¿Te has sorprendido alguna vez pensando en que algo muy malo va a pasar y, al final, acaba cumpliéndose? Por ejemplo, tienes que hacer una presentación y anticipas que te vas a poner muy nerviosa, que vas a temblar, que no te van a salir las palabras. Y cuando llega el momento, te bloqueas. ¿Piensas que no tienes aptitudes para hablar en público? No, lo que sucede es que le has dicho a tu cerebro que no vas a ser capaz. Te has convencido y, al final, te has boicoteado. A este fenómeno los psicólogos lo llaman profecía autocumplida y recomiendan encarecidamente que la evitemos a toda costa. Ana María de la Calle, psicóloga sanitaria en TherapyChat, nos explica qué es, cómo nos afecta y cómo podemos combatirla.
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¿Cómo se define la profecía autocumplida?
En psicología, el concepto de profecía autocumplida hace referencia a un sesgo cognitivo, es decir, una interpretación errónea de la realidad. En concreto, es la tendencia a anticipar hechos y sus consecuencias antes de que ocurran, y hacerlo además con una seguridad tan aplastante que nos lleva a actuar de modo que, efectivamente, terminamos por confirmarlos.
Esto ocurre porque nuestra memoria guarda la información relativa a las situaciones que hemos vivido y, posteriormente, las aplica a otras situaciones similares pero no siempre de una manera acertada. Pensemos que no reaccionamos sólo a cómo son objetivamente las situaciones, sino a la interpretación subjetiva que hacemos de ellas; así, puede ocurrir que esta interpretación sea poco acertada o lógica y, en consecuencia, nuestro comportamiento también.
¿Cómo identificar este comportamiento?
Por ejemplo, seguro que todos en alguna ocasión hemos dicho o pensado “Verás como al final va a ocurrir esto…” o “Todo está yendo muy bien, seguro que algo malo va a pasar”. Estos son claros ejemplos de cómo nuestros pensamientos y creencias acaban condicionando nuestra conducta y dirigiéndonos sin querer a que ocurra el resultado que estábamos temiendo.
Imaginemos esta situación: Mario está convencido de que tiene pocas habilidades para las matemáticas. De hecho, ha suspendido el último examen que tuvo, aunque todos los cursos anteriores no tuvo ningún problema para superar la asignatura. Puede que según se acerque el siguiente examen comience a tener pensamientos del tipo “me ocurrirá lo mismo…”, “sólo los tontos suspenden”, “yo no soy igual de hábil que los demás”, “haga lo que haga se va a repetir y voy a suspender”...
Bajo la influencia de este tipo de pensamientos sobre sí mismo y sobre el futuro, casi seguro comenzará a sentir desmotivación; esa falta de motivación hará que estudie con un menor rendimiento y concentración; y con mucha probabilidad, en efecto, suspenderá el siguiente examen. La razón no es su falta de capacidad pero, claro está, que él pensará que sí. Aunque la realidad es que el suspenso se habrá debido a que su alta creencia en que iba a suspender y que no es bueno en matemáticas, ha condicionado su comportamiento y no le ha permitido hacer un aprendizaje sólido.
Finalmente, Mario pensará: “sabía que esto iba a ocurrir”. Y esto hará que su pensamiento sea aún más sesgado en futuras ocasiones.
Otros ejemplos que podemos observar en la vida cotidiana serían:
- Si tengo la idea preconcebida de que una persona me va a resultar desagradable, puedo comportarme inconscientemente de una forma fría y cortante con ella, de modo que lógicamente esa persona acabará actuando en respuesta de una forma desagradable. Así, mi creencia de que lo es, quedará “demostrada”.
- Si me digo que soy incapaz de aprender a conducir, afrontaré las clases de conducción con ansiedad y poca motivación. Como resultado, mi desempeño será negativo; de modo que confirmaré mi supuesta incapacidad.
- Si estoy convencida de que mi relación de pareja va a fracasar, es probable que comience a actuar con desconfianza, con miedo, con reproches… Finalmente es posible que mi relación se acabe, pero no me daré cuenta de que ha ocurrido por mis propios actos, y no porque estuviera predestinada a fracasar.
Pero ojo, si en cambio pienso que voy a tener éxito en algo, o que tengo buenas capacidades, entonces es muy probable que mi confianza me lleve a actuar con un mayor desempeño, aumentando, sin darme cuenta, la posibilidad real de lograr un éxito.
