Comer bien, comer sano, es una cuestión de salud. Sí, nos puede ayudar a mantener la báscula a raya, pero, sobre todo, notaremos mejoras a nivel físico e, incluso, podemos prevenir enfermedades. Los nutricionistas así lo creen y su objetivo, no hay duda, es tratar de hacernos ver que es fundamental cambiar de hábitos para alimentarnos de forma más saludable. No es cuestión de ponerse a dieta estricta unas semanas antes de irnos de vacaciones, sino de incorporar rutinas que nos hagan comer mejor. Este es, de hecho, el mensaje de Juan Revenga, nutricionista asesor de Vivaz, la marca de seguros de salud de Línea Directa Aseguradora, con quien hemos hablado sobre nutrición, coincidiendo con la presentación del Manifiesto Vivaz por una alimentación saludable.
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Vivimos en una sociedad en la que prima el culto al cuerpo, ¿qué les diría a todas esas mujeres que, en estos días previos a las vacaciones, intentan perder peso, de forma casi exprés?
Algo muy sencillo, pero que a la vez va en contra de la mayor parte de mensajes que gravitan en la sociedad actual: que cualquier intento de controlar el peso poniendo la imagen corporal como centro del objetivo, no solo está abocado al fracaso a medio o largo plazo, sino que a mismo tiempo supone un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria. En definitiva, que es una estrategia similar a la de tratar de apagar un fuego con gasolina.
Deberíamos concienciarnos de que se trata más de un cambio de hábitos alimenticios, de una carrera de fondo más que de un sprint final, ¿no es así?
Efectivamente esa es la clave, los hábitos. O desde un punto de vista más conceptual si cabe: “Hacer lo correcto por que es lo correcto”, no porque queramos obtener un peso o una imagen adecuados. Existen no pocas personas que encajan dentro de la definición de “normopeso” según el IMC que no tienen un buen pronóstico de salud y, al contrario, personas con “sobrepeso” u “obesidad” que gozan de un mejor pronóstico de salud que las anteriores. Hemos sobrevalorado la magnitud “peso” por encima de lo que merece.
De forma práctica, y teniendo en cuenta que estamos a punto del verano, ¿qué recomendaría a nuestros lectores que no debería faltar en su dieta en esta estación?
Algo bastante simple. A sus lectores, así como a la descendencia que puedan tener que, para esta estación, o para cualquier otra, es decir para todo el año, que basen su alimentación en productos vegetales, con mayor presencia de, frutas, verduras y hortalizas, y menos de productos de origen animal. En el sentido más práctico, que en cada comida principal (típicamente comidas y cenas) incluyan al menos una ración de alimentos vegetales y que los postres sean fruta. Siempre y salvo excepción.
¿Qué alimentos deberíamos desterrar de nuestra dieta?
Todos los conocidos como ultra procesados, cuantos menos mejor: snacks industriales dulces y salados, bollería, galletería, confitería, refrescos, derivados cárnicos, alimentos que se anuncien “con” (muchas cosas buenas) o “sin” (muchas cosas malas). Tengamos en cuenta que, sobre estos últimos, es la mejor prueba de estar ante un ultra procesado. Y por supuesto, por último y por salud, las bebidas alcohólicas.
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¿Y cuáles deberían formar parte siempre de nuestra cesta de la compra?
Como he mencionado antes, los alimentos vegetales frescos, así como las legumbres.
Hay una serie de mitos muy arraigados en relación con la alimentación, ¿cuáles son para usted los más llamativos, esos que parece que han calado más en la población y que es complicado hacer que cambien?
Tres de los más arraigados y falsos son: el desayuno es la comida más importante del día; hay que hacer cinco comidas al día o hay que beber dos litros de agua al día en ese mismo periodo de tiempo. Latiguillos complacientes, enrocados en el consumismo alimentario que carecen de toda evidencia científica.
¿Cuál es su opinión sobre los superalimentos?
