Sofisticado, inteligente y plástico, capaz de adaptarse al entorno y a la biografía de salud de cada persona. Así define el doctor Ricardo Cubedo, al sistema inmunitario, ese órgano invisible que nos protege día a día, durante toda la vida, ejerciendo su función de escudo. Y sobre él nos habla el oncólogo médico e investigador clínico en el Hospital Universitario Puerta de Hierro y en MD Anderson Cancer Center en su libro El órgano transparente, publicado por Larousse, donde responde a todas las preguntas que nos pueden surgir acerca de las conocidas defensas. Sobre todo ello hemos tenido la ocasión de hablar con el especialista.
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Habla del sistema inmunitario como un órgano transparente, ¿qué quiere decir con ello?
Quiero decir que es un órgano que es capaz de funcionar en la trastienda, sin que nos demos absolutamente cuenta de la cantidad enorme de procesos que está realizando al mismo tiempo; de extraordinaria complejidad y cada minuto del día. Aunque a veces hablemos de defensas bajas y cosas parecidas, realmente nunca se estropea. Podemos tener una diarrea o una indigestión porque se nos estropea el sistema digestivo, o un mal de cabeza que es un trastorno del sistema neurológico, pero difícilmente habremos experimentado en primera persona un fallo de verdad del sistema inmunitario. Probablemente, salvo personas muy ancianas al final de su vida, tampoco conozcamos a nadie que tenga un fallo de este sistema. Otra cosa son las enfermedades autoinmunes.
Uno de los mantras que casi siempre repetimos es que hay que tener las defensas a punto, para prevenir posibles problemas de salud. ¿Se pueden realmente reforzar las defensas?
Hay que tener el sistema a punto, claro, pero eso se realiza de modo automático por sí solo. Así como la persona que hace ejercicio regularmente está protegiendo su sistema cardiovascular o una persona que se cuida la piel y la protege del sol está ayudando a proteger su dermis, no podemos hacer nada real para reforzar nuestro sistema inmunitario porque realmente no lo necesita. Es un sistema de una perfección difícil de imaginar, que se las ha tenido que ver con una especie que durante millones de años ha bebido agua en malas condiciones, ha parido en lugares con abundancia de microbios… y hasta aquí nos ha traído. Ni se necesita ni podemos hacer nada particular, que de una forma objetiva pueda medir la mejora de nuestro sistema inmunitario.
Podemos hablar de sistema inmunitario innato y adaptativo, ¿cuáles son, a grandes rasgos, sus principales diferencias?
- El sistema inmunitario innato es aquel con el que nacemos y morimos exactamente igual, lo tenemos disponible desde el primer instante de la vida. Es muy rápido en cuanto a entrar en acción. Todos nos hemos cortado con un cuchillo en la cocina y vemos como en menos de un minuto aquello está rojo e inflamado. Eso es el sistema innato en acción. Consume muy poca energía y es el que nos mantiene a raya de todos los microbios, impide que los gérmenes de nuestra piel penetren más adentro.
- El sistema inmunitario adquirido o adaptativo lo vamos adquiriendo a medida que vamos viviendo. Es mucho más lento, tarda por lo menos una semana desde que nuestro organismo da la voz de alarma. Es extraordinariamente caro en términos de energía, hay muy pocas cosas en el organismo (prácticamente solo un feto en evolución) que consuma tanta. Precisamente por eso cuando tenemos una infección nos sentimos tan cansados. De alguna manera, el sistema le dice a nuestro cuerpo “ahorra todas las calorías que puedas porque las necesitamos para fabricar billones de glóbulos blancos para luchar contra la infección”. A la par que tiene esta desventaja (el gasto tremendo de energía y que por tanto nos deja muy débiles y cansados), tiene tres ventajas: es extraordinariamente potente, mucho más que el sistema inmunitario primario, cuando la cosa se pone seria entra siempre a estar presente en ese campo de batalla; el segundo, es que se adapta a la medida exacta de cada germen (con el otro sistema usas las mismas células y proteínas para luchar contra un hongo o un microbio), produce anticuerpos que solo sirven para ese germen y nada más para este; la tercera ventaja es que genera memoria. Después de haber generado esa respuesta, nos quedamos en el organismo con esas células memoria, para atacarlo de forma más rápida y eficaz, que es principio de la inmunidad.
