Miedos durante la infancia hay pocos, pero si tuviéramos que hablar de uno realmente atormentador, éste sería el temor a que alguien leyera nuestro diario. Muchas teníamos diseños con llave, pero otras escribían su día a día una libreta sencilla que que escondían en lugares que creían secretos, rincones en los que (ingenuas) estaban convencidas de que pasarían desapercibidos para ojos de sus padres, que, seguro, jamás lo encontrarían ordenando o limpiando la habitación. Y, es que a tan temprana edad, y envueltas en una falta de educación emocional importante, esas hojas en blanco eran la única manera que teníamos de expresar nuestros sentimientos. Ahí lo contábamos todo: nuestras discusiones con la familia, los celos o las peleas con las amigas, los planes después de clase, y, sobre todo, ya dábamos una priodidad importante al amor, relatando nuestras ensoñaciones o lo mucho que nos gustaba ese niño por el que íbamos ilusionadas a clase, o veíamos en el patio del recreo. Recuerdo, a principios de la adolescencia, visitar a una amiga en su casa, abrir una de sus libretas porque me parecía bonita, y toparme con hojas llenas de corazones con el nombre del chico que le gustaba. En un diario, ya sabes, toda forma de expresión es válida: ya sea narrativa, dibujos o poesía.
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Aquella costumbre, que para muchas era hábito, muchas la fuimos perdiendo adentrada la adolescencia, sintiendo vergüenza por dejar por escrito nuestra vida y forma de pensar y de sentir, y pasando a comunicar a nuestro entorno tan solo los aspectos que no nos generaban rubor. Sin embargo, uno de los consejos más escuchados en las sesiones de terapia es el de volver a escribir un diario, o al menos, recurrir a él cuando creamos que necesitamos vertir lo que nos pasa por la cabeza, cuando algo nos preocupe, o simplemente necesitemos contar algo y no sepamos a quién o creamos no tener las herramientas necesarias para hacerlo.
Existen infinidad de estudios que demuestran que escribir es beneficioso para nuestra salud mental, independientemente de la edad que tengamos. Bajo la denominación de "escritura expresiva", incluso hay conclusiones médicas que hablan sobre sus beneficios en casos extremos, como el de la ansiedad o la depresión. Así lo confirma el informe Una actividad diaria como tratamiento para la depresión: los beneficios de la escritura expresiva para las personas diagnosticadas con trastorno depresivo mayor que podemos encontrar en la Biblioteca Nacional de Medicina del Centro Nacional de Información Biotecnológica de Estados Unidos. De hecho, si también queremos atribuirle méritos físicos, el movimiento que realizan las personas que escriben a diario también ayuda a problemas de salud crónicos como la artritis o la presión arterial baja.
Los beneficios de volver a escribir un diario
"Escribir es algo muy recomendable para nuestra salud mental, ya que sacamos fuera nuestro diálogo interno. En consulta siempre intento que mis pacientes escriban en algún momento de la terapia, porque es un acto que les ayuda a reconocer pensamientos que pueden ser muy rápidos y automáticos, pero que pueden hacerles daño. De este modo, escribir les ayuda a gestionarlos y controlarlos", nos cuenta la psicóloga y co-fundadora de Serena Psicología, Lorena González, que nos habla precisamente de ese encontronazo que se produce con nuestras emociones cuando logramos exteriorizarlas. Yo escribía y lo mantenía en secreto, pero mis psicólogas (que por causas como la tricotilomanía, he pasado por unas cuantas) siempre me pedían que en las sesiones con ellas dibujara.
Está claro que comenzar un diario requiere que te enfrentes a las situaciones y sentimientos difíciles con las que estás lidiando, y que al principio, a corto plazo, te sientas mal o te cueste admitir o verte en lo que has descrito. Sin embargo, a largo plazo notarás los beneficios: "Al vertir estos sentimientos fuera podemos reconocerlos, ser más conscientes de lo que pensamos y de ese lenguaje interior que mantenemos. La propia escritura tiene también su propio beneficio terapéutico. Al ser una forma de expresión o catarsis de lo que pensamos y sentimos, produce un desahogo inmediato y nos ayuda a aliviar el estrés y la ansiedad".
