del 'mandato' de la felicidad. ¿Puede parecer que vivimos en una sociedad en la que estamos obligados a ser felices?

Encontramos por doquier la percepción de que si no mantenemos un alto standard de felicidad fracasamos. Es una premisa antinatural que nos produce una enorme frustración y sensación de desajuste. Visito a diario a personas que sienten duplicado su malestar al tratar de obligarse a estar estupendas, pese a su dolor… o al martirizarse pensando que deberían estarlo. De entrada, les cuesta dar espacio a sus lágrimas porque se culpabilizan pensando que deberían estar contentas si no padecen un cáncer o si no han sido víctimas de un tsunami.

¿Piensa que puede hablar incluso de la tiranía de la felicidad?

Lo es. La felicidad dura instantes, tal vez un rato. Es algo espontáneo, en el momento que es impuesto nos tiraniza. Como cuando no nos dejan llorar o expresar nuestra pena ante una pérdida. Reivindico todo el abanico de emociones con los que podemos conectar. Están para algo: necesitamos estar tristes, enfadados, frustrados, celosos, sentir culpa… todo tiene cabida y es legítimo. Y más teniendo en cuenta la historia de la que venimos cada uno de nosotros. Todo lo que nos ocurre tiene sentido mirado de cerca.

Sin embargo, la vida es una montaña rusa, con sus altibajos, sus momentos de felicidad, a veces efímeros, que se alternan con otros de sufrimiento. ¿Pretende su libro dar voz a ese sufrimiento cotidiano?

En la vida nos enfrentamos a múltiples retos, a crisis vitales, a momentos familiares delicados, a pérdidas… en ocasiones tenemos que reajustarnos a cambios inesperados que nunca imaginamos. Es inútil tratar de ignorarlo.

Estamos alcanzando unos niveles de malestar y soledad percibida como nunca se han vivido. Aparentemente conectados a través de las redes, pero disgregados en lo esencial. Disociados. Esta experiencia de sufrimiento cotidiana es compartida, debería unirnos y hacernos más comprensivos con los demás, con lo propio. Como afirma James Hillman, “el corazón que habita en tu pecho no es solo tu corazón”.

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¿Debemos entender que todas las emociones son necesarias, incluso las negativas?

No entiendo que existan emociones negativas. Todas tienen un sentido y nos expresan algo bello y digno de ser escuchado. Lo único negativo que puede pasar es que si tratamos de enterrarlas bajo una alfombra salgan a trompicones, en forma de arrebatos de ira, agresividad o tristeza… para recordarnos que son nuestras y que algún día tendremos que hacernos cargo de ellas. Las personas que hemos recibido algún tipo de maltrato, del tipo que sea, somos susceptibles de poder maltratar sino reparamos lo que nos ha ocurrido.

¿Qué mensaje les daría a esas personas que están cansadas de leer que hay que ser felices a toda costa?

Que necesitan atravesar su propio proceso, no existen las recetas ni tips, ni recomendaciones válidas para todos. Cada persona atraviesa una historia única y tiene derecho a ser quien es y no quien le piden que sea. Eso implica conocerse, integrar… Un poco como el arte del “Kintsugui” que trata de reparar las fracturas a través de la belleza en lugar de ocultarlas. Se trataría de hacer "Kintsugui" con las heridas y el dolor que forman parte de la vida, con lo que cada pérdida se lleva de nosotras. Mirar el dolor de cara nos lleva a crecer a ser menos destructivos y más compasivos con el de todos.

¿A quién va dedicado especialmente el libro y qué se va a encontrar en sus páginas?

A las personas interesadas a dar un espacio de comprensión a sus propios desajustes, que le permitan transformarlos. A quienes valoren las posibilidades de crecimiento personal y social, de compasión con lo que les ha ocurrido de doloroso, de no quedarse estancados en el “yo soy así, que se le va a hacer”… Hay circunstancias que no podremos cambiar y no nos quedará otra que lidiar con ellas, y creo que mejor hacerlo desde la comprensión. Pero hay un gran margen que sí podemos hacer y tenemos oportunidad de mejorar, depositando en ellas cariño, espacio, atención. Así que también va a encontrar en el libro la fuerza de la interdependencia. Somos animales mamíferos. Nos necesitamos. Si la educación y las políticas sociales pusieran más esmero en enseñarnos a respetar y dialogar no habría tanta incomprensión ni guerras de poder.

El libro también es un canto a la amistad. Sí, quiero recordar que las personas no estamos solas. Que nos curamos en compañía, la mayoría de nuestras heridas se dieron en situaciones que nos sobrepasaban y donde necesitábamos un cuidador disponible emocionalmente. Si queremos estar enteras, sin disociarnos a cada rato, no hay otra que escucharnos y darnos compañía en lo que nos faltó. Las personas sufrimos, los terapeutas no estamos exentos de ello. Yo misma atravesé una situación personal muy difícil en los últimos años que no hubiese podido superar sin apoyo psicológico y ni la fuerza de mis amistades. Ahora mismo no estaría aquí para contarlo, ni tampoco habría salido más fortalecida de la experiencia.

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¿Tal vez una de las claves es huir de la autoexigencia de la perfección?

Dedico varios relatos a la exigencia, el relato central y que da nombre al libro habla de una mujer que está escuchando la canción “Desafinados” (en el pecho del desafinado también late un corazón) mientras recoge las pertenencias de su madre, mientras revisita trozos de su vida o mira en ella lo que hay de sí misma y lo que no. Mientras se atreve a apreciar los desafines, como señal de madurez.

¿Por qué deberíamos aprender a convivir con la tristeza?

¿Qué haremos con ella cuando llama a nuestra puerta? Si la ignoramos saldrá por algún lado, irremediablemente, nos inundará cuando menos lo esperemos, … o enfermaremos. Cuando sentimos alegría o reímos no dudamos que es mejor dejarnos reír. ¿por qué debería ser diferente con la tristeza? Drenar y dar un espacio para que sea escuchada y para que no nos quedemos solas ni solos sin saber qué hacer con ella. Mientras nos valemos de nuestros “placebos” (en el libro también hablo de ellos): lo que nos ayude a cada uno a sentirnos conectados con la vida y el amor. Hay mucho qué hacer para que se pueda ir transformando y convirtiendo en algo generativo.

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