En plena pandemia del coronavirus, nos encontramos con la paradoja de que los niveles de contaminación en el mundo se reducen drásticamente. Las medidas de confinamiento tomadas por los distintos Gobiernos internacionales han puesto de manifiesto una cruda realidad: la acción del hombre empobrece drásticamente nuestras condiciones de vida. Hace un par de semanas, la NASA publicaba una serie de imágenes que dieron la vuelta al mundo. En ellas podía verse cómo China, principal foco de contaminación mundial y país donde se sitúa el origen del COVID-19 había reducido los niveles de contaminación ambiental a niveles históricos desde que se parase la producción en las fábricas, se decretasen las cuarentenas y se prohibiese la libre circulación de ciudadanos.
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Unas imágenes a las que más tarde se sumó la ESA, Agencia Espacial Europea, que puso de manifiesto la preocupante situación medioambiental en el continente y cómo, especialmente en el norte de Italia, los niveles de dióxido de carbono se habían empezado a reducir de manera significativa coincidiendo con el bloqueo nacional para frenar el coronavirus.
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Aguas cristalinas en los canales de Venecia
Pero estas no son las únicas consecuencias que ha tenido la propagación del COVID-19 para el planeta. Aunque la especie humana sea la más afectada por la nueva cepa de coronavirus, donde el número de personas infectadas y el número de fallecimientos cada vez es más elevado, el resto de seres vivos que habitan el planeta también se están viendo afectados. Aunque en su caso, para bien.
La ciudad de Venecia, por ejemplo, que recibe cada año millones de visitantes de todo el mundo y cuyos canales y gondoleros son su seña más característica, es el claro ejemplo de ello. En la ciudad del noreste de Italia, la fauna ha vuelto a los canales. La falta de transeúntes y de circulación por sus aguas ha conseguido que las calles fluviales se encuentren más limpias que nunca. Desde que el Gobierno tomase medidas para frenar el avance del virus, las aguas se han tornado cristalinas, los peces se han multiplicado y los vecinos han llegado incluso a avistar desde sus balcones delfines y cisnes nadando por los canales. Una situación que se repite a lo largo y ancho del mundo, donde la naturaleza parece recobrar toda su fuerza y que ha hecho reflexionar a miles de personas, que han llegado a comparar al coronavirus como "la vacuna de la naturaleza contra la acción del hombre".
Fuera de Venecia, la situación es similar. En Lopburi (Tailandia), los 'visitantes' de las ciudades no han sido tan simpáticos y, ante la falta de turistas, manadas de monos se han adueñado de la ciudad en busca de comida. Pero no hace falta irse fuera de España para comprobar los estragos que causa la mano del hombre en la naturaleza. Simplemente abriendo las ventanas de nuestras casas, podremos escuchar con claridad cómo pían múltiples especies que antes quedaban ocultas por el trasiego de la circulación de los coches y de la gente paseando libremente por la calle.
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Invitación a la reflexión
La contaminación es probablemente el principal problema al que nos enfrentamos los seres humanos. Ecologistas y ambientalistas de todo el mundo, investigadores y médicos, e incluso la OMS, alertan de que los niveles de contaminación ambiental son responsables de más de 7 millones de muertes anuales en todo el mundo y, además, provocan una reducción considerable de la esperanza de vida en la población. La cura contra la nueva enfermedad pronto podría llegar, pues se están dando muchos pasos para desarrollar una vacuna contra el COVID-19. Sin embargo, una vez se solucione la crisis, el mundo, el ser humano debería pararse a reflexionar para intentar aplicar modos y estilos de vida mucho más responsables con nuestro entorno y nuestro hogar, la Tierra.