Hay personas que son incapaces de decir no, de poner límites para que los demás conozcan esas líneas rojas que no se pueden cruzar. Poner límites, de hecho, es positivo y es algo que debemos aprender desde la infancia. ¿Y tú? ¿Sabes oponerte a algo que atenta a tus principios o que, sencillamente, consideras que no debes hacer? ¿Te haces respetar? Responde a las preguntas de este test para averiguarlo.
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¿Por qué es bueno poner límites?
“Nuestra libertad termina donde empieza la del otro”. Este dicho tan común está cargado de verdad, afirma Aída Rubio, psicóloga de TherapyChat. Todos tenemos una serie de creencias, formas de sentir y de actuar, costumbres, gustos, deseos, puntos fuertes y débiles, etc. En resumen, "somos identidades diferentes". Y por ello debemos respetarnos los unos a los otros y a nosotros mismos.
Teniendo en cuenta que somos seres sociales y vivimos constantemente en dinámicas de relación bidireccionales, pero también enmarcadas dentro de grupos más grandes (familia, pandilla de amigos, grupos de trabajo, comunidad de vecinos, etc.), "poner límites es una buena forma de establecer las normas de cada uno de los tipos de relación que manejamos. Por supuesto, como es lógico, estos límites varían según la relación, ya que no serán los mismos con una persona muy cercana que en un contexto de trabajo, ni será lo mismo con nuestra madre que con nuestra pareja", apunta la experta.
Así, poner límites nos ayuda a:
- Comunicarnos y expresar quiénes somos.
- Defender nuestros derechos.
- Socializar, y establecer las normas de las relaciones.
- Hacer más predecible el comportamiento propio y de los demás.
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¿Qué pasa si no los ponemos?
Son varias las consecuencias de no establecer unos límites desde el principio y que nos detalla Aída Rubio:
- Corremos el riesgo de dejarnos avasallar si se están transgrediendo límites personales. Asumir los límites de otra persona en lugar de los nuestros, o no lograr un consenso, puede llevar incluso a la alienación.
- Las relaciones pueden volverse confusas, ya que el permitir que alguien sobrepase tus límites no suele ser algo sostenible en el tiempo. Finalmente, es común mostrar pequeños comportamientos que tratan de restituir los límites y que la otra persona puede no comprender en los parámetros en que se estableció la relación.
- Podemos experimentar una afectación de nuestra autoestima, ya que si de forma sistemática no establecemos límites, somos los primeros que no estamos poniéndonos en valor.
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¿Cuándo hay que empezar a ponerlos?
Como decíamos, los límites se deben establecer desde el primer momento. "Las dinámicas de todas las relaciones se conforman en 'toma-daca' que se compone de un intercambio de información, de un mayor o menor afecto (según el caso), o al menos, de un respeto y, por supuesto, de una serie de normas que velan por el bien de esa relación. "Estas no suelen ser normas escritas, a no ser que nos encontremos en una relación laboral o en el marco de un contrato terapéutico; pero existen", sostiene la psicóloga.
La experta nos invita a pensar en cualquiera de nuestras relaciones (con la pareja, con la madre, con el hermano, la amiga… ); seguramente que cada uno sabe hasta dónde llegar, qué gusta y disgusta al otro, y, en definitiva, los límites mutuos. "Esto se ha aprendido a través de la experiencia mutua, y de compartir quiénes sois y vuestros límites", indica.
En cambio, cuando construimos una relación con límites difusos o directamente errados, los cimientos no serán fuertes y será difícil hacer que funcione a largo plazo.
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¿Por qué hay personas que no saben establecer estos límites?
Existen diversas razones para ello, señala Rubio:
- Falta de autoconocimiento: hay personas que desconocen sus límites y se amoldan a los de los demás. El autoconocimiento es un proceso que llevamos a cabo durante toda la vida, pero que no siempre se hace de manera satisfactoria.
- Búsqueda de la aprobación y la complacencia al otro: desgraciadamente, hay personas que no han aprendido a valorar sus propios límites por el miedo a ser abandonados, criticados o ninguneados en alguna forma. Puede ser porque no se les ha estimulado desde pequeños a responder a sus deseos sino a obedecer a los de los demás; o porque las experiencias posteriores han acrecentado sus miedos sociales y su necesidad de agradar a otros. Esto incluso puede hacerse visible en unos contextos, pero no en otros.
- Falta de asertividad: no solo es necesario conocer nuestros límites sino saber expresarlos sin miedo pero de forma educada y sin dañar las relaciones. Para ello hay que tener habilidades asertivas.
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¿Cómo podemos aprender a poner límites si no lo hemos hecho nunca?
Habría que saber en qué punto está el problema. ¿Es un problema de autoconocimiento? ¿Es un problema de autoestima? ¿Es un problema de habilidades sociales? ¿Derivado de estar inmerso en un contexto hostil?
Lo mejor en estos casos es contar con ayuda de un profesional, recomienda la Aída Rubio, de TherapyChat. "Cuando uno está metido dentro del problema, es imposible verlo de una forma objetiva y encontrar la causa. Pero un psicólogo puede evaluarnos, y entender dónde es necesario poner el foco de trabajo", concluye la experta.