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¿Por qué ocurre?
El mecanismo que hace que se pongan en marcha las profecías autocumplidas se da por que si creemos que vamos a obtener un determinado resultado, es muy posible que nuestra conducta se vaya modificando a favor de ese resultado.
El proceso es cíclico:
- Albergamos una o varias creencias sobre nosotros mismos.
- Esas creencias influyen en nuestro comportamiento.
- Nuestras creencias previas se cumplen, y además, ganan aún más fuerza para futuras ocasiones.
¿Hay personas más susceptibles?
Es un sesgo cognitivo que es común a todas las personas, y como éste tenemos otros tantos. Si hablamos en concreto de la cara negativa de la profecía autocumplida (creer que algo malo nos sucederá), observaremos que es más común que ocurra en personas cuyas creencias sobre ellas mismas tienden a ser negativas, autoexigentes o catastrofistas, es decir, personas con una autoestima dañada. Y al contrario si hablamos de la cara positiva de la profecía autocumplida.
Lo que es importante es que tengamos en cuenta que podemos trasladar este efecto a los demás cuando tenemos cierta influencia sobre ellos. Por ejemplo, en el terreno de la educación: así, si un profesor pone la etiqueta de “vago”, de “movido”, o de “inteligente” a un niño, estará condicionando que el comportamiento de éste vaya en esa línea.
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¿Qué consecuencias tiene?
Si hablamos de creencias de éxito, y éstas son ajustadas a la realidad y no exageradas, pueden motivarnos. “Piensa que tendrás éxito, y lo tendrás”.
Pero si en cambio nuestras profecías autocumplidas están gobernadas por creencias negativas acerca de nosotros, corremos riesgo de generarnos una intensa ansiedad. Los pensamientos que dan base a las profecías autocumplidas tienden a ponernos en una situación de alerta, nos presentan un escenario en el cual estamos convencidos de que sabemos lo que va a ocurrir, y que esto será negativo, sin darnos cuenta esto nos coloca en una posición de indefensión y de vulnerabilidad ante el futuro, una intensa ansiedad ante la creencia de que no podemos controlar los sucesos y el convencimiento de que esos sucesos futuros serán siempre negativos.
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¿Cómo podemos combatirla?
Para manejar esta tendencia es importante prestar atención a cómo funciona la relación entre nuestros pensamientos y nuestra conducta. Algunos tips que podemos seguir serían:
- Detectar el tipo de pensamiento. Si nos encontramos en situaciones en las que parece que estamos prediciendo de modo negativo lo que va a ocurrir, debemos emplear esto como señal de alerta para pararnos y analizar lo que está pasando y es lógico y racional. Así, podremos intentar recordarnos a nosotros mismos que nada está determinado, que el resultado podría ser otro y que realmente no tenemos capacidad para predecir.
- Prestar atención al lenguaje y las etiquetas que utilizamos al referirnos a nosotros mismos. Si son excesivamente críticos y negativos, o si tienen forma de afirmaciones rotundas, entonces debemos tratar de cambiarlos por un lenguaje más positivo y no radical. Por ejemplo, podemos cambiar la afirmación “soy un inepto con las ciencias”, por “las ciencias no son el ámbito que más controlo, pero con tiempo y práctica puedo mejorar”.
- Analizar qué creencias erróneas y limitantes aparecen con frecuencia en nuestra vida. De este modo, las próximas veces que se den, nos será más fácil identificarlas para poder restringir el efecto que tienen finalmente en nosotros.
- Buscar experiencias que nos puedan permitir comprobar lo contrario a lo que confirma nuestra creencia inicial. Por ejemplo, podemos buscar aquellas ocasiones en las que sí resultó bien aquello que tanto temíamos, o aquellas ocasiones en las que demostramos que nuestra capacidad es superior a lo que estimamos.
Si nos damos cuenta de que nuestras creencias están dificultándonos o limitándonos a la hora de conseguir nuestros objetivos, y no sabemos cómo manejarlo, podemos buscar ayuda con un profesional de la psicología. La terapia nos provee de herramientas para detectar y gestionar nuestros pensamientos, y con ello, nuestras emociones y nuestras conductas; de modo que podemos llegar a adquirir mayor libertad para tomar nuestras decisiones o para hacer cosas sin que nuestros sesgos cognitivos nos limiten o bloqueen.