Hace pocos días pude disfrutar de una espontánea noche de amig@s. La mayoría sin pareja. Las risas y el buen rollo perfumaban el ambiente y cada uno de nosotros íbamos trazando discursos con esa aparente seguridad que te da el ser ‘libre’ y el tener el control de tu propia vida.
Es curioso que a medida que avanzaban las conversaciones se podía adivinar una coraza con la que todos arropábamos nuestra fragilidad en cuanto a las relaciones amorosas.
El denominador común: desengaño , alguna traición, decepción o abandono. Épocas de lágrimas que quedaron atrás, pero que dejaron cierta humedad en el corazón.
La voluntad de vivir es lo que mueve nuestro mundo y lo experimentamos a través del deseo. Y lo que deseamos está basado principalmente en la carencia. En aquello que no tenemos.
“Las relaciones interpersonales son un laberinto donde la distancia que manejemos con el otro es vital para no caer en apegos y dependencias”
Me sigue maravillando cómo funciona la mente de los seres humanos… “No quiero lo que tenía, pero deseo lo que no tengo…” y así vamos haciendo ovillos con los anhelos y los deseos, guiando la salida del ‘yo’ profundo hacia la búsqueda del otro.
Las relaciones interpersonales son un laberinto donde la distancia que manejemos con el otro es vital para no caer en apegos y dependencias.
Hay una conocida parábola de Schopenhauer que describe muy bien el miedo a la soledad y el miedo a sufrir en el amor. Y cómo vamos jugando con nuestras armas de seducción pasivas.
El dilema del erizo:
En un día muy frío, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente una gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad, buscan la proximidad corporal de los otros, pero, cuanto más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo en el erizo vecino. Sin embargo, debido a que el alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir cambiando la distancia hasta que encuentran la separación óptima (la más soportable).
Es decir, que cuanto menos distancia haya entre 2 personas, más probabilidad hay de que se hagan daño y cuanta más distancia haya entre ellas, más probable es terminar en un glaciar de añoranza.
Básicamente las opciones son morir de frío en soledad o morir de espinas por amor.
“¿Por qué es tan difícil relacionarse? Quizás por el miedo a ser nosotros mismos, desnudos ante el otro, con nuestra belleza y fealdad”
¿Por qué es tan difícil relacionarse ? Quizás por el miedo a ser nosotros mismos, desnudos ante el otro, con nuestra belleza y fealdad. Por miedo a que nos hagan añicos y derrumben de un soplido la muralla que hemos ido construyendo a base de maquillarnos el alma.
Y por eso parece más seguro mantener distancias aunque nos congelemos solos.
Y como siempre, en todo, el equilibrio resuelve la ecuación: trabajar lo antes posible por ser sólidos desde nuestro interior sin renunciar a encontrar esa distancia óptima donde el calor de la armonía es más fuerte que las espinas amenazantes del dolor.
La soledad no es una condena. Alguien dijo que es requisito indispensable para amar.
Pasada la barrera de saber estar solo también nos queda asumir que el Amor nos ofrecerá apertura a la vulnerabilidad y aceptación de que acercarnos a las espinas del otro no significa necesariamente que tengamos que cortarnos con ellas y viceversa.
Las relaciones verdaderas aceptan el riesgo como atmósfera de su crecimiento .
No negar nuestras deficiencias y vacíos es el primer paso para saber que hay que ocuparse en reconstruirlo y no arrojarlo sobre el otro porque termina siendo una guerra sangrienta donde solo se salva el ego.
Utilizar actos de ternura y compasión hace que el amor sea válido en su imperfección.
Las relaciones son un baile, con sus distancias y su coordinación, sus piruetas y sus saltos. Dedicarnos tiempo a calcular esa distancia que nos hace evitar herir al otro y al mismo tiempo curarnos nosotros.
Aprender y estar dispuestos a cambiar para ser mejores.
El cambio hace avanzar al mundo y el amor lo mantiene habitado.
La noche acabó sin corazas, aunque manteniendo una distancia social soportable en este frío invierno de diciembre.
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salud y rock,
Raquel