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Miedosa, perfeccionista... ¿con cuál de estas 9 desviaciones del ego te identificas?

Determinan los rasgos de nuestra personalidad


Actualizado 6 de abril de 2022 - 12:12 CEST
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Hay un hecho irrefutable: las vivencias dolorosas en edades tempranas nos marcan profundamente, hasta el punto de que pueden distorsionar nuestro ego para revestirlo de un disfraz que nos ayude a sobrellevar el dolor. Los expertos apuntan a que son heridas del alma que muchísimas veces aún seguimos llevando en la edad adulta, y que están en la base de una personalidad formada como reacción, que nos aleja de nosotros mismos y no nos permite ser plenos y felices. Son las denominadas “máscaras del ego” o “desviaciones del ego”.

 

Irina de la Flor, experta en inteligencia consciente y directora del Master de Coaching Consciente de la Escuela de Salud Integrativa, nos ayuda a identificarlas y nos da las claves para desmontarlas. “Todos los personajes se han construido en base a una herida del alma, herida temprana, que a su vez ha generado una creencia madre que sostiene el resto de las creencias y está en la base de la personalidad. Identificar y aceptar ese dolor y dejarlo drenar, como la herida que se ha infectado, es esencial para poder trascenderlo y sanar”, explica. Y nos resume las desviaciones más comunes del ego que se traducen en nueve personajes.

 

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El miedoso

El personaje del miedoso se caracteriza por tener miedo a la vida. Es una emoción que puede trasladarse a cosas tan cotidianas como el trabajo, a las relaciones sociales, a no ganar dinero, a triunfar… Esta máscara tiene su origen en una infancia en un hogar donde ha habido mucho miedo. Puede haber sido a algo concreto como la enfermedad, a la ruina… el niño que ha respirado este ambiente no discrimina, generaliza y asimila que la vida es peligrosa o amenazante. Irina de la Flor aclara que “aunque todos tenemos miedo y es una emoción útil para determinadas situaciones, hay una línea que nos habla de una intensidad exagerada, la que traspasan todos los que llevan esta máscara”. Para superar este patrón hay que trabajar la confianza o, en el caso de las personas religiosas, la fe. Ayuda mucho la oración, o la meditación, y la confianza en que todo, bajo cualquier circunstancia, va a salir bien.

 

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La víctima

Las personas que han desarrollado este personaje llevan la herida del rechazo en el alma. Entendemos rechazo como la emoción que experimenta el niño que no ha tenido cerca el progenitor de su mismo sexo (la niña que no ha sentido suficiente la figura de la madre, o el niño que no ha sentido cerca al padre). Esto genera una creencia madre que es central en su personalidad: “Yo no valgo”.

 

Son personas que se quejan continuamente; no encuentran valor a nada. Solo ven la pega, lo que está mal. Juzgan y critican todo continuamente. Esta crítica que vierten en cosas externas es una proyección de lo que sienten hacia sí mismos y que está teñido del “yo no valgo”. Suelen escoger parejas abusivas, entornos laborales donde no se les reconoce e incluso pueden sufrir bullying o maltrato. Para romper esa máscara y salir de ese círculo, la persona tiene que hacer un camino de introspección y ver su propio valor. “Hasta que no reconozcan su propia valía no van a poder salir de esa espiral de situaciones de escaso reconocimiento y abuso en las que se suelen meter”, cuenta esta experta en inteligencia consciente.

 

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El mártir

Las personas que se han cubierto con esta máscara tienen una herida en el alma por haber crecido en un ambiente muy autoritario, o en el que los padres se han avergonzado de ellos. La creencia base es “yo no merezco”. Aunque los padres hayan estado ahí, sienten que no son merecedores del bien, la abundancia… porque no les han tratado con amor. Les han pegado, les han castigado mucho… “El mártir es un personaje complejo, integra rasgos de los dos personajes anteriores porque siente miedo y también siente que no vale”, aclara De la Flor.

 

Una característica muy definitoria de estas personalidades es que, a diferencia de la víctima, no se quejan; realmente sienten que no son merecedores de lo bueno de la vida y tienen que compensar aquello que han hecho mal. Las personas que siguen este patrón normalmente hacen más de lo que les corresponde; es frecuente que se abuse de su bondad. Para romper este círculo hay que comprender el propio merecimiento y la abundancia de la vida, que no se está aquí para sufrir sino para, en la medida de lo posible, ser felices y disfrutar.

