Al igual que cuidamos nuestra salud física, poco a poco vamos tomando conciencia de la importancia de prestarle atención a los problemas relacionados con la salud mental. Sin duda, es importante tener un diagnóstico que nos ayude a tratar y afrontar mejor cada problema, más o menos leve. Desde cuadros de ansiedad a trastornos más severos, como puede ser la esquizofrenia, el trastorno bipolar o el trastorno paranoide. Sobre este último cuadro hemos querido hablar con Gonzalo Jiménez Cabré, psicólogo clínico y director de GrupoLaberinto, quien nos ha acercado a este trastorno.
¿Qué es el trastorno paranoide?
La primera duda que nos surge es a qué nos referimos cuando decimos que alguien tiene un trastorno paranoide. “Nos referimos a un patrón estable de la personalidad caracterizado por la desconfianza o suspicacia generalizadas, a través del cual los motivos de los demás se interpretan malévolamente y dirigidos contra la propia persona. Este patrón de conducta debe ser inflexible y extenderse a una amplia gama de situaciones personales y sociales. Además, debe ser persistente, estable en el tiempo y de larga duración”, nos comenta.
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Señales de alarma
Hay que estar atentos a los síntomas o señales que pueden alertar de que nos encontramos ante este problema. “Al tratarse de personas con una particular sensibilidad o susceptibilidad nos podemos encontrar, por ejemplo, con personas que están continuamente alerta ya que se sienten amenazados. Son 'malpensados' acerca de los demás, por lo que tienen problemas para mantener relaciones fluidas, mostrándose a menudo cautelosos, irritables o desapegados. En las relaciones de pareja pueden ser patológicamente celosos. Muestran una tendencia a la atribución externa: se quejan de trato injusto, se victimizan, etc. y rápidamente justificarán su desconfianza, pudiendo llevar a cabo conductas vengativas”, nos cuenta el experto.
¿Cuáles son las causas que lo provocan?
Es importante saber si hay un hecho que lo motiva o es, más bien, fruto de un cúmulo de cosas. “Las causan exactas del trastorno se desconocen. Lo más probable es que se produzca por múltiples factores que irían desde la predisposición genética a desarrollarlo (la desconfianza es una respuesta relacionada con la supervivencia), hasta los modelos aprendidos (clima familiar sombrío y preocupado en el que se inculcan temáticas paranoides sobre el mundo) y experiencias traumáticas sufridas (violencia, abusos, acoso…)”, nos cuenta el psicólogo clínico.
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Llegar al diagnóstico
Como decíamos, es importante llegar a un diagnóstico certero para saber cómo actuar. “Las dificultades para diagnosticar este problema tienen que ver con que el paciente no tenga conciencia de enfermedad y, por lo tanto, no pida ayuda, y que en caso de acudir a consulta sea por algún otro motivo derivado de sus problemas interpersonales”, nos cuenta el experto, que añade que se pueden manifestar otros problemas clínicos como son la depresión, ansiedad o impulsividad.
“También podría acudir por insistencia de personas de su entorno, los cuales por otro lado podrían no haber identificado con anterioridad la situación como un problema psicopatológico habiendo tenido la percepción de que 'ha sido así siempre, un poco susceptible'. Cuando los síntomas son más manifiestos habrá que hacer un diagnóstico diferencial con la esquizofrenia paranoide u otras psicosis. En estos trastornos los delirios paranoides serán más persistentes y extravagantes, puede haber fenómenos perceptivos de tipo alucinatorio y el inicio probablemente será más abrupto”, añade.
¿A quién afecta más?
Lo que no parece claro es si afecta más a un grupo de población concreta, bien por edad o bien por sexo. “Todavía falta investigación al respecto. Se estima que la prevalencia en la población general oscila entre el 0,5 y el 2,5%. Se aprecia que afecta a mayor proporción de hombres que a mujeres. La detección del trastorno suele ser tardío, aunque suelen presentarse rasgos desde una edad temprana. Se ha relacionado una mayor incidencia en personas que sufren marginación social o que han experimentado cambio de entorno social (inmigrantes), sujetos pertenecientes a sectas, y con déficit sensoriales (sordera y ceguera)”, puntualiza el especialista.
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Así debe tratarse
¿Cuál es el protocolo que se debe seguir una vez se confirma el diagnóstico? “Aunque el abordaje farmacológico -antidepresivos y neurolépticos atípicos- puede suponer un alivio de los síntomas, el tratamiento de elección será la psicoterapia. El principal reto psicoterapéutico con estos pacientes será crear una alianza de trabajo, existiendo siempre el riesgo de que el terapeuta sea también percibido como una persona no confiable”, nos explica el especialista.
¿Cómo es el día a día de un paciente con este problema?Tal y como nos contaba el especialista, las personas con este trastorno son proclives a anticipar o interpretar que los demás les quieren engañar, humillar o perjudicar. Piensan que cualquier persona de su entorno puede ser un enemigo en potencia y, por lo tanto, deben estar 'en guardia'. “Por ello, pueden mostrarse reticentes a confiar en los demás. Dudarán de la fidelidad o lealtad de amigos, parejas o socios. Pueden interpretar cualquier comentario banal como ataques a su persona o a su reputación; en clave de insultos, ironías, injurias o desprecios; y posteriormente albergar rencores durante mucho tiempo o bien estar predispuestos a reaccionar con ira o a contraatacar de forma desproporcionada”, nos comenta.
Y añade que son personas que pueden estar también muy preocupadas porque se respeten sus derechos y prerrogativas. Suelen mostrarse fríos, racionales y resistentes a los argumentos de los demás. Y buscan activamente y con ahínco la confirmación de sus sospechas, lo cual al final acabará probablemente por “darles la razón”, ya que al mostrarse irritables, hostiles o desconfiados con la gente, tarde o temprano, provocarán en los demás su enemistad o distanciamiento.
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