El primer recuerdo que tengo de ser consciente de que no tenía pelo fue cuando mis padres me llevaron al dermatólogo. Convencidos de que por estrés o ansiedad podía estar sufriendo una alopecia temprana, el médico nos dijo que mi cuero cabelludo no presentaba los signos propios de una caída del cabello natural. Después de esa consulta, pasé por muchos psicólogos que me mandaban dibujar árboles en hojas para ver mi estado de ánimo. Sin embargo, no fue hasta el tercer año de sospechas el momento en el que, tras muchos rigurosos desplazamientos de Pontevedra a Vigo después del colegio en las tardes de los lunes y los miércoles, la única psicóloga con la que conecté confirmó lo que ya me había dicho el dermatólogo: mi tricotilomanía.
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-¿Cuándo deja de ser normal la caída del cabello?
La tricotilomanía es, probablemente, uno de los trastornos más desconocidos. Aunque en los últimos años ha conseguido hacerse un poco de hueco en los medios de comunicación gracias al impulso que ha cogido la salud mental en la parrilla de noticias, y modelos como Sara Sampaio hasta han confesado tenerla, todavía resulta complicado encontrar testimonios que, más allá de en su enfoque científico, expliquen bien en qué consiste. En palabras del psicólogo de IPSIA Psicología, Luis Antón, su definición se trata, concretamente, “del arrancamiento del pelo de forma recurrente, que acaba dando lugar a su pérdida”. Si recurrimos a su etimología también vemos el sentido. En el manual de referencia, Bolognia, Dermatología (Elsevier, 2015), así se explica: "El término procede del grigo thrix, pelo; tillein, arrancar, y mania, locura", "arrancado o ruptura del pelo provocada por el propio paciente".
Yo empecé haciéndolo a los siete años con las cejas y las pestañas, y después pasé a hacerlo con mi melena. Nada que resulte raro en alguien que lo padece, pues, tal y como el experto en salud también comenta “puede darse en cualquier región del cuerpo, aunque la localización más frecuente es la cabeza, sobre todo en las regiones coronales o parietales”.
Para mi familia detectar que lo padecía no fue tarea fácil. “Normalmente el arrancamiento se produce cuando se está solo, y generalmente, estas personas niegan su comportamiento y camuflan la alopecia resultante. Es habitual que el pelo se arranque de uno en uno y que se pase de unas zonas a otras, haciéndolo, sobre todo, en situaciones de estrés o aburrimiento”. El proceso es sencillo: “En estas ocasiones las personas con tricotilomanía empiezan a buscar irregularidades en el pelo. El posterior arrancamiento, y esa ocupación, les aleja de pensamientos y emociones que producían malestar”, apuntala Luis Antón.
Conozco personas que cuando se ponen nerviosas se arrancan parte del vello de los brazos y de las cejas, sin embargo, lo mío no se trataba solamente de un hábito convencional. El trastorno apareció justo en una época de cambios que me negaba a aceptar. La inmadurez de la edad no me permitió buscar las herramientas necesarias para gestionar esa etapa, y mi respuesta ante la misma fue la huida, ser escapista.
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Aunque lo hiciera inconscientemente, arrancarme el pelo era mucho más fácil que afrontar lo que sucedía. Poco tuvo de atajo, ya que, más allá de las consecuencias estéticas, trajo consigo otras que afectaron a mi entorno: mis primeros suspensos en matemáticas o mi irritabilidad y otros estados de ánimo que no había experimentado antes fueron tan solo algunas. Ahí, en estos comportamientos poco habituales en mí, se encontraba la diferencia, como explica el psicólogo: “Para que se considere tricotilomanía es necesario que cause un malestar clínicamente significativo o un deterioro en ámbitos como lo social o lo laboral, y que existan intentos de disminuir o dejar de arrancarse el pelo de forma infructuosa. Se convierte en problema cuando se hace de forma automática y fuera de control”.
¿Cuándo aparece la tricotilomanía?
Comencé muy joven, a los nueve años, y estuve cuatro años sufriéndola. El manual ya citado, Bolognia. Dermatología, sentencia que no se conoce bien su prevalencia, pero sí deja claro que tenerla a una edad tan temprana es lo más habitual. Como sucedió en mi caso, suele aparecer siempre en la infancia, justo antes de la llegada de la pubertad o durante la adolescencia. La sufre alrededor del 1% de la población, y según datos que nos ofrecen desde IPSIA Psicología, sólo el 2% de los adultos está diagnosticado con ella, siendo las mujeres las que suman el porcentaje mayor. El desconocimiento es alarmante: el 58 % de la población con tricotilomanía nunca recibe terapia por este problema.
