Cada vez vivimos más años. Estamos en una época en la que los avances en la medicina y la mejoría de ciertos aspectos de las condiciones de vida han propiciado que la vida humana se alargue. Vivimos más, tanto en duración como en la calidad de vida con la que se puede afrontar la vejez. Así lo explica Ana Isabel Sanz, psiquiatra y psicoterapeuta, directora del Instituto Psiquiátrico Ipsias, que nos anima a hacer una reflexión: “Pensemos que la edad media de supervivencia ha aumentado en casi todo el planeta. En este aspecto, España ocupa una posición de privilegio. La confluencia de diversos factores –estilo de vida, tipo de dieta, calidad de los servicios de asistencia médica y prevención…– nos convierten en uno de los países donde las personas alcanzan edades más avanzadas”.
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Sin embargo, hace un apunte importante: envejecer no es un hecho que se valore socialmente. “Por el contrario, vivimos una cultura que ‘penaliza’ severamente el ir cumpliendo lo que es el ciclo normal de la existencia y los cambios propios del envejecimiento. Semejante discriminación por motivos vinculados a la edad se ha hecho conocida como ‘edadismo’ y su impacto justificaría un abordaje individualizado. La preocupación por escapar a la condena del envejecimiento se ha traducido en que dentro de la ciencia haya surgido una línea potente de investigaciones dirigidas a entender y frenar los procesos de deterioro de los tejidos con el paso del tiempo”, nos cuenta.
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Afrontar el paso del tiempo
La psiquiatra reflexiona sobre todo ello. “La actitud social, claramente a favor de discriminar positivamente todo lo que implica ser joven, no facilita que los individuos afronten con equilibrio el paso del tiempo, aunque existan condiciones objetivas que permitan disfrutar del ir cumpliendo años. Envejecer podría suponer una experiencia positiva si se valorara lo que aporta lo aprendido, el equilibrio mental y emocional de la madurez cuando todavía se acompaña de un estado físico saludable, que permite sacar partido a una etapa en la que ciertas esclavitudes disminuyen y se dispone de mejores herramientas psicoemocionales para saborear lo que sigue ofreciendo la vida.
La realidad es que el entorno no facilita ese disfrute y aprovechamiento posible y, al contrario, fomenta el rechazo al envejecimiento y la preocupación por ocultar los efectos del tiempo en nuestro aspecto físico. Esa angustia y rechazo puede alcanzar niveles tan marcados que lleguen a convertirse en un factor de infelicidad tal que alcancen el nivel de patológicos”, nos dice.
Y añade que la ansiedad desmedida ante lo que implica el paso del tiempo ha llegado a una frecuencia suficiente como para recibir nombre propio dentro del capítulo de las fobias, es decir, los miedos desmedidos, irracionales y limitantes.
“Se habla de la ‘gerascofobia’ cuando el miedo a envejecer alcanza intensidades que interfieren con una buena adaptación personal y social, con un rechazo explícito a la propia vejez. Si a ello se suma el rechazo a las personas que se consideran envejecidas entraríamos en el terreno de lo que se considera ‘gerontofobia’. Cuando se adoptan conductas obsesivas y desproporcionadas por ocultar las señales de la edad e intentar parecer más joven, se ha impuesto el término de ‘midorexia’. Por el momento, estas fobias y conductas obsesivas no han sido reconocidas como patologías con entidad propia por las clasificaciones internacionales, pero lo cierto es que tienen una repercusión individual y social que hace conveniente pararse a reflexionar sobre ellas y tratar de disminuir el sufrimiento que generan en las personas más afectadas”, puntualiza.
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Obsesión por no envejecer
Le preguntamos a la experta qué señales nos pueden alertar de que estamos ante un problema de salud mental relacionado con la obsesión por no envejecer. “El deseo de mantenerse joven tanto física como mentalmente en principio es una motivación positiva para que una persona mantenga una actitud abierta, conectada con el presente y con aspiraciones de seguir participando activamente en su crecimiento propio y en las dinámicas de su entorno familiar y social. Es una actitud vital positiva de cara a mantener la salud en niveles óptimos”, nos comenta.
