Desde que soy adolescente me obsesionan las calorías. Lo confieso: en mayor o menor medida, no hay ni un solo día en el que no intente equilibrar la ingesta de calorías. Hay ocasiones en las que, si por ejemplo, al mediodía ingiero un plato con un alto índice calórico, después no ceno o adelanto la hora de cenar a la merienda. Otras veces, si sé que tengo una cena fuera y voy a pedir, sí o sí (porque no soy capaz de resistirme) una receta un poco pesada, entonces intento comer mucho menos a lo largo del día. Incluso, hay mañanas en las que, si redesayuno, me salto la comida. No solo me pasa a mí, sino que hablando con muchas personas de mi entorno, y fuera de él, me he dado cuenta de que esta situación es muy común entre, sobre todo, las mujeres. También he percibido que todas las que hemos adquirido este patrón, lo hacemos porque sentimos culpa.
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¿Cuál es el origen de ese sentimiento de culpa por la comida?
Que sintamos culpa guarda parte de razón en la educación (o mejor dicho, falta de educación) que hemos recibido a lo largo de nuestra infancia. Desde que somos pequeños estamos condicionados por patrones estéticos que nos señalan cómo debemos ser, actuar y hasta sentir. Y, en especial las mujeres, hemos sido inculcadas en estándares de belleza muy rígidos que parecen ser nuestras máximas a conseguir (sí, todavía en presente). Tener la piel lisa, la cintura de avispa, el cuerpo tonificado, la espalda no muy ancha... Cualidades que, teniendo en cuenta que cada una de nosotras nace supeditada por la genética, no siempre son posibles de alcanzar, ni tampoco necesarias.
Aún así, a pesar de que la teoría ahora parecemos saberla, somos muchas las que seguimos empeñándonos en ir contra la naturaleza, y en adquirir hábitos de comida mainstream que, tal y como nos señala la psiconutricionista especializada en trastornos alimenticios, atracón y autoestima, Osiris Martínez, (www.osiriscoaching.com) no siempre son tan saludables como predican: "La opinión común es que saludable, que comer perfecto es unir todas esas frases de información que nos llegan desde hace décadas, pero cuánto más acceso hay a la información, más contradictorio es todo. Nos dicen lo que es sano y lo que no, que el azúcar es tóxico y que genera adicción, y un montón de frases que vamos incorporando a nuestra mente sin cuestionarlas, cuando muchas veces no son ciertas".
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Puede que te haya pasado, porque a mí sí. Más aún en estas fechas. Estás en una comida con más personas, todas piden ensalada o salmón, y, aunque tú deseas comer el plato de pasta que has visto en el menú, decides hacer lo mismo que ellas porque, además de no desentonar y sentir que puedes ser juzgada, crees que así estarás haciendo lo correcto para "cuidar" la línea. Puede también que ahora, a pocas semanas de dar el pistoletazo de salida a las celebraciones navideñas y a las reuniones multitudinarias alrededor de una mesa, estés preocupado por los kilos de más que pueden aparecer, y ya sufras ansiedad pensando en la dieta de enero. Es normal, pero no debería serlo.
"La información que nos llega sobre los patrones a seguir nos genera la idea de que comer bien nos hace ser mejores personas. Parece que somos mejores si llevamos ese tipo de alimentación que dicen que es saludable, pero el problema es que no nos paramos a definir qué significa exactamente 'saludable'", señala la experta. Y es que, precisamente este concepto es en el que nos equivocamos, porque vemos la comida en calorías. "La comida no son calorías, la comida es muchísimo más que calorías, más que tener los triglicéridos a raya, más que tener una alimentación saludable. Es muchísimo más complejo que eso, no tenemos que olvidarnos de que la comida es gasolina, que está hecha para darnos energía y vida.. y no para quitárnosla". Equilicuá. Digiramos esta frase.
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La culpa que sentimos antes, durante o después de comer, va directamente asociada a las reglas alimentarias que hemos interiorizado, precisamente, por la falta de información correcta y contrastada que nos llega. Vivimos en un mundo que parece empeñado en democratizar todos los cuerpos, pero que, sin embargo, por otro lado, continúa lanzando mensajes disfrazados de estereotipos que seguir para no quedarse fuera de la validación externa. "Cuando no cumplimos estas reglas alimentarias, llega un momento nos sentimos culpables porque tenemos la sensación de haber hecho algo mal, de haber infringido la ley, es decir, de haber roto una reglamentaria". Y, para detectar un Trastorno de la Conducta Alimentaria, basta con focalizar nuestra atención en esa misma culpa. Ni siquiera es necesario ponerle nombre. "El síntoma puede ir mutando. De repente tenemos una anorexia que acaba en bulimia, o bulimia que pasa anorexia y que tiene episodios de atracón. En un TCA la comida no es el problema, sino que son síntomas de que hay algo detrás; las herencias, los patrones y todo el sistema interno".
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Cuándo pedir ayuda y sanar nuestra relación con la comida
Resulta esencial y determinante analizar cuál es nuestra relación con la comida para saber si debemos pedir ayuda. De hecho, ante la duda, siempre mejor hacerlo. "Hay que ver cuáles son los mecanismos que mantienen tu mala relación con la comida. Entre esos mecanismos podemos encontrar temas de imágenes corporales, creencias, traumas infantiles, y otros muchos que la favorecen. Para pedir ayuda no es necesario diagnosticar que tienes un trastorno de conducta alimentaria clínico con nombre y apellido, sino que hay que hacerlo a partir de momento en el que ves que la comida ya no es un motor, cuando tu relación con tu cuerpo y con la alimentación te están impidiendo ser feliz, cuando ves que sientes culpa cuando comes cosas, y que eso te ocupa energía y resuta un hándicap que te impide llevar una vida social normal". No le falta razón, pero es que además Osiris Martínez sabe en primera persona de lo que habla. "Comemos tres veces al día mínimo, pero es que además la comida es algo social que está presente en nuestras vidas todo el rato, con lo cual, si tenemos mala relación con ella dejamos de vivir plenamente".
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No hace falta tener anorexia o bulimia, atracones, o cualquier otro TCA diagnosticado clínicamente para buscar apoyo en un profesional y poner solución a los síntomas de nuestra mala relación con la comida. Con analizar nuestros patrones alimentarios y las rutinas y sentimientos que surgen a raíz de ellos es suficiente. Pero el mensaje queda claro. Es momento de, una vez por todas, reconciliarnos con la comida. O mejor dicho, ya toca reconciliarnos con nosotros mismos.