Que en realidad no existen y que su puesta en escena responde a las modas, un terreno que se lleva muy mal con la ciencia de verdad.
Comer melón en invierno y chirimoyas en verano… ¿no es un gran error no optar por los productos frescos y de temporada?
Y naranjas en agosto o uvas en abril, que es lo que cantaba Danza invisible en Sabor de amor a mediados de los años 80. Sí, al igual que se menciona en la pregunta, son grandes errores. Pero son errores nuestros. Es decir, son posibles porque hay consumidores que adquieren esos productos fuera de temporada. Si no tuvieran una salida comercial, su uso extemporáneo desaparecería.
¿Es más caro comer de forma más saludable?
Quizá sí en el corto plazo. No tanto como muchos creen. Pero en realidad en el largo plazo sí que sale a cuenta, es por tanto más barato ya que mejora de forma espectacular nuestro pronóstico de salud; y la mala salud es uno de los mayores sumideros de dinero. Sin embargo, la dificultad para comer más saludable en aquellos sectores más desfavorecidos económicamente hablando no está tanto en el precio sino muchas veces en otras circunstancias relativas a la accesibilidad a esos productos, las jornadas laborales maratonianas, la falta de motivación o la de recursos culinarios.
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¿Por qué nos cuesta tanto incorporar cambios en nuestra dieta?
Nuestra biología se ha venido cincelando durante toda la evolución a lo largo de decenas de miles de años para luchar contra la falta de alimento. Es normal que en el primer momento histórico en el que el ser humano ha tenido acceso a una superabundancia alimentaria como la actual y sin parangón, los motores cognitivos que condicionan nuestras elecciones se vean sobrepasados por todas señales biológicas que nos empujan a hacer buena la ley del pobre, que es la de “reventar antes de que sobre”.
¿Es fundamental contar con el asesoramiento de un profesional para comenzar un nuevo plan dietético para variar nuestra alimentación hacia un modelo más sano?
No es imprescindible, pero en muchos casos es muy conveniente. Cada vez más la población general sabe menos sobre alimentación saludable. Al mismo tiempo, hay muchos actores dentro de la industria alimentaria que en vez de ayudar, distorsionan el escenario con el fin de obtener un mejor balance de cuentas a partir de la venta de productos muy poco recomendables. En este río revuelto puede ser conveniente buscar la dirección y asesoramiento de profesionales como los dietistas-nutricionistas; los técnicos superiores en dietética o los profesionales de la psicología que estén especializados en esta área.
Antes nuestras madres y abuelas cocinaban a diario, ¿es tal vez ese nuestro problema, la falta de tiempo para meternos en la cocina?
Esa falta de tiempo es una falta de tiempo mal entendida o cuando menos relativa. La verdad es que cada uno decide con el tiempo del que dispone a qué lo dedica. Lo que de verdad faltan son recursos culinarios para, en poco tiempo, poder solucionar la minuta que tengamos por delante, o incluso la de todo el día o adelantar parte de la del siguiente. Es curioso que hayamos cambiado el escenario en el que se ve guisar o cocinar en nuestras casas y para ello tengamos dejar atrás las vitrocerámicas de las cocinas, y acudir al salón a ver cualquier reality de cocina en la televisión de plasma.
¿Deberíamos desterrar, de una vez por todas, el hecho de contar calorías, como base de nuestra dieta para perder peso?
Sin duda alguna. El paradigma calórico nació a finales del S XIX, llevamos con él cerca de 150 años. Y estamos como estamos. En mi opinión y en nuestro contexto, contar calorías genera más problemas que los que promete solucionar. Y a las pruebas me remito.
Es más, ¿deberíamos aprender a comer mejor por una cuestión de salud, no tanto por una cuestión de estética y de pérdida de peso?
Esa es, en resumen, la clave. Difícilmente se puede expresar mejor. No centrarse en perder kilos sino en ganar -buenos- hábitos.
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