Es más fácil escribir desde la tristeza
Decía una de las autoras francesas de referencia, Marguerite Duras, que "para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo se escribe". No le faltaba razón. Tampoco a Paulo Coelho: "Escribir es un acto de valentía". Lo es: requiere tiempo (dicen los expertos que unos 20 minutos al día al menos), estar dispuesto a desnudarse emocionalmente frente al papel o la pantalla, y, al cabo de unos días, tener coraje para leerlo. "Pasado unos días y fuera ya de ese momento de especial tristeza o de intensa emocionalidad, podemos leer lo escrito para identificar si ese diálogo interno era especialmente negativo en base a los hechos en sí, para poder reconocer patrones de pensamientoque nos hagan daño y no sean reales. Con la perspectiva del tiempo podemos analizar mejor, y tener un pensamiento más realista. Sentimos en base a como pensamos, y no todo lo que pensamos es real, así que analizando nuestro lenguaje interior y corrigiéndolo a uno más realista podemos mejorar muchas situaciones que nos hacen sentir mal. Y la escritura es una herramienta buenísima para conseguirlo", nos explica la experta en salud mental de Serena Psicología.
Cuando nos sentimos solos, la escritura también nos ofrece compañía. De hecho, cuando atravesamos un bache o tenemos algún día triste podemos comprobar que nos resulta mucho más fácil hacerlo. Tal y como les sucede a los creativos que se dedican a pintar, a componer canciones o a publicar libros, lo cierto es que la creatividad florece mucho más en esos días en los que estamos tristes o nos sentimos solos, como comenta Lorena González: "Todas las emociones tienen su función evolutiva, es decir, sirven para algo. La emoción de miedo es muy clara, esta emoción nos aleja de los peligros y nos mantiene a salvo. En el caso de la tristeza, es una emoción que nos invita a la reflexión, al análisis personal de situaciones y vivencias, a un recogimiento reflexivo individual. Por ello, cuando estamos tristes tenemos más necesidad de reflexionar y pensar, y es aquí donde la escritura se hace más presente".
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Aunque ahora somos conscientes del poder que tiene escribir para mejorar nuestra salud mental, la explicación de que ya lo hiciéramos en la infancia (cuando parecía algo totalmente inconsciente) es exactamente la misma que nos lleva a hacerlo hoy en día: "Los diarios de cuando éramos pequeños plasmaban inquietudes y emociones propios de la edad, lo cual ayudaba a aliviarlas y a organizar el propio pensamiento. Era un lugar donde poder expresar nuestros secretos y nuestras nuevas emociones, una vía para encontrarnos con nosotros mismos de la misma manera que la escritura en la vida adulta nos ayuda a conectar con nosotros y nuestros pensamientos y emociones. Los diarios de nuestra infancia comparten muchas similitudes con la escritura para nuestra salud mental en cuanto a su función como herramienta de autoexpresión, reflexión íntima y procesamiento emocional", concluye la psicóloga.
Es importante hacer hincapié en que, ni es necesario que escribamos todos los días, ni pensemos tampoco que escribir un diario solucionará todos nuestros dramas ni problemas emocionales. Se trata de una manera eficaz para desahogarnos, y es un comienzo estupendo para que, con el tiempo, observemos cómo nos sentíamos en el momento que vertimos aquellas emociones. Un método ideal para conocernos mejor, y saber cómo no debemos sentirnos la próxima vez que suceda. No obstante, si en cambio y aún a pesar de intentar hacerlo, continuamos perdidos en esa gestión emocional, entonces acudir a un psicólogo será la mejor opción.