Ya os podéis imaginar qué supuso para mí tenerla justo antes de la adolescencia y en una época donde todos estos temas parecían ser tabú. Por suerte -o desgracia-, yo no lo sabía. Y es que te preguntarás si es posible perder tanto el control sobre tus acciones y pensamientos como para no saber ni controlar los movimientos que estás ejecutando. Te respondo con firmeza: sí, lo es. Parece increíble, pero te aseguro que lo es. Hay quien vive con ella de manera consciente, y hay quien en cambio la habita en un plano completamente automático, sin saber en absoluto lo que está pasando. Yo nunca me di cuenta de tenerla hasta que casi ya me estaba curando. Y, aunque lo tengo aceptado, hablarlo hoy todavía me sigue costando.
Me arrancaba el cabello poco a poco, pelo a pelo, y en alguna ocasión parece ser que hasta lo hacía por mechones. En mis padres la alarma se confirmó cuando comenzaron a ver que el cabello que había en el suelo era proporcional a las calvas que iba teniendo. Recuerdo llegar incluso a dormir con guantes de lana por si, dormida, me tocaba la cabeza y me desprendía de más pelo. Durante los primeros años no lo viví como un problema porque no era consciente de tenerla. Quien más lo sufrió fue mi familia, que se llevó un golpe emocional grande al ver cómo cada día sus niveles aumentaban y su hija se iba quedando casi calva. No exagero.
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Controlar los impulsos, la tarea pendiente de los trastornos de salud mental
Lo más sorprendente, en cambio, no fue solamente perder el control sobre mis acciones, sino más bien la deformación de la realidad que viví. En un momento en el que las tendencias de moda de los 2000 estaban en pleno auge (esas que ahora conocemos como ‘Y2K’) llevaba cintas de goma anchas para seguir las corrientes de estilo que imperaban en aquel momento y no quedarme atrás. El médico me dijo que era malo para la transpiración de mi cuero cabelludo, pero yo lo hacía tapando, ingenuamente, los primeros huecos que iba teniendo en la parte alta de la cabeza, e incluso llegué a lucirlas cuando ya apenas quedaba pelo. También recuerdo un año que me fui de viaje a Punta Cana con mis padres y un matrimonio cercano a la familia. En el hotel pedí un servicio que ofrecían cerca de la piscina, uno muy común de encontrar a veces en los resorts de allí: el de una sesión de peluquería donde te pegan trencitas largas postizas de colorines. Las chicas que lo hacían me las pusieron pagadas por mis padres, deseosos de cumplir en aquel momento todos mis deseos por verme bien y como se suponía que deba estar, con pelo. Pero no pedí las trencitas ni lucí nunca cualquier complemento o accesorio de pelo para tapar mi cabeza, sino que lo hacía por moda, porque cada vez que me miraba al espejo seguía viéndome con mi melena castaña y lisa habitual de siempre.
La dificultad de reconocer que la mente puede llegar a ser tan engañosa como para verte en el espejo con pelo cuando no lo tienes es, precisamente, lo que nos lleva muchas veces a juzgar o no entender los trastornos mentales. Sucede lo mismo con otros de los que más hablamos, los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA). Pero si ahora resulta complicado, en aquella época todavía más. Para muchos de mis compañeros, sino era una rara avis, mínimo estaba en tratamiento por cáncer. En algunas ocasiones escuché algún comentario desafortunado, que no habría sido apropiado ni agradable recibir ni aunque hubiera decidido raparme el pelo por deseo (algo que, dicho de paso, sería totalmente legítimo).
Afortunadamente, gracias a la terapia y al incansable apoyo familiar, llegó un momento en el que la tricotilomanía terminó, y mi pelo no solo volvió a nacer, sino que me pareció que lo hizo más fuerte, y hasta me sorprendió con unos tirabuzones preciosos que nunca antes había tenido. Desde entonces y hasta terminar Periodismo en la Universidad me negué a volver a contármelo y lo lucí, orgullosa, hasta casi la altura del ombligo. Sentía que tenía el pelo tan fuerte como un roble, y casi tan largo como Rapunzel.
