‘Siempre tengo hambre’. Tal vez has oído o incluso pronunciado esta frase. Hay personas que sienten hambre incluso después de haber comido recientemente. “Claro que se puede tener sensación de hambre aunque hayamos comido puesto que podemos también comer por gula, antojo o apetito”, nos comienza explicando Lorena Afonso Martínez, nutricionista de la Unidad de Sobrepeso y Obesidad del Hospital Vithas Vigo.
La experta matiza que la diferencia entre lo que llamamos el ‘hambre real’ y esto último es que cuando comemos por antojo buscamos un alimento muy concreto, de ahí la expresión “me apetece”. “Además estos alimentos suelen ser muy sabrosos, da igual que sean dulces o salados, lo que vale es que genere mucho placer. Aparece de forma súbita, sobre todo al ver o recordar el alimento concreto que nos apetece en ese momento. No hay control, cuesta la misma vida frenar porque el final el placer no tiene límites pudiendo acabar en atracones o picoteos de horas y horas. Se potencia sobre todo si vas mezclando texturas y sabores distintos. Suele acabar con remordimiento, pesadez y en algunos casos purga (vómito). No importa la hora, puede aparecer en cualquier momento”, nos detalla.
Mari Carmen Soliveres Tomás, psicóloga, co-directora PsicoActúa, Unidad de Psicología y Medicina de la Salud del Hospital Vithas Medimar , nos confirma que esta es una cuestión que se presenta habitualmente en el contexto terapéutico. “En la mayoría de casos tiene mucho que ver con la dificultad en identificar la señal de saciedad. En muchas ocasiones se confunde el hambre con la ansiedad y por lo tanto lo que se busca con la comida es calmar esta sensación y no tanto la saciedad, qué en definitiva sería la función principal de la comida”, apunta.
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¿Cuáles son las razones que pueden influir en que esto ocurra?
Si buscamos las causas que pueden influir en que tengamos hambre constante, incluso tras haber comido, podemos hacer mención a varias. “El sabor de los alimentos, por ejemplo. Hay algunos sabores que aumentan nuestro apetito, por ejemplo, los salados, el azúcar o el umami. También puede influir en nuestro apetito la mayor 'palatabilidad' o placer que obtenemos al consumir alimentos altamente procesados como bollería o galletas. Existen además compuestos como el glutamato y otros potenciadores y los edulcorantes no calóricos que también repercuten. Y tampoco podemos olvidar que la variedad de sabores disponibles también participa en nuestra sensación de hambre”, explica la nutricionista.
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¿Puede haber algún problema de salud detrás?
Al margen de estos aspectos, no podemos olvidar que existen factores como el estrés, el sueño, el consumo de ciertos medicamentos o la existencia de algunas enfermedades que pueden estar relacionadas con esta sensación de hambre constante.
“El estrés puede hacernos comer más y que seleccionemos alimentos más sabrosos y que suelen ser menos saludables. La falta de sueño o descanso aumenta el hambre y el apetito y hace que seleccionemos alimentos más sabrosos y que suelen ser menos saludables. Algunos medicamentos como corticoides, antihistamínicos, ansiolíticos, antidepresivos, betabloqueantes, hormonales… que aumentan el apetito o el hambre y reducen la saciedad. Y algunas enfermedades inflamatorias, la resistencia a leptina e insulina y también algunos casos de obesidad con componente inflamatorio pueden estar detrás”, nos explica Lorena Afonso.
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El papel del hambre emocional
La psicóloga nos explica que claramente cuando entran las emociones en juego se pierde totalmente el sentido real de alimentarnos y por lo tanto aparecen los problemas de la conducta alimentaria. “La comida, en demasiadas ocasiones, se convierte en fuente de placer, por lo que acabamos abusando de comida calórica buscando el refuerzo positivo que esta proporciona. También tiene su función ansiolítica, por lo que se acaba comiendo de más con el objetivo de calmar la ansiedad, un claro ejemplo de esto ocurre cuando se deja de fumar, vemos cómo los pacientes acaban aumentando su ingesta de forma significativa”, nos comenta.
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Cómo actuar
Si nos sucede y sentimos esta sensación con frecuencia y no es debida a un problema de salud, ¿cómo debemos actuar? “En primer lugar, hemos de identificar la emoción qué está interfiriendo en nuestra conducta alimentaria. Una vez identificada la emoción, ya puedo trabajar con ella, si bien es ansiedad he de poner en marcha estrategias válidas para canalizarla y en el caso de que actúe como refuerzo positivo, hemos de identificar otras fuentes de placer”, sugiere la psicóloga, que añade que una vez identificada la emoción hemos de reestablecer la relación con la comida, aprendiendo de nuevo a identificar la señal de saciación, haciendo una comida consciente, escuchando nuestro cuerpo, planificando la comida y muy importante comer despacio.