El herpes zóster es un sarpullido que aparece en forma de pequeñas ampollas en la piel, normalmente en el torso, aunque también puede aparecer en otras partes del cuerpo. El primer síntoma es un dolor agudo, ardiente y punzante que puede confundirse con una contractura muscular. Se le llama 'culebrilla' porque se presenta como una cinta que se asemeja a una serpiente. El herpes zóster está causado por la reactivación del virus de la varicela zóster, así que cualquier persona que haya pasado esta enfermedad puede desarrollarlo. Esto se debe a que el virus permanece en su sistema nervioso en estado latente (como si estuviera dormido) durante el resto de su vida.
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El testimonio de una paciente con herpes zóster
Para conocer de cerca esta enfermedad, tenemos el testimonio de una paciente con herpes zóster en la espalda (o herpes zóster costal) que explica, punto por punto, su vivencia con esta afección. Esta es una de las mejores maneras de saber cómo se manifiesta la enfermedad, qué debes hacer al primer síntoma, cómo gestionarla sin asustarte y cómo prevenirla. Para su tratamiento a día de hoy, solo pueden utilizarse antivirales y analgésicos y cuidar de nuestro sistema inmunológico.
El primer síntoma: un dolor punzante
Un día "comenzó a dolerme el costado derecho en la zona de la espalda. Un dolor sordo, no muy intenso pero continuo. Tras un par de días, aquella sensación molesta se fue convirtiendo en un dolor cada vez más y más intenso. Era como una fuerte contractura muscular, que después se convirtió en un dolor más profundo. Sentía quemazón por todo el costado, por debajo de la piel, desde dentro, como si la lava de un volcán saliera de mi interior quemando todo a su paso".
Visitas al médico y al fisioterapeuta
"Me asusté porque pensé que podía ser una neumonía, así que fui al médico, me dijo que podía ser una contractura y me recomendó ir al fisioterapeuta. Tras más de diez días de dolor y dos sesiones con el fisio, el dolor no solo no disminuyó, sino que fue en aumento. Fue en la tercera sesión cuando el fisio me comentó que tenía la zona costal derecha muy enrojecida y que me estaban saliendo unas pequeñas vesículas. Me fui corriendo al médico. Y en tiempo real, mientras me estaban brotando las lesiones, me diagnosticó un herpes zóster 'de libro".
Por fin un diagnóstico certero
"¡Por fin sabía la causa de mi dolor! Me sentí aliviada. Ya tenía el diagnóstico y conocía el origen de aquel dolor. Y bueno, 'solo' se trataba de un herpes zóster, la famosa culebrilla... Empecé a tomarme el antiviral y Paracetamol para aliviar el dolor. Pero lo que no sabía era que mi calvario, ¡solo acaba de empezar!".
El dolor no da tregua
"Las lesiones desaparecieron al cabo de 8 o 10 días. Pero lo que no desaparecía era el dolor, con mayor o menor intensidad, pero presente día y noche. Tuve que ir varias veces al médico para que me cambiara el analgésico. Tomé varios, en distintas dosis, en combinaciones diferentes, pero con ninguno conseguía que desapareciera completamente el dolor". A partir de aquí, la paciente entró en una desagradable espiral durante la cual no dormía, no era capaz de concentrarse y su calidad de vida se vio tremendamente afectada. "Este calvario duró casi 4 meses, los más largos de mi vida –continúa–. Y un buen día el dolor, igual que apareció, se esfumó".
Prevenir la recaída: cuidar el sistema inmunitario
"En ocasiones, en aquella zona donde tuve el herpes zóster, no siento dolor, pero sí ciertas molestias que me lo vuelven a recordar todo. Y lo peor es saber que el virus sigue conmigo y que me acompañará a lo largo de toda mi vida y que ante cualquier despiste de mi sistema inmunitario, puede volver a hacer acto de presencia. Por eso intento cuidarme todo lo que puedo, para ayudar a mi sistema inmunitario a evitar una posible reactivación de este virus", concluye.