Salir de la tricotilomanía es posible: paso a paso para hacerlo
De la tricotilomanía se sale, pero siempre con apoyo de profesionales. Primero, cuando haya sospechas de que se pueda estar padeciendo o, cuando se comience a notar una aparente caída poco natural del cabello, se necesita un diagnóstico de un dermatólogo que dictamine si es alopecia o no. "Una de las primeras cosas que debemos hacer cuando un paciente viene a consulta es hablar con él y preguntarle los motivos que le llevan a pedir cita, porque en muchos casos son ellos mismos los que reconocen que se arrancan mechones de pelo", comenta la dermatóloga Dra. Couselo, que trabaja en el Hospital del Salnés, y en la clínica dermatológica Gómez de Liaño. "También nos apoyamos mucho en una técnica no invasiva, la tricoscopia, que nos ayuda a hacer un diagnóstico diferencial, y a descartar si no se trata de alopecia areata o tiña capitits. Y, en el caso de tener dudas podríamos hacer un cultivo de hongos o una biopsia, pero ya con la tricoscopia se diferencia bien. De hecho, un rasgo muy característico de la tricotilomanía es encontrar pelos cortos y fracturados en diferentes niveles".
Una vez diagnosticada comienza la búsqueda de tratamiento psicológico. No sirve cualquiera, pues tal y como señala la psicologa, coach y CEO de Piropos al Alma, Melanie González, “Hay que ver cuánto tiempo lleva el trastorno instaurado para ver su gravedad y cronicidad. La tricotilomanía es aconsejable derivarla a un especialista en ese campo".
Desde la consulta, los profesionales de la salud lo primero que hacen es valorar los motivos, encontrar el origen. Más allá de poder partir de un trastorno de la personalidad, la psicóloga concreta: “La tricotilomanía está asociada a un problema de ansiedad y dificultad de control de impulsos. Partimos de la base que la ansiedad es una respuesta fisiológica del cuerpo ante un estímulo amenazante, por lo que primero exploramos en qué momento empezaron los síntomas y que estaba o está ocurriendo en la vida de la persona para que pueda estar percibiendo una posible amenaza”. También detalla: “Si vemos que hay algo claro, como por ejemplo un conflicto con alguien, separación de padres o bullyings; podemos comenzar a trabajar esto y dar pautas y herramientas psicológicas al paciente para gestionar esa situación de una forma correcta. De hecho, la tricotilomanía muchas veces se produce porque el paciente siente alivio al realizar ese comportamiento, y eso le calma la ansiedad y el estrés de manera momentánea. Se trata de dar otro tipo de herramientas a la persona, como comenzar por la meditación, por ejemplo, que podría beneficiar muchísimo para calmar ese estado de ansiedad y bajar el sistema de alerta en la mente”.
Desde IPSIA lo corroboran: “Iniciamos un análisis funcional de la conducta problema, conociendo cuáles son los antecedentes y las consecuencias inmediatas de arrancarse el pelo, y determinando el nivel de automatismo o conciencia con la que se realiza, las posibles situaciones que disparan la conducta, los pensamientos que aparecen y las emociones que se quieren evitar con el arrancamiento de pelo”. En función de este registro, y tras llegar llegar a tomar conciencia del momento en el que se realiza la conducta, recalca también el paso siguiente: “Se enseñan técnicas de aceptación de emociones y pensamientos, técnicas de regulación emocional, y se ensaya una conducta incompatible con la de arrancarse el pelo, que puede ser hacer algo con las manos. Con este trabajo, la persona ya está preparada para exponerse a las situaciones en las que antes se arrancaba el pelo, con nuevos recursos que puede aplicar”.
Entre los ejemplos que nos enumera Melanie González encontramos varios consejos a seguir, aunque pueden variar en función de las necesidades que reclame cada caso. “Una metodología que funciona muy bien es enseñar al paciente que muchas veces la amenaza no tiene porque ser real y, cambiando la interpretación que damos a una situación, podemos cambiar la emoción que deriva de ello”. Técnicas para tratar la tricotilomanía hay varias, todas dependerán del método de trabajo del profesional que nos trate, y las necesidades de quién acuda a su consulta.
Yo siempre fui muy tímida, y aunque escribir al otro lado de la pantalla me supone ser leída por vosotros, lo cierto es que en el cara a cara, la comunicación me cuesta bastante más. Puede que por eso en su día mi psicóloga jugara conmigo al Mikado en el suelo de su consulta, o me ayudara a practicar ejercicios de relajación en una sala donde tenía balones de yoga. Haciéndolo no solo conseguía que yo me encontrara mucho más tranquila y cómoda con ella, sino que también, distrayéndome, ayudaba a que contara muchas más cosas de lo que solía hacer. Un hecho parecido al que también avala Melania González con otra técnica: “En terapia utilizo mucho la hipnosis, ya que cuando entras en un estado meditativo, puedes entrar en la mente del paciente y sugestionarla para ‘convencerla’ de que no hay amenaza, que no estamos en peligro y que pueda enviar la orden al sistema nervioso de ‘bajar la guardia’. Asegura que, “si cambiamos la percepción mental, podemos cambiar el comportamiento. Cambiar el pensamiento o creencia para modificar la emoción y así modificar el comportamiento, partiendo de la base de que estos tres conceptos están relacionados entre sí”.
