Por las manos del doctor Enrique Moreno, han desfilado algunos de los rostros más conocidos de nuestro país: desde el cantante Raphael , cuyo trasplante de hígado coordinó en el año 2003, hasta Cayetano Martínez de Irujo , duque de Arjona, a quien asistió en una operación de más de once horas. Ahora el reconocido médico, premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica y académico de la Real Academia Nacional de Medicina de España, desgrana, en clave de ficción, los entresijos de su experiencia profesional en su primera novela, El cirujano , que publica a sus ochenta y un años con La Esfera de los Libros.
¿Cuándo se le ocurrió esta historia y por qué?
Siempre he pensado que la sociedad estaba preparada para recibir información de lo que ocurre en los hospitales y, en especial, en los quirófanos. Sin embargo, pensaba también que lo que se veía en las series, que son excelentes, se apartaba muchísimo de la realidad y que los libros como, por ejemplo, El Médico, de Noah Gordon, se han quedado desactualizados, porque ha cambiado todo muchísimo. Uniendo todos esos factores, me di cuenta que sería bueno mostrar la vida de los médicos, su dedicación, su voluntad de servicio y su capacidad de progresar en el conocimiento de las enfermedades para salvar al mayor número de personas.
¿A quién va dirigida?
La he escrito con la ilusión de que sea leída por todos, especialmente por los que quieran introducirse en el ambiente hospitalario y quirúrgico que la mayor parte de los posibles lectores conocen y han sufrido o disfrutado. Pero también está escrita pensando en el personal sanitario, sobre todo en los médicos expertísimos que me ayudan a hacer un trasplante, sabiendo que ellos también son capaces de hacerlo, y en las enfermeras instrumentistas que, por vocación, son capaces de permanecer hasta doce horas seguidas en el quirófano. Muchas veces uno se olvida de ellos, igual que se olvidan de los investigadores, expertos de laboratorio, anatomistas o fisiólogos. Todos tienen un papel esencial y por eso están dentro de esta novela.
¿Qué tiene usted en común con el protagonista?
Que los dos somos cirujanos. Sin embargo, el doctor Javier Sanz no es el único protagonista. El hospital, los médicos, las enfermeras y los enfermos también lo son.
¿Cómo le ha dado tiempo a compaginar su profesión de cirujano con el papel de esposo, de padre y de escritor de un libro de más de casi setecientas páginas?
La persona que más escribió y con más seriedad, porque no hacía ciencia ficción o novelas de este tipo, lo definió muy claramente: “Hay que ser un trapero del tiempo”. Así se calificaba a sí mismo Gregorio Marañón. Él buscaba sus ratitos para escribir y sabía abstraerse para centrarse en lo que estaba haciendo.
Usted le ha dedicado este libro a su mujer, María.
Sí. Y a mis tres hijos pequeños. Decidí dedicárselo a ella porque es una enfermera instrumentista muy elegante y conoce muy bien toda la técnica quirúrgica y los entresijos de la profesión. Además, la instrumentista del doctor Sanz, que no soy yo, se llama María. Se me ocurrió llamarla así a medida que iba escribiendo el libro, aunque tenía pensado otro nombre. Quise tener ese detalle con mi mujer, que es capaz de aguantar en el quirófano las horas que hagan falta.
Ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica y es académico de la Real Academia Nacional de Medicina y Catedrático Emérito de la Complutense, ¿cuál es el mayor reconocimiento al que puede aspirar un médico dentro y fuera del quirófano?
Estar absolutamente tranquilo y contento con la responsabilidad que ha adquirido y con el resultado de la intervención. Que al terminarla, uno diga: “Bueno… pues ha ido muy bien”. Después las sonrisas, la complicidad del enfermo, la mirada de la mujer agradecida, el abrazo de los hijos que ven que gracias al equipo de médicos y enfermeras la unidad familiar no se ha roto.
Se le presenta como el “cirujano de los famosos”, ¿cómo se olvida uno de que a quien tiene en la mesa de operaciones es a Raphael o a Cayetano Martínez de Irujo?
Con una sencillez absoluta. Yo siempre digo que, al entrar en el quirófano, las luces iluminan a todo el equipo. Después, cuando el enfermo está encima de la mesa, le iluminan sólo a él. Y, en el momento de empezar la intervención, las luces convergen en la incisión. Nos encontramos, por lo tanto, con una enfermedad. No olvidemos que los llamados famosos o personas con una gran influencia mediática también se ponen enfermas.
Pero estos casos supondrán una presión añadida de cara a la repercusión mediática que su trabajo pueda tener ¿no?
El conocimiento de las personas, su comportamiento ante el diagnóstico de enfermedades graves, precisando de intervenciones de alto riesgo como resecciones de órganos o trasplantes, nos demuestra que muy frecuentemente su respuesta no depende de su nivel social y esto no supone ni una ventaja ni una desventaja para la actuación del cirujano.
Entonces, ¿acepta usted estos casos sin dudarlo?
Esto es muy sencillo: el médico y el cirujano están al servicio del enfermo, sea quien sea. No se puede decir: “¿Es importante? Pues ahora no le trato” Yo los trato con el máximo cariño y también les aconsejo y también les aconsejo: uno, que deben respetar las normas del hospital como otro enfermo cualquiera y, dos, que, pese a ser conocidos y tener un estatus económico, no hagan regalos a nadie ni envíen flores a las enfermeras
Raphael y Cayetano Martínez de Irujo aseguran que le deben la vida.
Son muy generosos conmigo y mantengo una buenísima relación con ellos, pero yo creo que no nos debe la vida nadie. Lo que hice fue cumplir con lo que soy: médico cirujano.
¿Les ha mandado usted su libro? ¿Qué le han dicho?
Yo creo que, si llamo a editorial para que se los manden, Carmen me diría que lo compren (risas). Si les envío el libro, les estoy condicionando a que lo lean y a que me digan después, aunque no les guste, que es una maravilla. Si les apetece, que lo compren, que son libros baratos y que lo lean. Eso sí, que después me digan lo que les ha gustado o lo que no les ha gustado.