 

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El sirviente

La herida del alma en estas personas es el abandono, entendido como la ausencia del progenitor del sexo contrario (ausencia del padre hacia la hija o de la madre hacia el hijo). La creencia madre de esta tipología es “yo no puedo”. Estas personalidades también tienen rasgos de las anteriores porque sienten que no valen y que no merecen, pero además tienen su propio poder bloqueado. Se les distingue por ser personas que quieren pasar desapercibidas; son poco conflictivas y prefieren quedarse en un segundo plano. Normalmente tienen un enorme potencial… bloqueado. Esto se corrige comprendiendo el auténtico poder, que es el amor a uno mismo en primera instancia, y también hacia los demás.

 

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El intelectual

Tiene miedo al amor. Normalmente son personas con el corazón roto. La herida que cargan es la frialdad. Por lo general cultivan mucho la mente, están muy metidos en los libros… pero de una manera fría, no al servicio del corazón. Esto crea una especie de intelectualidad fría con una creencia base: “El amor es peligroso”. Esto se corrige con grandes dosis de amor y abriendo el corazón aun a riesgo de que te hagan daño. Irina de la Flor admite que cuando amamos estamos expuestos al sufrimiento, pero recuerda que es la única manera de vivir de manera plena. “Lo contrario nos lleva a una contención y un hipercontrol que nos hace vivir a medio gas”, explica.

 

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El vanidoso

Es un personaje que ha sufrido rechazo en su infancia, pero no se ha quedado ahí. Le ha dado la vuelta al tema y ahora es él el que rechaza al padre o la madre: “Yo no voy a ser como ellos” se ha dicho. La creencia madre es “yo valgo más” y, basándose en ella, ha desarrollado una personalidad que busca el reconocimiento y la admiración externa. Suelen tener una preparación muy sólida y le dan mucha importancia a la imagen que proyectan, todo con el fin de que no le vuelvan a rechazar. Para equilibrarse, este personaje debe dejar de mirar al exterior y poner el foco dentro de sí, encontrar su auténtico valor, que está en su esencia misma.

 

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El perfeccionista

Las personas que han desarrollado esta máscara tienen una herida en el alma como consecuencia de haber vivido en un entorno autoritario o haber sentido vergüenza de alguno de sus padres. El diálogo interior y la creencia madre es “esto que me ha tocado es horrible, yo merezco más”.  Son muy exigentes, muy perfeccionistas y muy rígidos. Estas personas deben aprender a ser más flexibles, a dejar de controlar todo, a jugar y a dejar fluir. 

 

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El implacable

Ha sentido abandono en su infancia, y para paliar ese dolor se ha dicho “no me importa; yo puedo”. Es un personaje de los más complejos porque tiene dentro “yo no valgo, yo no merezco, yo no puedo” por el sentimiento temprano de abandono, y como reacción ha interiorizado “yo valgo más, yo merezco más, yo puedo más”. En estados muy desequilibrados pueden ser maltratadores; gente sin escrúpulos, muy desviados de los valores esenciales. Este personaje se equilibra volviendo a la inocencia entendida como la esencia de la vida; volviendo a la simplicidad, comprendiendo que el poder está en la esencia de la vida y no en el dinero o en la dominación sobre los demás.

 

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El bufón

No tiene miedo a nada. Son personas que generalmente han tenido unos padres muy confiados y despreocupados que no les han puesto límites. Su creencia madre es “la vida es esto y nada más”. Este es el perfil de personalidad que busca actividades muy arriesgadas: tirarse en parapente, ir a surfear la ola más grande… les gusta moverse en el límite porque sienten que están por encima del bien y del mal. Estas personalidades necesitan adquirir sabiduría y comprender la profundidad de la vida.

“Todos podemos tener un dolor interior que nos ha provocado sufrimiento y que está en la base de muchos de nuestros comportamientos, que mantenemos precisamente para no sentir ese dolor. Sin embargo, es ese sufrimiento el que nos va a dar la llave para liberarnos y poder ser más plenos y felices,” concluye la profesora de la Escuela de Salud Integrativa.

 

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