Pero teniendo esto en cuenta, puntualiza que las señales de que ese interés se ha desbocado y convertido en un problema radican en la adopción casi exclusiva de comportamientos, formas de vestir, de hablar, de divertirse... que son excesivamente incongruentes con la etapa vital del sujeto y corresponden a sujetos adolescentes o mucho más jóvenes. Ello suele ir unido a medidas estéticas o incluso quirúrgicas dirigidas al rejuvenecimiento que ocupan una parte excesiva del tiempo y de los objetivos vitales del individuo.
También nos da su opinión Alberto Pérez Espadero, cirujano plástico y reconstructivo en el Hospital General Universitario de Valencia, miembro de la SECPRE (Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora). Para él, es natural en el ser humano el objetivo de no envejecer. “Desde siempre se ha intentado vivir más y vivir mejor. Es algo que todos llevamos dentro y que hace que la medicina avance. Por otro lado, hay personas que llevan cualquier cosa a lo obsesivo. Pero el objetivo de no envejecer, de mantenerse sano y con una apariencia joven es bueno y es sano”, nos cuenta. Y añade que la señal que nos debe poner alerta ante cualquier obsesión es la interferencia con la vida cotidiana: “Esto es algo subjetivo, pero cuando la obsesión por algo no nos deja desarrollarnos en el resto de ámbitos de la vida, comienza a ser un problema”.
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Tomar conciencia del problema
Una de las dudas que nos surge es si suele darse cuenta antes el entorno de la persona que ella misma. “Como otros muchos problemas y comportamentales relacionados con distorsiones de la personalidad (un factor que casi siempre es determinante en las historias más severas de este tipo de conductas irracionales y disfuncionales), la persona que las experimenta no suele tener conciencia del problema que le afecta y en qué grado condiciona y amarga su vida. Suele ser su entorno el que perciba que hay algo desmedido e inadecuado en las prioridades y temores en relación con las manifestaciones de la edad y las exageradas medidas para evitarlas”, apunta la especialista, a la que le planteamos que, como decíamos, envejecer es un proceso inevitable, ¿por qué hay personas a las que les cuesta más aceptarlo? “Los valores sociales vigentes no ayudan a envejecer equilibradamente porque es un hecho que se tiñe de aspectos negativos, angustiosos en sí mismos y perjudiciales en la medida que implican pérdida de derechos y de posibilidad de sentirse ciudadano con capacidad de ofrecer algo importante a la colectividad. Como en otros muchos aspectos de la vida, la pandemia por COVID-19 ha acentuado las preocupaciones generales acerca del mantenimiento de la salud, sobre la muerte y ha incrementado los temores obsesivos a envejecer”, nos explica.
En opinión de la experta, ese hecho, que afecta a cualquier persona, es especialmente problemático para personas con dificultades emocionales, inseguridades personales (muchas veces focalizadas en su percepción corporal) o con personalidades con conflictos marcados que les han influido ya en toda su biografía. Tras la historia de personas con un afán absorbente de corregir los signos del envejecimiento suelen encontrarse personalidades enfermizas, en las que predominan los rasgos narcisistas o histriónicos, perfiles en los que el aspecto externo y la reacción que manifiestan los otros se convierten en la principal preocupación y motor de la existencia.
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Cuando aparece el trastorno dismórfico corporal
¿Se pueden dar casos en los que esa obsesión por la imagen y por no envejecer deriven en un trastorno dismórfico corporal? “Cuando esa preocupación excesiva por las imperfecciones que uno percibe en su propio cuerpo es la causa de decisiones que cambian los hábitos y costumbres cotidianas de la persona, y de comportamientos obsesivos, es cuando podemos estar ante un diagnóstico de dismorfia corporal”, apunta el doctor Pérez Espadero, quien añade que aunque no siempre un comportamiento obsesivo por el cuerpo es una dismorfia (como patología mental), desde su área no hacen intervenciones cuya causa rebasa los límites de lo saludable o que saben que lo que les están pidiendo no beneficiará al paciente porque quiere algo que alterará su fisionomía o que a la larga le traerá problemas de salud. “Por ejemplo: evitamos las intervenciones de moda (como las que algunas personas piden para parecerse a filtros de redes sociales) o lo que no respeta las proporciones anatómicas naturales”, nos cuenta.