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Comenta también que los dos únicos sistemas de nuestro cuerpo capaces de aprender y de mejorar con el paso del tiempo son el cerebro y el sistema inmunitario, ¿piensa que no les damos, pese a esta evidencia, la importancia que requieren?
Creo que sí, sobre todo al cerebro que tiene mucho más prestigio que el sistema inmunitario. Tampoco está mal que no le demos demasiada importancia, está pensado para eso, para no hacerle caso. No pensamos en él pero sigue cumpliendo su cometido.
Conocemos las estrategias para entrenar y mantener activo nuestro cerebro, pero ¿de qué forma puede aprender y mejorar nuestro sistema inmunitario?
Nuestro cerebro sabemos cómo aprende y es un acto voluntario, en cambio nuestro sistema inmunitario aprende no de forma continuada sino cada vez que se enfrenta a un nuevo germen. Cada vez que un microbio ha puesto en marcha el sistema inmunitario adaptativo, nuevas células memoria se activan y es como si se hubiera instalado una versión nueva del sistema operativo. Es por eso que una separación excesiva del mundo de los microbios puede impedir ese aprendizaje natural.
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¿Considera que es una mala idea vivir, podríamos decir, en una burbuja, con el fin de mantener nuestro sistema inmunitario a buen resguardo?
Sí, sobre todo durante los primeros años de la vida. Nuestro sistema inmunitario, el adaptativo, madura a base de enfrentarse a todas las sustancias que nos rodean y ha de aprender a discernir lo que ha de atacar y tolerar. Como si estuviera confeccionando una lista negra y una de invitados. Eso lo hace el niño metiéndoselo todo en la boca, probándolo todo, interactuando con el mundo de los adultos. No es casualidad que en todas las culturas del planeta a los niños se les bese en la cara y las manos. Es una forma de transmitir al nuevo miembro de la sociedad la microbiota que todos compartimos, y al mismo tiempo cogiendo algunos mocos y diarreas para que el sistema inmunitario se vaya entrenando. La salud infantil es muy importante pero la exageración de que al mínimo signo de enfermedad el niño no vaya al colegio impide esa función de reconocer lo malo y lo bueno del sistema inmunitario.
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¿Qué supuso una pandemia con la de la COVID-19 en relación a nuestra inmunidad?
Una gran actualización del sistema operativo, para algunos de forma natural y para otros ayudados por las vacunas, que al fin y al cabo es un medicamento que actualiza la inmunidad adaptativa sin necesidad de tener que sufrir ninguna infección. Fue una muestra de qué importante es el sistema inmunitario, que es capaz, frente a un germen completamente nuevo con un ataque brutal al sistema de nuestras defensas, de superarlo. Ya sea con o sin vacuna, la mayoría de las personas tuvieron un sistema inmunitario que logró superar a ese nuevo virus. No todos, muchas personas fallecieron por el camino, porque el sistema inmunitario perdió la batalla, pero fue un recordatorio de cómo este sistema nos está defendiendo constantemente y cómo a lo largo de la historia se ha ido actualizando ante los nuevos retos que se va encontrando.
¿Se puede llegar a producir un exceso de inmunidad? ¿Qué problemas puede acarrearnos?
La gran epidemia del mundo rico o civilizado es este exceso. Tenemos una pandemia de enfermedades autoinmunes: el asma, así como las alergias, y docenas de enfermedades en las cuales la autoinmunidad tiene un papel fundamental. Enfermedades tan comunes como la diabetes, o las neurodegenerativas y en las que participa una inmunidad que no sabe distinguir bien entre lo propio y lo ajeno, montando una defensa inflamatoria que no es en absoluto deseable.