¿Tocar un instrumento mejora nuestra inteligencia? Si es así, ¿por qué? ¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando escuchamos música o cuando somos nosotros los que la interpretamos? En el Día Mundial del Piano, que se celebra hoy 29 de marzo, hablamos con Rafael Román Caballero, profesor e investigador del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Granada y del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC). Este experto nos explica todos los beneficios que tiene sobre nuestra mente tocar un instrumento y cómo ha avanzado la investigación en este campo.
Comenzamos con la principal cuestión, ¿tocar, por ejemplo, el piano o escuchar a Mozart nos hace más listos? Hasta hace relativamente poco el debate científico se encontraba en si la práctica musical era capaz de potenciar nuestras capacidades cognitivas o no. Sin embargo, el avance de la psicología y de la neurociencia ha sido tal que, a día de hoy, los principales resultados disponibles apuntan a que la respuesta es realmente positiva: tocar un instrumento mejora nuestra cognición general o, si lo preferimos, nuestra capacidad intelectual.
Pero eso es solo la puerta de entrada a muchas otras preguntas. ¿Cómo modifica la práctica musical nuestro rendimiento cognitivo? ¿Es realmente un cambio sustancial o es una diferencia sutil? La velocidad en la que se acumula el conocimiento en nuestro tiempo está permitiendo esbozar algunas respuestas, pero sin duda las conclusiones la vislumbraremos en los años que están por venir, más pronto que tarde.
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El efecto Mozart o cómo reacciona tu cerebro con la música
Tradicionalmente, desde los estudios del efecto Mozart (aquel según el cual después de escuchar una sonata de Mozart rendimos más en tests de inteligencia), las investigadoras y los investigadores planteaban que la música podía aumentar la capacidad de nuestra inteligencia. Concebían el cerebro como una especie de músculo, que si se usaba más crecía (en tamaño o en capacidad). Pero el grupo del canadiense Glenn Schellenberg demostró que la mejora en los tests de inteligencia se debía no al entrenamiento del “músculo cerebral”, sino a la emoción alegre y animada que despierta la música de Mozart. Es decir, cuando estamos alegres y nos sentimos vigorosos, rendimos mejor, aunque sea en duras pruebas cognitivas.
Desde ese momento, se han añadido diversas hipótesis sobre los beneficios cognitivos de tocar un instrumento, y no tienen por qué ser excluyentes: aumento de la capacidad, mejora del estado de ánimo y motivacional, etc. Una de mis favoritas es que la rutina musical es capaz de cambiar nuestra relación con el esfuerzo. En la música pasamos horas y horas esforzándonos por tocar un pasaje mejor, afinar, interpretar algo más rápido, etc., y siempre en un contexto emocionante y muy placentero. Cuando asociamos de esta forma esfuerzo con placer, no nos debería de extrañar que esa persona sea más propensa a esforzarse más en otros ámbitos de su vida. ¿Por qué no, si para ella el esfuerzo casi siempre tiene consecuencias placenteras?
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¿Qué efectos positivos tiene la música en el cerebro?
El cerebro es el sustrato de nuestra mente. No hay ideas, sueños, aprendizajes, nada de nuestra vida interior sin el cerebro. Todo estado tiene su registro fisiológico en nuestro cerebro, aunque aún no seamos capaces de medirlo, todo está ahí. Por tanto, hablar de beneficios cognitivos es hablar de cambios cerebrales. Esta es la razón de que muchas veces veamos el término “neurocognitivo”.
Se han documentado muchas diferencias entre los cerebros de músicos y no músicos, la mayoría de ellas en relación a los circuitos cerebrales que más atañen a la práctica musical: el auditivo, el motor, etc. En estas redes, se han observado mayor volumen de las áreas, mejor conectividad y toda una larga serie de cambios que parecen ser consecuencia de aprender a tocar un instrumento. Pero también se han documentado cambios en otras redes no tan específicas, como regiones asociadas con la memoria. Nada de esto parece inverosímil teniendo en cuenta los beneficios documentados en otras capacidades cognitivas que no son musicales.
