El true crime, o las series y programas de crímenes basados en hechos reales, se ha convertido en uno de los grandes pilares de la industria del entretenimiento. De hecho, ha experimentado un auge sin precedentes en los últimos años. Atrás quedaron los días en que la comedia dominaba la preferencia de los espectadores, pues según revela el estudio TGI Global Quick View de Kantar, realizado en más de 35 mercados de todo el mundo, el true crime se ha posicionado como el segundo género favorito.
Jeffrey Dahmer, El caso Wanninkhof-Carabantes, El caso Alcàsser, El asesino del hacha, ¿Dónde está Marta? o Staircase son solo algunos ejemplos de las numerosas series y documentales true crime que han cautivado al público. Estas producciones narran historias reales de crímenes y delitos, explorando los detalles más oscuros y perturbadores de la condición humana.
La popularidad del true crime no es un fenómeno reciente, sino que se remonta a más de setenta años atrás. Sin embargo, en la actualidad ha alcanzado nuevas cotas de éxito y repercusión. Elena Neira, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), señala que este género ha logrado consolidarse gracias a su capacidad para generar intriga, suspense y una profunda fascinación por los crímenes reales. Y pese a que podemos pensar que solo se trata de producciones audiovisuales inofensivas, la realidad es que pueden afectar a nuestra salud mental. Así lo advierten los psicólogos.
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El crimen nos engancha
Tenemos claro que en los últimos años, quizás desde el confinamiento obligado que nos ha llevado a tener que “entretenernos en casa” desde la distancia, ha habido un aumento exponencial en el consumo de las series documentales o de ficción basadas en crímenes reales. ¿Hasta dónde nos fascinan estas conductas delictivas del ser humano tan crueles? Los true crime o series de crímenes basados en hechos reales forman parte de nuestra cultura y existencia. ¿Por qué? Nos da algunas claves la psicóloga sanitaria y experta en violencia Susana de la Torre Cano, de Mundopsicologos.com
- El morbo de lo prohibido y el “cotilleo” que nos permite adentrarnos en las miserias de los demás,
- El reflejo de la bajeza humana que lleva al límite la moralidad
- Las habilidades sociales que nos permiten relacionarnos y que se ven cuestionadas a través de historias reales que podían haber pasado al lado de nuestras casas.
- También hay una cuestión de supervivencia: anticiparnos y aprender de aquello que causa daño y que nos hace ser vulnerables “delante del vecino del primero”
"Todo esto se expresa a través de emociones tan esenciales como el miedo, la ira y la ansiedad vistas desde la debilidad del ser humano", indica.
Para Mireia Cabero, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC "a las personas nos inquieta lo desconocido y lo amenazante. Algunas personas encuentran una falsa sensación de control y de seguridad exponiéndose a información detallada de todo aquello aterrador y extraño". Además, "se suma la esperanza del espectador de que la historia tenga un final donde triunfe el bien sobre el mal, tenemos la creencia de un mundo justo y queremos finales felices. Esa necesidad de reafirmación nos engancha", añade Marc Balcells, profesor del grado de Criminología de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC.
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El impacto de las series de crímenes en la salud mental
La especialista en psicología Susana de la torre advierte de que "de la misma manera, que hemos ido limitando la exposición a conductas violentas de nuestros menores (el PIGI en los videojuegos, el control parental en el acceso online…), un consumo excesivo de seriales que reflejan la violencia humana, puede llegar a normalizar esta conducta".
Es decir, la exposición a conductas violentas o el reflejo de estas, hace que se genere una habituación a tales conductas, pero no desde la imitación (ver películas de crímenes no hace que salgamos a cometerlos), sino desde la minimización de la gravedad del hecho. Como aclara la psicóloga, "dejamos de sentir la situación de alerta que generan las situaciones peligrosas, pudiendo en el peor de los casos, exponernos a contextos donde en “en vez de salir corriendo” nos quedemos inalterables".
A modo de reflexión: ¿cuántos espectadores se generan alrededor de contextos violentos y qué lejos de tener respuestas de protección de ayuda o huida, sacan sus dispositivos para grabarlo?
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El true crime altera nuestra percepción de la realidad
La habituación a la violencia hace que la realidad se distorsione (el asesino no es tan malo, cualquiera de nosotros podemos asesinar…) dejando de percibir las señales de alarma que enciende la ansiedad en nuestro cuerpo, apareciendo una sensación de seguridad falsa.
Pero, ¿qué pasa cuando además hay un caldo de cultivo en el espectador a nivel individual, que hace que su salud mental termine por romperse? Dejamos la puerta abierta a fobias, toc, delirios incluso psicosis.
Puede provocar ansiedad o psicosis
De hecho, como nos explica la experta en violencia, "puede hacer que se desarrollen, miedos irracionales, obsesiones incluso una desconexión con la realidad (psicosis). En este contexto, la ansiedad nos genera una situación de alarma constante que nos hace mirar debajo de la cama".
Asimismo, la sugestión hacia un riesgo observado, puede convertirse en una obsesión real bajo unas condiciones de refuerzo de hechos excepcionales ante estímulos habituales: escucho ruidos durante la noche (hecho habitual) y al día siguiente me cuentan que la vecina de abajo ha sido agredida (hecho excepcional). Aparecen sensaciones de inseguridad y desconfianza al otro exageradas.
La psicóloga Chivonna Childs apunta a que "cuando observamos que hay cambios en nuestra emocionalidad o en nuestras decisiones y acciones, decisiones y acciones que antes no tomábamos, entonces es una señal de que nos está afectando demasiado el consumo audiovisual de este tipo de contenido", añade la psicóloga de la UOC.
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Cómo proteger nuestra salud mental
Como en cualquier otro aspecto de nuestra vida, Susana de la Torre aboga por un consumo moderado de este tipo de contenidos y alternarlos con otros más amables y que generen emociones más positivas.
Por otro lado, también recuerda la importancia de la educación de la violencia y de la gestión emocional: un buen conocimiento de cada uno de nosotros hace que las distorsiones a nivel de pensamiento puedan manejarse y no generalizar las situaciones que a veces se dan desde lo humano, pero no por todos los humanos.