Cuando la tricotilomanía va más allá: la alopecia crónica o la tricofagia
Si el profesional considera que la terapia está terminada, será porque la tricotilomanía habrá desaparecido. Sin embargo, hay casos excepcionales, en los que puede derivar en una alopecia crónica. En estos no nace pelo, pero en la mayoría de los que hemos superado la tricotilomanía, sobre todo a una edad temprana, sí que vuelve a aparecer, por lo que antes de tomar una decisión radical para lucir melena (si es nuestro deseo), podemos volver al especialista en Dermatología para analizar de nuevo el caso. Si nos confirma que se trata de una alopecia crónica y esto nos genera malestar, tampoco debemos alarmarnos, porque para lucir melena también hay solución. La médico especialista en medicina estética, tricología y medicina capilar, Sandra Hermida, nos lo cuenta : “Una vez trabajada la parte psicológica, si se ha producido una región de alopecia permanente (zonas de calva), por la tracción continuada del pelo con daño al folículo, se puede realizar el injerto capilar en esas zonas. Es importante tener claro que la base es que el paciente se encuentre estable psicológicamente para que no vuelvan a producirse episodios de tracción del pelo”.
La importancia de abordar la tricotilomanía con ayuda es muy alta. Hasta hay casos de tricotilomanía reciente que van acompañados con la tricofagia, que es todavía un tabú más grande. Consiste en ingerir ese cabello arrancado o, al menos, sus raíces. La tricofagia puede llegar a formar una bola o acumulación de pelo ingerido en el estómago, que puede formar un tricobezoar y crear un problema de obstrucción intestinal y otros efectos secundarios, como la falta de hambre o vómitos.
Es importante recalcar que no todos los estiramientos de pelo están encuadrados en la tricotilomanía. Volvemos a recurrir al manual de Dermatología para clarificarlo: "Normalmente los individuos con tricotilomanía constituyen un grupo muy heterogénero, variando desde aquellos con un hábito de carácter muy leve a otros con trastornos del control de los impulsos o de la personalidad, discapacidad intelectual o una psicosis. Los criterios del DSM-5 recomiendan diferenciar la tricotilomanía de los trastornos mentales que explican mejor el arrancamiento del pelo, como el trastorno dismórfico corporal". Siguiendo esta estela, Melanie González también nos habla de casos que podrían requerir otro tipo de terapia: “En los casos más graves, hemos de derivar a psiquiatría, ya que en estos es necesaria la medicación y su abordaje de manera más clínica”.
Si estás transitando la tricotilomanía, no debes avergonzarte por tenerla. Se habla poco de ella, pero hemos sido muchos los que también hemos pasado por ese trastorno. De hecho, en manuales médicos la encontrarás con frecuencia y verás que La American Phsychiatric Association, DSM-5, la clasifica en la categoría de "trastornos obsesivo-compulsivos y afines", que a su vez engloba un grupo amplio de trastornos, muchos de los cuales ya conoces o su nombre te suena.
REFERENCIAS
F. Messeguer, A. Agustí-Mejias, C. Requena, A. Pérez-Ferriols, C. Guillén-Barona. Claves diagnósticas de la tricotilomanía. Revista Anales de pediatría. Vol. 74. Nº 1. P´g. 60-62 (enero 2011). DOI: 10.1016/j.anpedi.2010.09.008
Tay YK, Levy ML, Metry DW. Trichotillomania in childhood: case series and review. Pediatrics. 2004 May;113(5):e494-8. doi: 10.1542/peds.113.5.e494. PMID: 15121993.
Piquero-Casals J, La Rotta-Higuera E, Piquero-Casals V, Hernández-Pérez R, Piquero-Martín J. Tricotilomanía: presentación de tres casos y revisión de pruebas diagnósticas [Trichotillomania: three cases presentation and diagnosis tests review]. Invest Clin. 2007 Sep;48(3):359-66. Spanish. PMID: 17853795.