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¿Qué habilidades cognitivas se pueden desarrollar a través del aprendizaje de un instrumento musical?
Como decía, los beneficios de la práctica musical son generales. La literatura científica describe mejoras de todo tipo, desde la memoria, la atención, inteligencia, rendimiento académico, competencias lingüísticas, etc. Esto habla de que los mecanismos por los que la música transforma nuestra forma de operar, cognitivamente hablando, deben ser holísticos. La hipótesis del estado de ánimo de Schellenberg o la del esfuerzo que os planteaba son ejemplos de este tipo de explicaciones generales. La emoción positiva o la tendencia a esforzarnos mentalmente no depende del tipo de tarea, si es de memoria, de atención o lingüística.
Luego, por supuesto, la práctica musical involucra muchas funciones cognitivas para poder lograr tocar una obra con éxito. Se necesita atender a múltiples instrumentistas, detectar errores en la interpretación y atajarlos rápidamente para que el problema no vaya a más, traer de la memoria pasajes musicales, concentrarnos en esa pieza durante minutos e incluso horas, etc. La música hace uso de una gran parte de nuestras capacidades mentales.
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¿Cómo puede la práctica de un instrumento mejorar la memoria y la concentración?
Volviendo a la respuesta anterior, la práctica musical puede mejorar el rendimiento cognitivo a través de diversas vías. En el caso de la memoria, no parece que las personas que tocan un instrumento “almacenen” más información que las personas sin ese estilo de vida. Parece que lo que la música modifica es el proceso de aprender algo.
Los músicos codifican la realidad de una forma diferente. No olvidemos que parte de su trabajo es transformar realidades visuales (notas escritas en una partitura) en sonidos a través del movimiento y con las sensaciones táctiles como guía de que el movimiento está sucediendo como desean. Es decir, la realidad perceptiva de un músico es siempre visuo-audio-táctil-motora. Rara vez trabajan con una sola modalidad. Los estudios de neuroimagen confirman esto, las redes encargadas de estas funciones perceptivas se comunican con mayor fuerza que en personas sin formación musical. En el caso de la memoria, algunos estudios con resonancia magnética han hallado en músicos activación visual para tareas de memorización auditiva. Esto es un resultado sorprendente. ¿Estarán los músicos representando de una forma distinta las palabras que escuchan?
Sea como sea, porque tienen una ventaja al codificar la fonología de las palabras, porque las representan de otro modo, etc., parece que su ventaja se debe a la forma en la que procesan la realidad.
¿Qué beneficios tiene tocar un instrumento en la edad adulta?
En nuestro laboratorio hemos obtenido resultados que apuntan a que los beneficios no se restringen a cuando somos jóvenes. Las personas adultas que comienzan “tarde” a aprender a tocar un instrumento también manifiestan estas mejoras. Este dato es consistente con otras literaturas científicas, como la del aprendizaje tardío de malabaristas y taxistas, donde la conclusión es que parece que nunca es tarde para aprender una actividad como tocar un instrumento.
Por otro lado, los estudios con personas mayores que han tocado toda su vida, desde muy pequeñas, muestran beneficios como un menor riesgo de padecer un deterioro cognitivo significativo y de padecer demencias. En general, y fuera de lo clínico, el rendimiento cerebral de estas personas mayores parece ser más eficaz a pesar de su avanzada edad, por lo que la promoción de la salud cognitiva no solo podría implicar evitar factores de riesgo (tabaquismo, estilo de vida sedentaria, malos hábitos de nutrición, etc.), sino también apostar por actividades intelectualmente estimulantes.
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¿Qué papel juega la música en el aprendizaje y la educación en general?
Aquí es importante resaltar una de las preguntas abiertas en la actualidad. Los estudios hasta la fecha sugieren que la práctica musical mejora tanto el aprendizaje como las habilidades académicas en general (aritméticas, lingüísticas, etc.). Pero todos esos estudios encuentran que la parte atribuible a la música es bastante moderada. Y digo “atribuible” porque también se ha demostrado el efecto contrario, es decir que las personas que se aproximan a la música suelen ser personas con unas ciertas características aventajadas: estatus socioeconómico medio–alto, elevado nivel educativo, personalidades curiosas con tendencia a la búsqueda de experiencias, etc.
