En la octava temporada de Élite, el personaje de Chloe, interpretado por Mirela Balić, se convierte en el centro de atención al protagonizar varios escandalosos episodios que en una primera instancia no entendemos: se graba manteniendo relaciones sexuales y luego publica ella misma esos vídeos de manera anónima en redes sociales. En un primer vistazo, es fácil caer en el juicio rápido. Sin embargo, la historia va mucho más allá.
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Chloe nos engancha, y se convierte en uno de los personajes más intrigantes de la serie por varias razones. Su actitud audaz y desinhibida la lleva a besar a prácticamente todos los chicos del elenco, lo que, unido a los vídeos que hace públicos, despierta la curiosidad de los espectadores. Como mujer soltera, tiene el derecho de vivir su vida amorosa como prefiera, pero lo que nos hace estar en alerta es que, a medida que avanzan los episodios, comenzamos a vislumbrar que detrás de su comportamiento, hay algo más profundo en juego que no reside únicamente en la búsqueda del placer (que, repetimos, es completamente lícito).
A medida que avanzan los capítulos, Chloe deja entrever su deseo de ser aceptada y gustar a todos. Vive solamente con su madre, y son muchas las conversaciones en las que vemos cómo la falta de presencia paternal ha dejado huella en su manera de ser. Además, al no tener ningún vínculo afectivo más, pues Chloe no tiene amigos, también podemos intuir que ese juego sexual es una manera de llamar la atención, y, al mismo tiempo, una defensa, un escudo mediante el cual pretende tomar una imagen de mujer libre y empoderada.
Gustar, una adicción que nos genera placer
Que empaticemos tanto con Chloe guarda parte de motivo en el que muchos de nosotros nos hemos visto en situaciones parecidas a la joven. Quién no haya tonteado alguna vez porque sí, sin llegar a buscar nada después, que levante la mano. Son muchas las ocasiones en las que, inconscientemente, nos vemos jugar con nuestro pelo para atraer la atención de la persona con la que estamos hablando, sonreímos por pura complacencia, y, sí, digámoslo claro, queremos gustar aunque a nosotros no nos guste la persona que tenemos enfrente. Porque querer gustar a todo el mundo es algo mucho más común de lo que piensas. Lo digo tras analizar mis propios comportamientos, lo confirmo después de hablar con varias amigas sobre el tema, y lo explico gracias a la información que nos facilita la coordinadora clínica de Mential (www.mential.io), María Domínguez: “A nivel químico, sentir que otra persona que siente atraída por nosotros genera un enorme placer y podemos llegar a sentirnos adictos a eso. Saber que generamos deseo, es una fuente muy potente de recompensa que nos puede hacer cambiar nuestra conducta para seguir consiguiéndolo. El problema viene cuando, para lograrlo, nos olvidamos de nuestras propias necesidades y deseos y nos perdemos en el camino”.
Chloe se pierde un poco en el camino. Su búsqueda de aprobación y validación parece estar en el centro de sus decisiones y acciones. De hecho, más allá de esos motivos clínicos que nos cuenta la experta en salud mental, hay muchos más que responden a cualquiera de nuestras preguntas sobre el personaje, o lo que es lo mismo, también sobre nosotros mismos: “Querer vincularnos es algo básico en el ser humano y con un gran peso a nivel de evolutivo. Sabemos que incluso los niños cuando son pequeños buscan realizar acciones para atraer la atención de los adultos y complacerlos, probablemente porque para nuestros ancestros esto implicaba una mayor tasa de supervivencia. Esta necesidad está en nosotros desde pequeños”.
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Parecer fuerte, un escudo contra el rechazo
Pero lo que hace que Chloe se haya convertido en una de nuestras favoritas de la serie es el descubrir que detrás de esa coraza se encuentra también otra faceta en la que muchas también nos vemos claramente reflejadas. Hablamos de la chica que, a pesar de parecer fría y distante, siempre intenta ayudar a todos quienes le rodean, incluso viviendo su propio calvario. No vamos a hacer más spoilers, pero la historia de Chloe, además de la de Sara y la de Isadora, es una de las más impactantes de toda la serie. Si con esa actitud en un primer momento pensábamos que estábamos ante una de las protagonistas más fuertes de la producción, lo cierto es que cada vez que el rechazo llama a su puerta se derrumba, como casi cualquier humano, aunque lo hace a solas y sin buscar ayuda.
Todos nos hemos visto alguna vez afectados por el rechazo, incluso por ese que viene de personas que no son relevantes en nuestra vida. Sentirse rechazado, digámoslo, duele. María Domínguez nos ayuda a entender este fenómeno: “El rechazo duele incluso aunque la persona que nos rechaza no sea muy importante para nosotros. De nuevo, porque la necesidad de vinculación se asocia a la supervivencia y ha sido fundamental para nosotros. La neurociencia ha demostrado que, ante un rechazo emocional, se activan las mismas áreas que ante el dolor físico y por eso nuestra experiencia es tan intensa”.
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¿Y qué nos pasa cuándo no logramos esa validación externa que buscábamos? Pues la respuesta en realidad la sabíamos, pero la esquivamos. “Es normal que se activen algunos miedos primarios como el sentirnos solos, no sentirnos suficientemente válidos o sentirnos excluidos. Puede ser incluso que se dañe la autoestima, y aparezcan discursos internos negativos y críticos con nosotros mismos relacionados con cómo nos vemos y cómo nos percibimos. Aunque un rechazo siempre duele, si enfocamos nuestra valía en relación a lo que nos valoran los demás tardaremos más en recuperarnos”, nos señala la experta.
Sí, que Chloe nos haya tocado a todos un poco la fibra tiene sentido. Su historia es de las pocas que Élite ha seguido en cada capítulo dándole la importancia que requiere. Y nosotros hemos encontrado en ella un reflejo de las luchas internas y las contradicciones a las que nos enfrentamos en nuestra búsqueda de identidad y aceptación en el mundo. A través de su historia, la serie nos desafía a cuestionar nuestros propios prejuicios y a considerar las complejidades del deseo humano y esta necesidad de conexión emocional de la que hablábamos.