“El trastorno dismórfico corporal es una patología mental consistente en percibir como defectuosos algunos rasgos corporales, aunque no lo sean y racionalmente no existan signos que defiendan esa ‘imperfección’. No tiene relación con la obsesión por el envejecimiento y sus efectos sobre el cuerpo y el comportamiento, aunque ambas desviaciones puedan coincidir en ciertas conductas (cirugías de repetición, fijación por la elección de la ropa, prácticas deportivas compulsivas...)”, comenta por su parte la directora del Instituto Psiquiátrico Ipsias.
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Causas que influyen en la aparición de este trastorno
Nos planteamos, además, cuáles son las causas que acaban derivando en la aparición de este trastorno. “Como ya he adelantado en otros momentos, determinadas personalidades están excesivamente centradas en lo que los demás puedan percibir en ellas, especialmente en su aspecto físico, pero también en su comportamiento. Su estabilidad depende de ese supuesto feedback externo, es más, se alimenta de él más allá de sus propios valores, aspiraciones o logros. Este tipo de caracteres toleran especialmente mal lo que consideran una degradación personal irreparable, en concreto, el paso del tiempo”, nos dice la psiquiatra.
Pero también cita el conjunto de actitudes sociales dominantes tienden a endiosar la juventud y ningunear a todos los que no muestran aspecto, comportamientos o valores “juveniles”. Sin duda esa presión social condiciona cómo vivimos todos el envejecimiento, aunque nuestra madurez nos permita apoyarnos en aspectos que no solo no empeoran con el tiempo, sino que se refuerzan, como la mayor confianza en nuestras capacidades, el respeto y el agrado con nuestras propias características únicas, la calma que proporciona el depender menos de la aprobación de los demás o el desarrollo de expectativas más realistas sobre nosotros y el entorno.
“La preocupación estética está empezando a convertirse en una obsesión cuando la persona deja de hacer algo que no le hacía daño, o modifica su comportamiento de forma significativa por un supuesto defecto estético que ella misma percibe. Los pacientes deben saber que cuando hay obsesión, o incluso dismorfia corporal, la solución no está en la cirugía ni en los retoques. Porque después de solucionar el supuesto defecto, la obsesión seguirá ahí y verán otras imperfecciones en las que enfocarse para alimentar su obsesión”, explica por su parte el doctor.
¿Es un problema que se puede prevenir?
La psiquiatra apunta que todas las iniciativas dirigidas a conocerse uno mismo y lograr estar a gusto o al menos en paz con uno mismo, al margen de inútiles comparaciones con las características o supuestos logros de los demás, nos ayudarán a transitar cada etapa vital con equilibrio, sabiendo valorar lo que ganamos y no solo añorando lo que perdemos o lo que no hicimos. “Ese proceso de autoaceptación y disfrute de nuestro mundo interior se beneficiará por ejemplo de un uso comedido de las redes sociales, que son un teatro de vanidades que nos impone ideales ridículos a la vez que tiránicos. Ciertas relaciones dominadas por intereses narcisistas pueden ser otro aspecto que debe controlarse para evitar potenciar las semillas de la obsesión por frenar el paso del tiempo”, comenta.
Cómo tratar este problema
Lo primero que debemos tener en cuenta es que estamos hablando de actitudes y comportamientos no definidos como patologías. “Por lo tanto, ni se debe hacer un diagnóstico ni en sentido estricto un tratamiento. Conviene no utilizar en exceso etiquetas patologizadoras porque más que ayudar provocan reacciones negativas y a la defensiva en aquellas personas que sufren por estos motivos. Cuando alguien cercano muestra una excesiva fijación por los efectos del paso del tiempo y adopta un estilo de vida insano como consecuencia de esa obsesión, conviene recomendarle que se abra a un asesoramiento -que no tratamiento- en el que poder adentrarse en los miedos que le suscita la edad y valorar las consecuencias negativas que frecuentemente tienen las conductas compulsivas adoptadas como compensación de esos temores”, nos explica.
Así, en la mayoría de los casos la experta nos cuenta que se logrará alcanzar una forma de vida que armonice el deseo de mantener los aspectos sanos de un espíritu joven sin entrar en una espiral compulsiva y negadora de nosotros mismos, que nos aleja tanto de nuestros coetáneos (a los que odiamos) como de las personas jóvenes (que nos perciben “fuera de sitio” e incluso ridículos).