En general, las personas que prototípicamente se adentran en la música de forma natural son personas que ya están en contacto con muchas otras actividades con un alto valor cognitivo (por ejemplo, en el aprendizaje de idiomas). Como es imaginable, en una vida enriquecida como esa, la práctica musical no tiene tanto que aportar.
Sin embargo, nuestros resultados y los de otros grupos de investigación invitan a pensar que el impacto de una actividad tan completa como la música podría tener un beneficio mayor justo en las personas que menos se aproximarían a ellas por dificultad (pensad que un instrumento musical puede costar desde los cientos de euros hasta los miles, como un chelo, un piano o un fagot).
Sin embargo, el acceso a una educación musical en el sentido más clásico (leer partituras, tocar un instrumento, aprender lenguaje y teoría musical) no se ha insertado de una forma convincente en el sistema educativo español. Esto aleja el posible “potencial igualador de la música”.
¿Es beneficioso tocar un instrumento para reducir el estrés y la ansiedad?
Evidentemente. Lo vivimos durante el duro confinamiento domiciliario que vivimos durante la pandemia de 2020. La música fue un refugio para muchas personas. Es indudable que escuchar música es una fuente de placer. De hecho, ese placer musical es una experiencia universal. Siempre pongo el ejemplo de la comida. Imaginad que el plato estaba riquísimo, pero que a eso añadamos que nos ha costado varias horas de comprar ingredientes y cocinarlo. Es lo que en psicología conocemos como el efecto IKEA. Aquello que nos supone un esfuerzo y finalmente es exitoso, lo disfrutamos mucho más. Lo mismo supone con la música que interpretamos y suena bien. No es solo placentera porque es bella, sino porque es obra de nuestro esfuerzo y, al final, es parte de nosotros. En esa música nos reconocemos. Todas esas experiencias positivas redundan en nuestro estado de ánimo y nuestra calidad de vida.
¿Cómo se puede integrar la música en la vida diaria para aprovechar sus beneficios cognitivos y emocionales?
Antes decía que el acceso de la música es difícil para muchos sectores de la sociedad. Lo ideal es que todas las personas tuvieran esa oportunidad, pero no es así. Lo primero, por el esfuerzo económico y la cantidad de tiempo que conlleva. Pero también, porque es una actividad que no da sus frutos inmediatamente. Nadie que empieza a tocar un violín acaba interpretando las canciones más famosas del repertorio de la noche a la mañana. Es algo que requiere años.
Sin embargo, hay gente que consigue encontrar el hueco y la motivación para hacerlo. Mi consejo a esas personas es que aprovechen ese placer que han encontrado en la música. Como os decía, lo más probable es que muchos de los beneficios de la música provengan de su poder placentero, mejorando el estado de ánimo, mejorando la relación con el esfuerzo que tiene la persona, etc. Sin duda, para mí este es el mejor de los acontecimientos, una persona que se encuentra en la música. Si además puede practicarlo en grupo y compartirlo con otros músicos, creo que esto completará la experiencia y multiplicará cualquier posibilidad.
En el lado contrario, algo que es importante evitar es que esta experiencia se vuelve asfixiante, estresante, poco placentera. Para mí ese es un drama, no deberíamos dejar que las personas que se adentren en la música dejen de disfrutarla. Quizás en ese caso hay que reconducir los objetivos con la música o localizar la fuente de estrés. Pero lo más importante de la música, su placer, no debería quedar ensombrecido por otros contextos.
Puede que esto último suceda más en personas que enfocan la música como una opción profesional. Puede que este tipo de enfoque sea uno de los más comunes en entornos como los conservatorios. Quizá, el sistema debería contemplar cambios más acordes a las demandas musicales más por el mero placer de disfrutar la música. Creo que es posible, solo hay que redistribuir las inversiones y plantear cambios desde lo político. En un momento en el que nuestra sociedad se levanta cada semana preocupada por el avance de los problemas de salud mental, apostar por la promoción de salud en este sentido no es para nada un disparate.